Rafa Rodríguez
La globalización ha sido el proyecto político de las oligarquías económicas de EE.UU. y sus aliadas para la reconfiguración del capitalismo desde los años 70.
Fue un proyecto construido a lo largo de cuatro décadas, con el objetivo general de organizar un nuevo orden mundial a través de un mercado planetario único y jerarquizado, que no descansara exclusivamente sobre la fuerza, sino sobre una economía de la abundancia, capaz supuestamente de acabar con la pobreza, la escasez y de mantener regímenes democráticos de baja intensidad.
Este proyecto político lo construyó lo que se llamó la nueva derecha, basado en la prevalencia del sector financiero, el debilitamiento del poder público y en un régimen internacional muy jerarquizado, que consolidaron una estructura de poder basado en el dominio de las multinacionales frente a los poderes políticos locales, con un entorno de Estados segmentados y de mercados mundializados.
El neoliberalismo defiende una estructura social basada en el mercado y el individuo frente al Estado y la sociedad, la desarticulación entre economía, poder público y comunidad en todas las escalas, y el postmodernismo en el campo cultural. La confluencia de globalización económica, neoliberalismo político y postmodernismo cultural, han ido logrando generar un cambio cultural antropológico.
En el contexto de la globalización se había producido el fin de la URSS sin confrontación militar[1], el aumento del nivel de vida en los países occidentales, hacer posible que millones de personas salieran de la extrema pobreza en China, India y en otros países del extremo oriente, grandes avances tecnológicos, ascenso de la democracia[2] y progresión en los derechos de la mujer y de las personas LGTBI+[3].
Pero la globalización ha generado problemas a los que nunca se ha enfrentado la humanidad. Ha acelerado la crisis ecológica (fenómenos climáticos como el calentamiento global, sequías, Danas o huracanes, contaminación y residuos, reducción de la biodiversidad, agotamiento de materiales no renovables, etc.), inestabilidad económica agravada por la financiarización de la economía, precarización del trabajo, desigualdad territorial y social, migraciones masivas o el debilitamiento de los Estados frente al aumento y la concentración del poder de las oligarquías económicas.
La globalización adolecía de una inestabilidad económica endógena, por ser un sistema altamente especulativo, lo que ha provocado crisis financieras globales y en 2008 provocó una profunda recesión que afectó a todos los sectores de la economía.
El proyecto político de la globalización dio síntomas de agotamiento en todas las esferas, habiendo llegado a su tope político, económico, social, ambiental y cultural.
Tras casi cuatro décadas de expansión (1971 – 2008), vivimos una larga transición tras el fracaso del proyecto político globalizador.
Desde entonces padecemos una permacrisis (un periodo prolongado de inestabilidad e inseguridad derivado de una serie de sucesos catastróficos) y policrisis, con la profundización de la crisis climática, y catástrofes como la pandemia (2020), la invasión de Ucrania por Rusia o el genocidio de Israel contra el pueblo palestino (2023).
Hoy asistimos a guerras civiles como en Sudán del Sur, tensiones geoestratégicas entre EE.UU. y China, la nueva amenaza nuclear, el ascenso de la ultraderecha y de las dictaduras, segmentación e incomunicación social o mercantilización de la cultura y de la opinión pública, hasta el punto que se puede hablar de emergencia climática, política y social global.
No es que el mundo esté hoy menos interconectado. Aunque sigue habiendo una estructura productiva global, las estructuras económicas evolucionan hacia una desglobalización limitada y traumática, los Estados siguen fragmentados con dependencia política de lo que ocurre en EE. UU. y continúa la inercia antropológica de los valores que ha generado el neoliberalismo.
El proyecto político de la globalización está agotado porque es incapaz de aportar soluciones a los problemas que ella ha generado y no cumple sus expectativas de paz y desarrollo para todos los territorios, aunque con distintos grados.
El fracaso de la globalización implica el cuestionamiento de las oligarquías que habían conseguido imponer su hegemonía, a medida que la globalización se consolidaba, durante un largo periodo de casi cuarenta años (desde inicio de los años setenta del pasado siglo hasta la gran crisis de 2008).
Esas oligarquías han sido incapaces de aportar una perspectiva de soluciones a los problemas que ellas misma ha generado o agravado.
El consenso político neoliberal ha saltado por los aires, asegura Gary Gerstle[4] pero continúan vigentes los valores culturales que generó, con una institucionalidad global incapaz de aportar soluciones ni de reformarse, con unas oligarquías económicas divididas y sin que se vislumbre una alternativa democrática para el conjunto del planeta.
(*) La imagen corresponde a una obra de Jean-Michel Basquiat
[1] El llamado Consenso de Washington definió las reglas de la economía para el mundo postsoviético.
[2] 33 países se democratizaron en esa década.
[3] Hasta el punto que autores como Fukuyama proclamaron “el fin de la historia” (1989), es decir, que el capitalismo globalizado era el punto de llegada de la humanidad.
[4] Gary Gerstle, Auge y caída del orden neoliberal, Península, Barcelona, 2023.