Rafa Rodríguez
La crisis de la globalización ha quebrado el proyecto político que cohesionaba a las oligarquías económicas[1] en torno a la utopía de conectar crecimiento, a través de un mercado mundial único, con democracias de baja intensidad en Estados débiles, bajo la hegemonía del neoliberalismo.
Esta crisis, que se proyecta de forma multidimensional a través de la crisis económica (inestabilidad, financiarización, bajo crecimiento, inflación, etc.), la crisis ecológica, el aumento de la desigualdad, el ascenso del sector de la economía digital, las guerras de exterminio, la precarización del trabajo, la pandemia, el acortamiento de las cadenas de valor, las tensiones geoestratégicas o el aumento de dictaduras y gobiernos autoritarios, dibuja un escenario muy complicado para que las oligarquías económicas puedan poner en pie un nuevo proyecto global.
Por eso, la crisis de la globalización es la crisis del capitalismo, cuyos líderes carecen de un proyecto viable para poner en marcha un nuevo ciclo de acumulación en entornos democráticos que garanticen unas bases suficientes de igualdad, con una gobernanza mundial capaz de lograr la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y mantener unos niveles de vida aceptables para el conjunto de la población.
El aumento de las temperaturas por encima de 1,5º urge a abandonar la economía de los combustibles fósiles, lo que está dejando obsoleta gran parte de la base manufacturera, que necesita una cantidad ingente de inversión para su reconversión, al mismo tiempo que los Estados necesitan incrementar sus ingresos para hacer frente a la desigualdad creciente y a los efectos del cambio climático.
Ante las dificultades para hacer compatible el aumento de los beneficios empresariales y la reproducción del capital con la democracia, en esta crisis de la globalización, una parte importante de las oligarquías económicas se está decantando por apoyar, directa o indirectamente, la destrucción de las democracias y optar por la segregación social y territorial, rompiendo los consensos éticos globales, ejemplificado en la agenda 2030, mediante la anestesia moral de un capitalismo “gore”[2], para mantener sus privilegios y posiciones de poder sobre las clases populares y del Norte sobre el Sur Global.
En la reconfiguración del poder de las oligarquías globales durante esta crisis, las grandes empresas tecnológicas han logrado un enorme poder económico y el control sobre el flujo de información y comunicación, la vida cotidiana de las personas, el comercio, los satélites y la industria militar, liderando todos los rankings.
Están adoptando una estrategia de acumulación de poder y de desapoderamiento de la población apoyando a opciones políticas neofascistas para destruir, desde el tablero global, las articulaciones políticas que han ido conquistando y tejiendo las clases populares, en especial las democracias estatales y las construcciones internacionales multilaterales. Parece que buscan una salida sólo para ellos, proyectando construir metafóricamente “oasis verdes” y abandonando a una inerme “población sobrante”.
Su estrategia pasa en primer lugar por una victoria de Trump en las elecciones del 5 de noviembre de 2024.
(*) La imagen corresponde a una obra de Jean-Michel Basquiat
[1] Las oligarquías económicas son la parte de las élites que tienen el liderazgo en las grandes multinacionales con capacidad para condicionar los mercados.
[2] Sayak Valencia. Capitalismo Gore