Francisco Garrido.
La ortodoxia neoliberal, que ha usado a la unión europea para infiltrase hasta los tuétanos en los Estados del continente, ha puesto en circulación desde hace años la expresión “euroescéptico”. Bajo ese mantra, al igual que en el uso de la expresión “populismo”, se engloban posiciones antagónicas que no tiene nada en común pero que recelan del actual modelo de la Unión. En ese paquete de los euroescéptico están desde la extrema derecha xenófoba que desea menos Europa y cero democracia, hacia la izquierda que exige más Europa y más democracia.
La falacia es bien conocida: primero se construye un conjunto definido por una propiedad muy vaga y ambigua (ser crítico con la actual UE), se le coloca una etiqueta (euroescéticos) y luego se le atribuye a todo ese conjunto las propiedades de la parte más indeseable e impresentable (la extrema derecha xenófoba). De tal modo que si eres euroescéptico entonces eres un medio nazi que va dando palizas por la calle a emigrantes y homosexuales. Algo así como si dividiéramos a la población masculina entorno a la categoría banal de «ser o no calvo» y atribuyéramos a todos los calvos las características políticas de los Skin hard.
Esta “trampa cognitiva” ha ayudado a fomentar una actitud acrítica ante la construcción europea que podríamos llamar de eurofanatismo. Europa sea como sea, Europa por encima de aquello (bienestar, democracia, libertades) que entendíamos que era el ideario y el modelo europeo. Así ha sido posible que hayamos admitido que sobre la soberanía popular de los Estados democráticos, se haya impuesto la “soberanía gerencial” de agencias burocráticas europeas en manos de los poderes financieros y los lobby industriales. No hemos construido un “demos“ europeo pero sin un kratos europeo. Y un kratos sin demos es una autocracia, es decir el polo antagónico de lo que entendemos políticamente por Europa. Con el enrome prestigio de la Europa social y democrática se nos ha colado el monstruo neoliberal que es lo menos democrático y social que conocemos. Esto hubiese sido imposible sin la pasividad acrítica que el eurofanatismo introduce sutilmente.
Entre los mitos del eurofanatismo esta la bondad per se de las configuraciones administrativa de los Estados. Pero lo cierto es que Europa sea una sola unidad política no es algo en si mismo deseable desde una óptica europeísta donde lo sustantivo son los valores y derechos y lo instrumental la unidad política. Hitler también programo una Europa unida. Recordemos que durante mucho tiempo los partidos nazi se enmascaraban bajo asociaciones de Círculos de Amigos de Europas (CEDADE en España, por ejemplo). La configuración administrativa no es nunca un bien en si mismo. Ser independentista o unionista tampoco, Pero ser federalista si, porque lo que define el federalismo son los valores (libertad, cooperación , igualdad) y no la configuración administrativa específica de cada momento. Por el contrario federarse , o no, Y con X, si es instrumental por que suene uno de los posibles usos de la libertad.
Las élites europeas, que han impulsado la globalización neoliberal, no han sido capaces de insertar el canon neoliberal en el debate y en las instituciones democráticas nacionales de los distintos Estados europeos, pero si han conseguido imponerlo por medio de las agencias europeas y de la supremacía de la “soberanía gerencial” de la UE, sobre la “soberanía popular” de lo Estados. El programa neoliberal es tan incompatible con los ideales y el modelo europeo, por qué es incompatible con la democracia. Tanto e así que ahora hasta la misma unidad política gerencial se está quebrando víctima del malestar social que genera la suma de burocracia y crisis, como pone en evidencia el Brexit. Conclusión no hay nada menos europeísta que el eurofanatismo.