Por Concha Caballero
La metáfora –nos enseñaban en las escuelas-, es un recurso por el que se traslada el significado literal de una palabra a otro nivel o sentido. Algunos piensan que las metáforas son sólo recursos literarios, propios de poetas que andan a su caza con redes invisibles. Sin embargo, nuestra vida cotidiana, nuestra construcción mental del mundo, está llena de metáforas, de cambios de sentido y simbologías, algunas tan ocultas o tan arraigadas en nuestro inconsciente que apenas podemos distinguirlas de la realidad. Si no me creen, prueben a leer a García Lorca, en sus obras más claras y populares, y se encontrarán un laberinto de metáforas que sin saber explicar, entienden.
Hay metáforas amorosas, literarias, deportivas y políticas. La iconografía partidaria, el rojo y el azul, las formas de expresión nos trasladan también a contenidos asumidos, a códigos conocidos o sugeridos.
En la historia reciente de Andalucía ninguna acuñación política ha tenido tanto éxito como “la deuda histórica”, ni tanto valor metafórico. En tan sólo tres palabras se han resumido sentimientos y razonamientos complejos sobre los problemas y aspiraciones de Andalucía. Esta expresión ha concentrado en su significación el trato desigual que el Estado dio a Andalucía, la desventaja inicial con que nuestra autonomía comenzó a caminar y los deseos de igualdad de nuestro pueblo con el resto del Estado.
La deuda histórica perdió prestigio en estos últimos años en los que el crecimiento desmesurado produjo la ilusión de que las desigualdades iniciales estaban superadas hasta el punto de que los gobernantes hablaban con soltura de que Andalucía acariciaba el objetivo del pleno empleo. Por lo visto, el bosque de las urbanizaciones no permitía ver el árbol de la realidad, a cuya sombra rebrotaban las raíces centenarias del desempleo andaluz.
De forma brusca, un millón de parados nos han desvelado los problemas ocultos, los fallos y fallas de nuestro modelo de desarrollo. Un millón de personas paradas que no pueden ser una pancarta, un pretexto, un lema electoral, un arma arrojadiza sino una interrogación sobre los errores cometidos, un motivo para la acción y para el cambio.
En el segundo año de la era post-desarrollista, Andalucía mira de reojo al Estado y no encuentra nada: ni fondos europeos, ni inversiones especiales, ni un gesto de comprensión ante la comunidad con mayor índice de desempleo. No es de extrañar que – según publicaba la encuesta especial de El País Andalucía con motivo de los treinta años de autonomía-, el ochenta por ciento de los andaluces piensen que el gobierno debe ser mucho más reivindicativo ante la administración central.
Justo en esta situación económica y anímica, el gobierno andaluz ha negociado el pago final de la deuda histórica como si de un saldo insignificante se tratara. No se trata solo de la pequeña cantidad acordada, sino de la forma de pago a través de un suelo público que los andaluces contribuimos a sufragar y que nos pertenece, en una comunidad a la que se le sobran solares y le falta dinero y empleo. Por eso, la mitad de los andaluces rechazan esta forma de pago: no es que discutan los metros cuadrados transferidos, ni quieran una nueva tasación, ni que se sumen a la hipócrita campaña del PP que tanto contribuyó a su olvido, es que no les gusta el final anodino de esta historia: la falta de reivindicación, de sano conflicto y de defensa de Andalucía.
La sombra de la deuda histórica puede convertirse en la metáfora de las relaciones de Andalucía con el gobierno central, por eso el gobierno hace mal en no analizar su fuerte simbolismo. Como todos los objetos, con el uso cotidiano, las metáforas pueden desgastarse, perder su brillo inicial, pero cuando arraigan en el inconsciente popular, por muy gastadas y deslucidas que parezcan, siguen conservando el poder de señalar los sueños no cumplidos y las promesas vanas.