Laura Frost
Cuando Julie Burchill[1] dijo: “Una chica con un vestido y una guitarra resulta algo extraño, como un perro montando en bicicleta. Algo muy extraño. Difícil de superar”. Algo de razón tenía, tampoco vamos a negarlo, aunque a mí se me viene a la cabeza Janis Joplin, y, sin lugar a dudas, mi adorada y venerada Polly Jean Harvey. Si tienes alguna duda de lo que podemos llegar a hacer las mujeres es que todavía nos has visto a esa criatura con su vestido escotado, sus tacones y una guitarra interpretando el Rid of me, ella solita, sobre un escenario y levantando pasiones. Pero, para que nos vamos a engañar, esa es la anécdota, lamentablemente. Y me lamento, claro que me lamento. Hoy me ha dado por centrar el pensamiento en la música, en el rock, y será porque también me gusta PJ, pero la historia de la humanidad está sencillamente salpicada por nuestro legado, queridas. Bueno, siempre que ese legado no sea hacer que el mundo no deje de girar, criar y criar, y tener que pelear, reivindicar y saltar a la arena sin escudo, una y otra vez, por los derechos que nos han sido arrebatados o sencillamente negados. Vayan a creerse que nuestra existencia es placentera, que hasta ahí podríamos llegar. Nosotras somos el motor invisible que mueve el mundo, pero eso, es invisible, hasta en estos tiempos de la paridad, las leyes por la conciliación y el voto.
Sí, queridas mías, amigas feministas. ¿Hemos dejado huella en la historia? Es más, ¿se construye o ha construido la historia desde nuestra óptica, desde nuestra vivencia? ¿Cuántas Hypatias, Curies, Pizarniks, Kollontais…, constituyen los anales de la humanidad? Ojo, y que se me ocurren estas cuatro así a vuela pluma, pero que hay unas cientos más que no conoce nadie, o casi nadie, o puede que unas cuantas como nosotras que sabemos quién fue y cómo vivió Amelia Earheart, por ejemplo. Y para colmo de males, todas y cada una de ellas casi que vivieron a la sombra de los grandes hombres. Y acabaron convirtiéndose en nombres que tenemos que reivindicar en posts en las redes sociales para que no se olviden. Veinte escritoras que no debes dejar de leer. Mujeres que hicieron huella en la historia. Las Sin Sombrero, esas grandes olvidadas. Es gracioso, ¿no? O para hacernos pensar, al menos. A mí, desde luego, me hace reflexionar sobre algo que yo llamo, “el hueco”.
Mira, que voy a decir lo que pienso. Tampoco es que eso sea una novedad, acostumbro o tengo la terrible costumbre de dar mis opiniones, que para eso las tengo y las elaboro cuidadosamente antes de lanzarlas por doquier. El hueco que nos han dejado es una mierda, que se sepa. Y así vamos. Que no hay una banda de rock como los Rolling o los Beatles o hasta si me apuras The Cure, claro, hombre, y ¿qué quieres? Estamos demasiado ocupadas, querido. Ocupadas en el mundo que tú has trazado laboriosamente para nosotras, condenadas a ser el segundo sexo, no vaya a ser que al primero se le muevan las pestañas si le hacen un poquito de sombra o sencillamente si se cuestionan sus privilegios, o su proyección social y laboral, por no hablar de su tiempo.
Mira, alma de cántaro, que no llegamos a más porque nuestras cadenas huelen a Coco Chanel y el techito es de cristal. Si, hijo, de cristal, para que no lo veamos. Y así nuestras posibilidades nos parezcan infinitas en un cielo que jamás alcanzaremos. ¿Quieres que te diga por qué nosotras no aportamos forma al mundo, o al menos, a este mundo en el que nos toca vivir? Porque el tiempo no nos pertenece, nos lo habéis arrebatado. No sé en qué momento, habría que ser historiadora, arqueóloga o antropóloga para arrojar algo de luz con consistencia al asunto. Yo no soy ninguna de esas cosas, quizás de eso también me debería lamentar. Construir, crear, indagar, inventar, generar alternativas requiere tiempo, espacio de reflexión, dedicación, y sobre todo, por encima de todo, requiere proyección personal. ¿Quieres explicarme como narices vamos las mujeres a hacer todo eso si tenemos la obligación —qué bonito lo de la obligación— de criar a nuestros (vuestros) vástagos, generar plusvalía, atender el cuidado del hogar para que nada se derrumbe y además estar presentables y guapas? Lo de presentables y guapas va a levantar ampollas, pero me la trae al pairo.
Se me ocurre una cosa, ¿qué pasaría si una baja por maternidad/paternidad fuera obligatoria para ambos progenitores por un año de duración? Así sin más. Esa sería la gran revolución, la revolución de las 24 horas. La que todavía está pendiente. Porque, llegados a ese caso. ¿Quién iba a preguntar en una entrevista de trabajo: tienes intención de quedarte embarazada? Qué buen golpe le asestaríamos a la línea de flotación del capital, ¿eh? Y a partir de ahí, que ya que estamos vamos a por todas, empezamos a plantearnos la corresponsabilidad en los cuidados que no la parentalidad positiva, que eso es otra cosa. Tengo amigos psicólogos, me sé muy bien la diferencia, y creedme, no es lo mismo. Pues claro que no es lo mismo. Venga, compañero, vamos a invertir el mismo tiempo, vamos a distribuir las responsabilidades de cuidado —en esa sociedad donde la crisis de los cuidados es casi tan enorme como la crisis ambiental—, tú verás como yo me puedo proyectar. Y entonces, es cuando van salir cincuenta mil PJ de debajo de las piedras, amigo. Ya puede empezar a temblar Glastonbury y hasta Thom Yorke.
Porque si las mujeres dispusiéramos de nuestro tiempo y pudiéramos crear, cultivar, dar opciones con garantías, ser escuchadas, dejaríamos de ser una anécdota en la historia y no tendríamos que salir en las redes sociales como alguien a quién hay que reivindicar frente al olvido por el hecho de ser mujer. Asfixia, eso es lo que soportamos en este hueco minúsculo de las horas maltrechas, de los minutos robados al sueño entre lavadoras, lista de la compra y trabajo de oficina o en el Carrefour. Y no me vengas a decir que las cosas han cambiado, ¡claro que lo han hecho! Y mucho que nos ha costado, pero que entre la edad de piedra y la de hierro también lo hicieron, hay que fastidiarse.
Nos hablan de sociedades líquidas, de nuevas masculinidades, de mainstreaming de género, de micromachismos, ¡joder, qué bonito todo! ¡Cuántas palabras y conceptos! A mí me resulta fascinante lo que la literatura sociológica puede hacer, de verdad. Pero el hueco diminuto sigue ahí, y los espacios de gestión siguen estando controlados por elementos profundamente masculinizados, incluidas mujeres masculinizadas hasta el hartazgo. Y la rueca sigue girando, aplastando las aspiraciones de las mujeres como colectivo en toda su diversidad. Mientras, al mismo tiempo, seguimos soportando la pobreza energética, las grandes migraciones, la lista de la compra de marca blanca y la reducción de jornada impuesta por la culpabilidad patriarcal.
¿Y si nos devolvéis nuestro tiempo que nos pertenece? ¿Y sí nos sentamos y nos reconocemos que en esta locura acabamos perjudicados todas y todos? Y mí es que me da que el tema asusta, que el status quo gusta como está, con sus pequeñas mutaciones y sus cesiones mínimas para aportar algo de oxígeno, ¿verdad?
Pues yo me resisto, desde aquí, a las tantas de la madrugada, cuando he dejado todo controlado, las mochilas preparadas, el almuerzo de mañana organizado, la ropa doblada y los respiradores puestos. Me resisto, que se sepa. Y no me rindo. Y, de nuevo, en una noche más en la que le robo tiempo al sueño, vuelvo a reivindicar a las olvidadas, a las que rellenan en hueco minúsculo para recordarme un día más que tenemos una misión. La misión de escribir Te quiero en el polvo de los muebles, la de dormir en la cama deshecha, la de permitir que se peguen las lentejas y comprender que solo hay un camino: Recuperar el tiempo, nuestro tiempo. Solo entonces, comenzaremos a hacer historia. La que todavía está por escribir y cantar. La historia del cincuenta por ciento de la humanidad. Las invisibles. Nosotras.
[1] Escritora y periodista británica. Reconocida activista feminista.
Sí Laura, la revolucion está pendiente, pero mientras llega o no llega hacemos nuestras pequeñas revoluciones diarias que van sumando Y de vez en cuando, artículos así nos dan un empujón