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La derecha española como infortunio colectivo

Rafa Rodríguez

El problema de España es la derecha que tiene, la histórica y la actual. Eso es lo que realmente nos hace diferentes, que después de más de dos siglos de experiencias constitucionales nuestra derecha siga teniendo pulsiones autoritarias, incompatibles con los valores democráticos.

Se refugia en el nacionalismo monolítico, en un país con una enorme mezcla de sentimientos nacionales, porque es la gran coartada para a la postre echar mano de la represión. Nunca, salvo excepciones, ha admitido al otro y mucho menos que ese otro pudiese estar en el poder.

Ahora le ha salido una imagen especular en el independentismo catalán. Allí también impera la negación del otro desde la coartada nacionalista monolítica. Ambos manejan el lenguaje excluyente del soberano omnipotente porque desde ese espacio originario no se puede generar ningún espacio libre para el otro. Ambos exigen no ya sometimiento sino incluso la plena afinidad emocional.

La derecha española, que entiende al Estado como su patrimonio particular, imagina el espacio político tan a su imagen y semejanza que en él no hay lugar para ningún rival, por lo que el diálogo entre diferentes lo traduce como traición, humillación y secuestro.

Por eso no guarda la mínima lealtad con el gobierno del Estado que está gestionando un conflicto tan complejo como el que ha ido creando en torno a la decisión de las élites nacionalistas catalanas de optar por la vía unilateral a la independencia. Porque consideran que cualquier gobierno que no sea de los suyos es un gobierno ilegítimo con el que no hay que tener lealtad alguna por mucho que se trate de una cuestión de Estado con mayúscula. Lo mismo le ocurre a los soberanistas catalanes: en su absolutismo solo hay lugar para la lealtad a su propio dogma por lo que les resulta inapreciable la enorme deslealtad que han tenido con las instituciones democráticas que hemos conquistado desde la pluralidad de nuestro mestizaje de sentimientos nacionales.

La derecha española actual además se ha crecido en su alejamiento de los valores democráticos porque se ha agregado a la corriente de autoritarismo que recorre el mundo. Ahora conectan con Trump, Bolsonaro, Salvini o Orbán y se sienten normalizados aunque estén sometiendo a la ciudadanía española a una inmersión de sentimientos de odio, crispación y agresividad que no merecemos porque llevamos dando, durante muchas décadas, una demostración sin tregua de civismo, de convivencia pacífica, de tolerancia y de saber gestionar nuestros muchos problemas con diálogo desde una posición activa.

Por eso se equivocan. Su marco cognitivo, que es dogmático por lo que dentro de él solo caben fieles o traidores, es lo contario de los valores que sustentan la democracia: el reconocimiento de que somos, pensamos y sentimos diferentes y que podemos vivir juntos en el conflicto legítimo, desde la lealtad a las reglas que ordenan ese conflicto. Y se equivocan porque, aunque haya una herida sociológica de cuarenta años de dictadura que ellos quieren que nunca cicatrice, un país como el nuestro, que ha sufrido tanto pero que también hemos experimentado la convivencia democrática. tenemos ya los anticuerpos suficientes para rechazar mayoritariamente a ese virus del enfrentamiento moral al que esta derecha nos está sometiendo.

Son ellos los que tienen que cambiar para que podamos ir consensuando las actualizaciones necesarias de nuestro sistema institucional. Necesitamos pasar página de esa maldición histórica que ha sido una derecha alérgica a los valores democráticos. Necesitamos una derecha que defienda legítimamente sus intereses y sus ideas, pero que sea leal con quién gobierna y que admita la legitimidad de quienes no somos como ellos para tener plena capacidad de libertad de expresión y de manifestación. Necesitamos en fin una derecha europeista y por qué no, federal, que olvide el sueño imposible del soberanismo monolítico y empiece a sentir afecto por los valores democráticos.

 

  • Imagen de Helena Almeida

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