La forma de la ciudad, su tamaño y su densidad previene o genera problemas sociales, económicos o ambientales. El modelo y las necesidades de transporte y movilidad influyen decisivamente en la calidad ambiental. Las ciudades que se hacen dependientes del vehículo privado incrementan su nivel de ruidos, los atascos, el consumo energético, y la contaminación.[1] La necesidad de viales asfaltados para el acceso a las urbanizaciones produce una fragmentación de los ecosistemas sean agrarios o naturales. Las vías de alta capacidad y las carreteras importantes rinden en su diseño tributo a la velocidad y demandan seguridad. Por ello se iluminan indiscriminadamente, se aíslan mediante vallas y se evita la plantación de árboles de gran porte como los que antes sombreaban los caminos. Oigo en la radio una de las últimas grandes ideas en materia de seguridad en el diseño de circunvalaciones y vías iluminadas urbanas: la sustitución de los báculos de las farolas por otros más flexibles que absorban el impacto con menor riesgo para los ocupantes del vehículo en caso de accidente. Otro día, la futura directiva europea que obligará a los fabricantes de automóviles a incorporar un sistema automático de aviso en caso de accidente. De nuevo, más de lo mismo: sigamos corriendo en nuestro propio vehículo y demandemos al estado altísimas inversiones en seguridad vial, y la los fabricantes sistemas de seguridad cada vez más sofisticados. Con lo sencillo que sería limitar de fábrica la velocidad que puede adquirir un vehículo.
Hace tiempo que en nuestra democracia la política real dejó de ser el espacio etéreo en el que las ideas sobre la sociedad se confrontan, para convertirse en el lugar donde se protegen los negocios. El progreso humano, hoy que tenemos los mejores medios tecnológicos para usarlos a favor del beneficio común, es entendido como aquello que favorece el consumo de bienes materiales e inmateriales sin límite. Los indicadores económicos que manejan nuestras clases dirigentes aluden en todo caso a la cantidad de riqueza producida, acumulada y consumida, en tanto abandonan las apreciaciones sobre eficiencia y calidad del proceso productivo, e ignoran la degeneración inducida por el modelo de… ¿Desarrollo? En este contexto, el derecho a disfrutar de una vivienda digna, recogido en el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en le 47 de la Constitución Española, se ha convertido en la obligación de padecer la imposibilidad de adquirir una vivienda a un precio que no hipoteque la vida personal y familiar durante decenios. Sobre el bien inmobiliario recaen significados paradójicamente contradictorios. Por un lado es un objeto con pretensiones de durabilidad, de ahí su función como valor de inversión. Por otro es un bien de primera necesidad que el sector de la construcción ha transformado en un producto industrial consumible. Ambos aspectos favorecen su uso especulativo.
La ciudades de hoy están siendo planificadas y forzadas a crecer por el poderoso sector económico de la construcción. Un sector de alta demanda energética y muy intensivo en la utilización de recursos. Un paisaje de gigantescas grúas ha igualado a todos los pueblos de España. Las plusvalías generadas por las constructoras, se reinvierten en suelo y nuevas construcciones en una espiral sin límite y sin sentido. Los PGOUs son instrumentos exclusivamente utilizados para la ampliación de los límites construibles, en lugar de ser instrumentos para la integración de todos los aspectos de la vida ciudadana y para la mejora de la calidad de vida local. La legislación urbanística, además de ser farragosa y críptica para la población, es sistemáticamente incumplida. Las ilegalidades se legalizan con el mero transcurrir del tiempo. Mejorar la calidad de vida urbana en las urbanizaciones que se están construyendo implicará inversiones en regeneración del entramado social y comunitario que se verán hipotecadas por las necesarias para el mantenimiento de redes cada vez más extensas y dispersas, y por el elevado costo de los servicios públicos.
Entre tanto, «el poder político de las ciudades en vez de leyes y normas (ordenanzas municipales) produce visiones y proyectos estratégicos».[2] Las alucinaciones megalómanas de los alcaldables, actúan como ilusiones ópticas; muy útiles para ganar elecciones y, desde luego, para retroalimentar la destrucción de la vida ciudadana y atrofiar la auténtica actividad política, que debería ser la «pasión vital de la ciudad»[3]. Si una ciudad se destruye, se destruye el centro de la política y la política misma; y, si no hay estructura comunitaria que la sustituya aparecerá la barbarie. Cuando la ciudad, que nace completamente desarticulada, demanda servicios públicos de transporte, mejora de las redes de abastecimiento de agua y energía, acceso a las redes de conocimiento, nuevas circunvalaciones, inversiones en seguridad y servicios sociales cada vez más onerosos, los ediles gritan al gobierno autonómico y central demandando dinero e inversiones en seguridad ciudadana. Y es que, utilizadas las plusvalías fiscales por recalificación del territorio en proyectos visionarios, las fiscalidad municipal será cada vez más un instrumento recaudatorio para el parcheo en lugar de un instrumento reequilibrador y mantenedor de la cohesión social.
Cuando más de la mitad de la población mundial vive en zonas urbanizadas, la ciudad no puede declararse inocente de los problemas medioambientales que aquejan a «la tierra herida»[4].
Después de lo dicho, mirando al futuro, y reconociendo que a pesar de todo es la ciudad la madre que nos cobija, donde nos encanta vivir, porque es el lugar con más diversidad de oferta vital, y en el que podemos desarrollar nuestra vida formativa, laboral y de ocio con más garantías de éxito y placer, creo que es posible trabajar para conseguir humanizarla.
Contra la ciudad oferta turística, hemos de reivindicar la ciudad como un lugar para la convivencia, para el estímulo de relaciones solidarias con nuestros conciudadanos y con otras ciudades; amable con nosotros y con quien nos visita. Contra la ciudad compartimentada funcionalmente, necesitamos una ciudad orgánica y mezclada. Una ciudad que no se venda a los grandes grupos inversores en forma de trozos de pastel territorial, de servicios públicos privatizados, o de negocio particular. Una ciudad cuyas instituciones se preocupen no solo por la economía, sino más por la ecología. Una ciudad blanda, con jardines con tierra y árboles de gran porte en ellos y en sus calles. Una ciudad no competidora, que ayude al mantenimiento de la población activa en los pueblos próximos, en los menos próximos y en los lugares lejanos. Una ciudad autocontenida, limitada y no ambiciosa que sepa vivir sin aumentar indefinidamente su Producto Interior Bruto. Una ciudad que no se deje llevar por la «tiranía de tráfico».[5] Una ciudad donde la población se mueva en transporte público energéticamente eficaz. Una ciudad que promueva la eficiencia energética y las tecnologías no contaminantes. Una ciudad que aspire a emitir cero contaminantes y cero aguas sucias, una ciudad que autogestione sus emisiones y efluentes y ponga límite a sus inmisiones y sus consumos. Una ciudad de ciudadanos que aplique el «pensar global y actuar local» de la Declaración de Río de 1992. «Una ciudad de preguntas, y no una ciudad de respuestas.»[6] En definitiva: Una ciudad gobernada por quiénes se ocupan de todos[7] y no por quiénes se ocupan de ellos.
[1] Michael Buxton: La ciudad ecológica. Madrid 2004, Revista de Occidente Nos 290-291.
[2] Paolo Perulli: Ciudad y técnica. Madrid 2005, Revista de Occidente, Nos 275, p. 41.
[3] Raimundo Viejo Viñas:En Guerra global permanente, la nueva cultura de la inseguridad. Madrid 2005, Los Libros de Catarata, p. 101.
[4] Miguel Delibes y Miguel Delibes de Castro: La Tierra herida. ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos? Barcelona 2005, Ediciones Destino.
[5] Fernando Chueca Goitia: Op. cit. Madrid 2002, Alianza, p. 208.
[6] Rafael Argullol: Diario El País, 25/09/2004.
[7] Daniel Innerarity: Diario El País, 13/12/2004. ¿Y quién se ocupa de todos?
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Viene de “Sobre la ciudad (1 de 4)”, “Sobre la ciudad (2 de 4)” y «Sobre la ciudad (3 de 4)» publicados el 30 de diciembre de 2009, 7 de enero de 2010 y 14 de enero de 2010 respectivamente.