Francisco Garrido. En el congreso de los diputados y diputadas han aprobado por unanimidad dejar de considerar a los animales como «cosas». Es una declaración mas solemne que normativa aunque de ella se derivaran modificaciones legislativas importantes. Me conmueve una declaración tan ontológica en un lugar donde debe residir algo tan ontológico y solemne como la «soberanía popular «. Tal como ocurrió cuando la declaración de los derechos de los grandes simios, este acuerdo supone un paso enorme, aunque todavía no veamos los efectos, en la extensión del concepto de pueblo más allá de la especie.
Muchos reprochan, y con razón, que a la vez que se reconoce la “descosificación” de los animales no humanos, se cosifica más a los animales humanos. Cierto, pero esta es la noticia buena, la mala, es la otra; la una y la otra no son complementarias, por más que la coetaniedad genere esa ilusión, sino contradictorias. Nuestra misión no debe ser solo señalar la brecha, sino agrandarla hacia los límites de sus posibilidades.
Cada época tiene una serie de fronteras críticas que marcan la diferencia entre lo nuevo y lo viejo, entre la aniquilación y la supervivencia. Pero en estos tiempos de la crisis ecológica esta frontera es especialmente crítica, pues lo que nos jugamos es la existencia de la especie. Los derechos de los animales son una de esas fronteras. Definen el tránsito de una sensibilidad social antropocéntrica excluyente a una sensibilidad inclusiva, es un salto de tal magnitud que dibuja en el horizonte el perfil de lo que debe ser la cultura moral de una sociedad sostenible. ¿Por qué? De una cultura moral animalista se deducen obligaciones que son incompatibles con todas las conductas depredadoras con el medio que nos han conducido a la situación actual.
La ciencia ha mostrado que los animales no humanos, en especial los vertebrados, no solo son sensibles sino también son inteligentes y poseen comportamientos culturales relevantes. Los animales nos acercan a una relación emocional directa con la naturaleza, lo cual nos ayuda a construir relatos comunitarios y políticos que van más allá´ de las aduanas de la especie. A la vez que vamos saliendo de las tinieblas del idealismo religioso y filosófico, se nos abren las puertas de un naturalismo donde los animales no humanos no son cosas ni esclavos sino compañeros y compañeras evolutivo en la nave de la biosfera.
La izquierda del siglo XXI no puede ignorar estas nuevas fronteras de la igualdad. Al igual que hoy ya no concebimos una clase trabajadora exclusivamente masculina, tampoco la debemos pensar como exclusivamente humana, esta es la tesis de Jason Hribal. Una fracción de los animales no humanos han sido integrados, esclavizados por medio de la doma, en los distintos modos de producción desde el paleolítico. La revolución industrial acabo integrando a toda la biosfera dentro del espacio de la explotación económica. De forma directa o indirecta multitud de especies animales han sido sacrificadas como recursos económicos, en paralelo con la especie humana, para la producción de plusvalía. El reconocimiento de los derechos de los animales implica una cierta forma de reparto y limitación de dicha plusvalía, y por ello ha de estar en cualquier agenda socialista de este siglo.
Pero de esto no se han enterado el PSOE en Andalucía que sigue subvencionado y promocionando la tortura animal, es un ejemplo más de anquilosamiento ideológico. Canal Sur sigue promocionado y televisando escuelas taurinas y corridas, como si viviésemos en el siglo XIX. Lo último de “la vuestra” es la invitación a un torero para dar las campadas de fin de año del 2018.Equo lo ha denunciado, Tomemos las uvas con quien queramos pero no con Canal Sur. Es el único leguaje que entienden.