Vittoria Azzarita. La búsqueda de un modelo económico alternativo al paradigma dominante actual, fundado en la idea neocásica del capitalismo, ha generado en las última décadas una serie de estudios y teorías que –apoyadas en ejemplos prácticos reales– han puesto en crisis el concepto de progreso del que dependen las sociedades occidentales contemporáneas. El resultado principal de esas investigaciones es que más riqueza no equivale a mayor bienestar social e individual. Un nexo negativo ya descubierto en los años 70 del siglo pasado, cuando los primeros estudios sobre el tema mostraron que, aunque de la segunda posguerra en adelante las economías avanzadas aumentaron la producción de riqueza y la capacidad de satisfacer cada vez más necesidades, entre la población no se percibía un aumento correlativo del grado de satisfacción y felicidad. En 1974, el economista Richard Easterlin llamó al descubirmiento “paradoja de la felicidad”, para indicar que ser feliz y sentirse bien con sí mismo y con los demás no van determinados por el incremento de la capacidad económica, sino por otros factores como las relaciones interpersonales y la participación en la vida social.
El libro de Stefano Bartolini parte de tal constatación. Este profesor de Economía política y social de la Universidad de Siena presenta datos y observaciones recopiladas durante diez años para ofrecer su explicación de porqué la gente es menos feliz que en el pasado; y sugiere algunos caminos por los que escapar de la trampa que nos esclaviza a una idea perversa de desarrollo.
Su “Manifiesto por la felicidad” no es una condena universal de la economía y sus implicaciones, aunque acuse a los economistas de levantar falso testimonio cuando afirmaron la existencia del homo oeconomicus, cuyo único fin es producir más para ganar más para gastar más –lo cual luego ha proporcionado “el presupuesto antropológico de las teorías que justifican el orden económico actual”- Bartolini sostiene además que paliar la desazón vital y conquistar mayores cotas de libertad no tienen porqué implicar el deterioro de las relaciones interpersonales. Desde su punto de vista sería absurdo pensar que la economía no cuenta, puesto que la organización del sistema económico influye sobre la configuración de la cultura de las sociedades. Esto significa que, para evitar que los efectos positivos del aumento de riqueza se contrarresten con los efectos negativos en términos de pobreza relacional –según la “paradoja de la felicidad”-, la economía debe repensarse a sí misma para producir un nuevo concepto de progreso social. El gran éxito del que todavía disfruta el modelo de vida americano deriva del presupuesto de que el crecimiento económico es una aspiración global. Sin embargo, numerosas investigaciones antropológicas han mostrado la ausencia de tal presupuesto en muchas sociedades antes del contacto con los pueblos occidentales, lo cual por sí mismo demuestra la posibilidad de otros sistemas económicos.
El mensaje que destila el libro de Stefano Bartolini es que “el mundo rico no produce individuos más felices porque no está organizado para esto. La organización económica y social tiene otros objetivos. Si queremos más bienestar, debemos construir una sociedad orientada a ello.” De modo que el autor identifica algunas políticas para la felicidad que van de un diseño diferente del espacio urbano, que debería pensarse para favorecer las relaciones entre los ciudadanos y no para aislarlos, a una nueva pedagogía que debería “promover el sentido de la posibilidad, de la cooperación, la creatividad, la afectividad, la participación y la inclusión”. Las sociedades sólo volverán a ser felices, sin ser necesariamente más pobres, si restituyen a su lugar central a la persona y su función relacional.
Manifesto per la felicità
Come passare dalla società del ben-avere a quella del ben-essere
Stefano Bartolini
Donzelli Editore, Roma, 2010
Publicado en Tafter Journal, julio de 2010