Un problema elemental de la política son precisamente los partidos políticos. En el momento en que se conforma un partido las prioridades cambian, la ideología se deja de lado y la práctica se limita a una consecución de unos objetivos interesados para el partido, que pasa a ser el Partido. Todo lo que no esté en él pasa a estar en una estructura maniquea: si puedo aprovecharme de él de alguna manera, es bueno; si no puedo hacerlo o pone en peligro mis chanchullos, es el enemigo. Da igual la cercanía en los planteamientos: si se está lejos pero puede ser útil en un momento concreto, diplomacia y buenos modos; si se está cercano pero se demuestra la imposibilidad de aprovecharse de él, como si estuviera en la mayor de las distancias.
Este hecho en partidos o colectivos que defienden el libre mercado es comprensible, al fin y al cabo su política se basa en la competencia, en ser el número uno, y para eso hay que saber subir a lo alto de la pirámide sabiendo sobre quién apoyarse y a quién pisar para conseguirlo. Además que en esa línea de partidos, como el sistema acaba dando beneficios a todos los que participan, incluso el pisado está gustoso de estarlo siempre y cuando obtenga su recompensa.
Cuando hablamos de partidos o colectivos de izquierdas este hecho no sólo se mantiene sino que es incluso más hiriente. El propio sistema piramidal se encarga de atraer y neutralizar los peligros que le sobrevienen. Ahí tenemos partidos republicanos que aplauden a reyes, partidos nacionalistas que defienden la unidad estatal, partidos ‘revolucionarios’ que no tienen práctica porque contradiría su teoría. Todos ellos, cuando en la teoría deberían enfrentarse al sistema al pretender cambiarlo, en la práctica no hacen más que reivindicar y fortalecer la existencia de su supuesto enemigo. Su teoría sólo sirve para atraer a sectores del sistema al que dicen oponerse y, una vez atraído, lo utilizan para obtener beneficios concretos para ellos individualmente. Sencillamente rellenan los huecos del sistema, perfeccionándolo y contentándose con el sitio que le ha sido asignado. Y si en ese sitio no les corresponde ningún beneficio concreto, se contentan con quedar de reyes del basurero, siempre y cuando sean ellos los reyes. Al final todos contentos: el sistema con sus defectos barnizados, los que quedan fueran del sistema con sus pequeños taifas (a veces taifas individuales) donde se satisfacen por no tener nada salvo la corona sobre unas hectáreas del basurero mientras sueñan con ocupar un hueco en el sistema.
Oportunismo, arribismo, dogmatismo, sectarismo… en esa línea se expresa el 95% de los partidos y colectivos políticos actuales, especialmente en la izquierda. Por fortuna, nos queda el pueblo. Por desgracia, qué es ese pueblo depende de los intereses de los políticos. El pueblo andaluz como tal debe ostentar una serie de derechos, por puro espíritu democrático, pero esos derechos sólo se reclamarán según los intereses del sistema. ¿A la Duquesa de Alba le interesa? No, así que tampoco a ningún partido político andaluz. Y los que sí pretenden la soberanía del pueblo andaluz se automarginan en partidos que pretenderán la unidad si de esa unidad pueden sacar provecho político y/o quedar como partido hegemónico de esa unidad. Así que “el pueblo”, aún concretándolo en unos términos correctos, sólo queda como la excusa, el motivo de existencia del Partido. Igualmente, todo aquel partido, colectivo o grupo de personas que no compartan su visión de cómo “liberar al pueblo” o “liberar a la clase trabajadora” o “liberar al pueblo trabajador” debe ser marginado por los marginados. Pero luego habrá mil teorías, una por cada taifa política, sobre el porqué de la situación política y la desidia de la población. Estamos en crisis económica y a una manifestación contra la crisis, en Sevilla, acuden 150 personas… a una manifestación contra la gestión de Lopera en el Betis acuden 60.000… pero nadie hace una reflexión sobre eso, la autocrítica es mala para la corona del taifa.
A cada momento histórico le corresponden unas debilidades concretas, y no en exclusiva a una forma de gobierno o sistema político. La primera debilidad actual es precisamente la falta de un espacio político que funcione como un anti-partido. No existe ningún partido político que no anteponga su política a su ideología. Podemos estar mil años hablando, debatiendo sobre cómo cambiar la situación en la que vivimos pero no existe ningún anti-partido, ningún tipo de organización, que lo haga aunque todos sabemos que debe existir. El problema viene precisamente de que el primer paso de ese anti-partido está en la unión de partidos y colectivos políticos ya existentes. “Tan sólo” hay que poner sobre la mesa una línea ideológica concreta que dé resultados prácticos, y de ahí empezar a trabajar honestamente en grupo para ver cómo conseguir los objetivos pretendidos. ¿Serán capaces de dejar de lado sus intereses egoístas y darse a ese proyecto que tanto dicen anhelar? Sólo el tiempo y las acciones concretas que se hagan en esa línea nos los dirán.
Ángel Velasco
Los intelectuales andaluces estan amuermados. Los profesores están amedrentados por el regimen socialista. Y los profesionales esperando un favor del político de turno y, no se etrven a hablar. Con estas tres opcines como vamos a conseguir la liveración de Andalucía, imposible
Obviando el sectarismo-plomo en las alas del vuelo de las ideas-.Inocular en el «alma»de todos los que puedan aportar al enrriquecimiento del Conocimiento de la ciudadanía andaluza-de todos los hombres,(intelectuales,profesores,profesionales,etc..)el virus del Compromiso Social desde las atalayas,los campus,las plazas públicas,en la vida cotidiana.Para volver a ser lo que fuimos y desafortunadamente no somos.
No es más hondo el poeta en su oscuro subsuelo
encerrado,su canto asciende a más profundo
cuando,abierto en el aire,ya es de todos los hombres.