Rafa Rodríguez
La crisis provocada por la pandemia condiciona toda la situación social y económica, con sus consecuencias en la salud, pero también en la pérdida de puestos de trabajo, cierre de empresas y disminución de los ingresos. Además, la situación creada por la pandemia ha acelerado los cambios que ya estábamos viviendo, desde la digitalización y la robotización hasta el teletrabajo
Socialmente hay una gran incertidumbre, y en cierto modo pesimismo, no solo por la pandemia sino también por estos cambios tecnológicos y laborales, que están provocando un empeoramiento de las condiciones de vida y más desigualdad, con el contexto de la crisis ecológica global, en particular del cambio climático, en un entorno de desigualdad estructural. Todo ello constituye sin duda al mayor desafío al que nos hemos enfrentado en el siglo XXI.
A pesar de la larguísima crisis, ésta tiene un carácter transitorio, aunque va a generar cambios estructurales. A nivel de política internacional ya estamos viendo los cambios: hay un escenario más favorable tras la derrota de Trump y la nueva administración de Biden y en Europa hay una nueva actitud de la UE, muy alejada de la respuesta a la crisis de 2008, que ha aprobado los importantes Fondos europeos para la reconstrucción y está gestionando en común la compra y distribución de las vacunas. El plan Biden-Harris y el plan europeo de recuperación además de sus contenidos económicos pueden formar parte de un movimiento social y cultural más amplio.
También la lucha contra la pandemia ha puesto en primer plano la importancia de las propuestas progresistas: el valor de la ciencia, la necesaria fortaleza de la comunidad, la seguridad, la protección y la libertad que proporciona el Estado social y democrático de derecho, la necesidad del reencuentro con la naturaleza, la dignidad del trabajo, la igualdad como situación y como relación, y la existencia de un solo mundo, en su enorme diversidad, que no puede ser gobernado solo por los mercados, sino que necesita el consenso que proporcionan los poderes públicos democráticos.
Un consenso sustentado en la convivencia pacífica y en la satisfacción de las necesidades básicas de la población, al margen del mercado, que ya no puede circunscribirse al interior de cada Estado. Por eso necesitamos la renovación del consenso democrático tanto para que incorpore una irrenunciable perspectiva global como para incluir nuevas necesidades básicas, desde la vivienda, el trabajo asegurado o una renta garantizada, hasta el acceso a las vacunas y la protección del medio ambiente, revirtiendo con urgencia la crisis climática.
Parece que estamos en llegando al final del túnel al que nos ha llevado esta pandemia, que dura ya más de un año, pero nos debatimos entre una cuarta ola de contagios y la vacuna, entre la crisis social y la reconstrucción económica. La sensación de estar ya en una zona de transición, aunque llena de contradicciones, está provocando la recomposición del sistema de partidos en el conjunto del país para disputar la dirección política que va a tener la reconstrucción económica y social.
En esta recomposición la disputa es entre el impulso de la democracia en sentido amplio (la política, los sindicatos, las Comunidades Autónomas, las leyes para evitar los contagios, los servicios públicos, las instituciones, la vida comunitaria, los organismos internacionales como la OMS, la Unión Europea, etc.) y el descrédito que propaga la derecha para desmovilizar la participación de mucha gente que no pertenece a los sectores privilegiados.
La imagen que ilustra el artículo es la reproducción de una obra del pintor Hugo Fontela (Asturias, 1986)