Francisco Garrido | Primero de mayo de 1967. Yo tenía nueve años recién cumplidos. Íbamos a coger flores silvestres detrás del Hospital de las Cinco Llagas, actual sede del Parlamento de Andalucía, para adornar la Cruz de Mayo. Era una mañana deslumbrante y fresquita. Delante del Arco de la Macarena contemplamos con pavor una carga de la caballería de la policía armada contra un grupo de trabajadores que intentaban manifestarse. Vi hombres heridos y, entre ellos, había uno que sangraba mucho por la cabeza: era el cochero del carro de la nieve de mi barrio. Los días posteriores lo volvimos a ver con la cabeza vendada seguir con sus mulos repartiendo nieve.
Nunca lo olvidaré. Esos primeros de mayo de la infancia, la ciudad amanecía cubierta de flores y de policías aburridos en cada esquina. Estaban ahí parados con sus coches en la Encarnación, en la Campana, en la Alameda, en la Macarena , en el Altozano , en la Magdalena, en la Gran Plaza, en la Candelaria , en Los Pajaritos o en el Cerro frente a Hytasa. Días antes, los tanques del Soria 9 se daban paseos por las cercanías de los polígonos industriales recordando quién mandaba y dónde estaba la fuente de legitimad de su poder. El infame de Utrera Molina había dado ya su bando el día antes , amenazando a la población.
El cochero de la nieve era moreno y tenia una delgadez emblemática . Cuando se emborracha blasfemaba contra Dios y su caudillo sin que le importara lo mas mínimo terminar en la “fábrica de tortas” de la calle Peral de la Alameda (así le llamaba la gente a la comisaría que allí hubo hasta los años setenta) con una manta de hostias encima. Murió alcoholizado, como vivió. En su recuerdo y en el de aquellos hombres que sangraban vino y rabia aquella mañana del primero de mayo 1967 en la Macarena; yo levanto todos los años un pequeño altar en su memoria.