El término neuroeconomía, y también otros términos acuñados a través de la fusión del prefijo neuro- con los nombres de diversas disciplinas del conocimiento o realidades sociales, tales como neuroteología o neurocultura, inducen muchas veces al engaño. La ciencia económica, además, es probablemente la más expuesta a tergiversaciones políticamente interesadas. Esto es debido a que su objeto no son las partículas elementales o las flores del campo sino el hombre y su acción interesada en sociedad. Cada cual barre para su casa y vende su producto, esto último incluye las ideas.
Con independencia de problemas epistemológicos tales como si dicha acción humana puede ser medida con total objetividad y cuantificada precisamente, está el problema de fondo de nuestra psicología imperfecta, que ha evolucionado en un contexto natural de escasez y de riesgo. Somos buenos evaluadores de escaseces relativas y riesgos ambientales, pero no óptimos. De hecho, del mismo modo que padecemos ilusiones visuales, también padecemos ilusiones cognitivas, que nos llevan a juzgar erróneamente lo mejor para nosotros mismos. Asimismo, y por contra, disponemos de un arsenal de conocimientos implícitos al que no prestamos la debida atención. Son mecanismos que evolucionaron para detectar tramposos entre nuestros congéneres, para evaluar planes de acción alternativos, para, en suma, decidir de forma rápida y eficaz en situaciones apremiantes o sociales –que son, sobra decirlo, las que más afectan a nuestra supervivencia directa o a nuestra posición dentro del cuerpo social.
El homo oeconómicus, curioso monigote cuyo nacimiento permanece en la incógnita –Pareto no tenía idea de quién lo había inventado- es un hombre que toma decisiones interesadas y racionales. Cualquiera de nosotros podría sentirse superficialmente identificado con él. Cuando optamos entre dos marcas de champú o de coche y ponderamos su respectivas prestaciones y precios lo hacemos siguiendo una lógica, poniendo en orden los distintos aspectos de los productos y asignándoles un valor aproximado. Algunos llevan esto al extremo de asignarles un valor numérico exacto. Por ejemplo Benjamín Franklin proponía –como nos hace saber el psicólogo alemán Gerd Gigerenzer en su fabuloso libro Decisiones Instintivas- hacer primero una relación de todos los pros y contras de, por ejemplo, una posible pareja, asignándoles un valor, para luego hacer las sumas y restas correspondientes y ver si el resultado neto era positivo o negativo, y en qué cuantía.
A muchos románticos esta fría y matemática valoración de las virtudes y defectos de un ser humano, en especial de una potencial pareja por la que seguramente se sienta un poderoso afecto, les resultará un disparate. Y en efecto lo es, puesto que es imposible medir lo que vale un ser humano, y también es imposible conocer todas las posibles consecuencias –tanto positivas como negativas- que podrían derivarse de emprender una relación o dejarla de lado.
Nuestras decisiones son, en gran medida, instintivas. Hacemos uso de una razón pragmática que delimita categorías y conceptos, que mide lo mensurable y estima por aproximación lo inestimable, y, al final, votamos con el corazón, nos decantamos siguiendo un impulso. ¿Dónde queda el homo oeconómicus, que elegía racionalmente lo mejor para sí mismo, que conocía todas las variables en juego y tomaba la decisión más ajustada a sus respectivos valores de acuerdo con sus fines particulares?
La neuroeconomía está precisamente adentrándose en la psicología de la toma de decisiones, esa psicología que lleva a consumidores y empresarios a preferir unos productos o unas iniciativas frente a otros.
Entre los neuroeconomista destaca Alan G. Sanfey, de la Universidad de Arizona. En el 2003 realizó un interesante estudio. En él hacía participar a varios probandos en un juego de ultimátum. Los ponía en grupos de 2. Al primero le daba una cantidad de dinero, dejando a la libre elección de este cuanto quería ceder al segundo. El segundo, que conocía el montante total, podía considerar el regalo como justo o injusto y, en el último caso, rechazar la oferta, con lo que ambos perderían el dinero.
La opción racional para el segundo jugador, se decía Sanfey, en un juego de estas características, era aceptar la oferta que le hicieran, fuera la que fuese. Un 1% de 100 euros es mejor que nada. Sin embargo el sentido de la equidad y de la justicia, tantas veces asociados en nuestra mente, se anteponía a la maximización racional. Los segundos jugadores preferían no obtener ningún beneficio antes que aceptar una oferta que considerasen injusta.
Por supuesto este experimento no conlleva poner a los probandos en una situación verdaderamente crítica, como las que pueden llegar a darse en la vida. Pero pone de manifiesto, junto con otros muchos de los que se están realizando hoy en el campo de la neuroeconomía y la psicología experimental –muchos de ellos con neuroimagen- que los seres humanos no son decisores perfectamente racionales.
1.-¿Qué es la neuroeconomía?
Para mí, la neuroeconomía es el estudio de cómo toma decisiones el cerebro. Creo que el término «neuroeconomía» es un poco engañoso, ya que sugieren que lo que hacemos, o deberíamos, es centrarnos sólo en las decisiones de interés económico directo. En cambio, sería mejor pensar en términos más generales acerca de la toma de decisiones, con las decisiones económicas siendo, por supuesto, una parte de aquella.
2 .- ¿Cómo tomamos decisiones? ¿Qué parte de nuestro cerebro tiene un papel más activo en nuestra toma de decisiones? ¿Qué peso tienen las emociones y el instinto en todo ello?
El sistema neural que está enteramente involucrado en la toma de decisiones todavía está investigándose y siendo entendido, y parece claro que no hay un único centro o un lugar en el cerebro para la toma de decisiones. Más bien, parece que tenemos diferentes áreas especializadas en el procesamiento de diferentes tipos de información, todas ellas relevantes para el eventual resultado final de nuestra decisión. Así, tenemos áreas en las que se codifican y procesan las posibles recompensas o castigos que pueden darse como parte de la decisión, áreas que estiman cuán probable es que estos resultados vayan a suceder, y así sucesivamente. El cómo procesamos esta información puede estar ciertamente coloreado por nuestro estado de ánimo, e incluso hay pruebas que sugieren que cuando tomamos decisiones de forma «instintiva», es decir, sin un gran esfuerzo consciente, las decisiones tomadas pueden ser bastante distintas.
3.-¿Qué papel desempeña nuestra naturaleza en la economía? ¿Existe cosa tal como el homo oeconomicus?
El concepto de homo economicus quizás sea útil desde un punto de vista normativo o potencialmente, en la comprensión del comportamiento agregado, pero no parece tener mucha semejanza con la manera en que tomamos decisiones en la vida cotidiana. La idea de que tenemos recursos cognitivos ilimitados para comprender plenamente y deliberar sobre todos los aspectos relevantes de una decisión en particular no está en absoluto de acuerdo con la investigación en este campo. Por contra, a menudo tomamos decisiones, incluso de gran importancia, de una forma por debajo del óptimo, utilizando atajos cognitivos y guiados por estados de ánimo. Asimismo, no tomamos decisiones únicamente sobre la base de los propios intereses económicos, y en su lugar nos preocupamos en gran medida por conceptos como justicia, equidad y demás. Así que, yo diría que la naturaleza humana tiene un papel primordial en la economía, y que el homo economicus quizás sea interesante académicamente, pero no si lo que uno quiere es entender cómo se toman realmente las decisiones en condiciones naturales.
4.-¿Cómo cree que la evolución, la psicología o la neurología mejorarán nuestra comprensión de los procesos económicos?
Una mejor comprensión de la psicología que está detrás de la toma de decisiones es de una importancia absoluta para la especificación de los procesos económicos. Incluso me atrevería a decir que los modelos económicos sin una caracterización de los límites y las debilidades de la psicología humana están destinados a fracasar. Afortunadamente estamos haciendo progresos reales en la comprensión del por qué factores como el miedo y la codicia pueden ser tan importantes en las distintas decisiones económicas, y ampliar esta investigación al cerebro nos permitirá acotar mejor estos modelos.
5 .- ¿Cómo competimos unos con otros en nuestras complejas e impersonales sociedades? ¿Cómo explica la teoría de juegos nuestro comportamiento?
La teoría de juegos tiene un potencialmente muy útil papel a la hora de entender cómo competimos y cooperamos – ofrece un elegante y formal conjunto de modelos matemáticos para la comprensión de estos complejos escenarios sociales. Pero, creo que los modelos más estándar actuales necesitan ser ampliados para incluir la fuerte influencia de los factores psicológicos, tales como nuestros deseos de justicia, la voluntad de castigar a los demás, etc Nuestro laboratorio, y otros, están actualmente tratando de especificar mejor estos modelos añadiéndoles estas importantes preferencias sociales.
6.-¿En qué trabaja ahora? ¿Cuál es su mayor desafío intelectual? ¿Cuál el misterio que soñaría con desvelar?
Obviamente, mi “sueño”, mi objetivo a largo plazo, es comprender completamente cómo lleva a cabo el cerebro la toma de decisiones, desde las decisiones cotidianas habituales tales como elegir unos cereales para el desayuno a las importantes, que cambian la vida, tales como la planificación de una carrera o la elección de pareja.
Además, este conocimiento podría entonces desempeñar un papel sumamente importante en mejorar el diseño de las políticas públicas, las intervenciones sanitarias, etc, con el fin de aumentar el bienestar social. Mis objetivos más inmediatos y modestos son examinar las decisiones sociales, como aquellas que conciernen a la competencia y la cooperación, y examinar el papel que desempeñan las creencias y expectativas en estas decisiones. Por ejemplo, si creemos que los demás son esencialmente serviciales y justos, somos mucho menos propensos a tomar decisiones egoístas para nosotros mismos. ¿Cómo se aprenden estas creencias? ¿Cómo podrían jugar un papel en la neurociencia de la toma de decisiones?
Publicado en La Nueva Ilustración evolucionista.