Hechos y valores
En la introducción:
A pesar de la reticencia de muchos científicos acerca del tema del bien y del mal, el estudio científico de la moralidad y de la felicidad humana está en marcha. Esta investigación está obligada a provocar el conflicto de la ciencia con la ortodoxia religiosa y la opinión popular, del mismo modo a cómo lo ha hecho nuestra creciente comprensión de la evolución, porque la división entre hechos y valores es ilusoria en al menos tres sentidos: (1) cualquier cosa que pueda conocerse sobre la maximización del bienestar de las criaturas conscientes, que es, como argumentaré, la única cosa que podemos valorar razonablemente, en algún punto debe traducirse en hechos sobre el cerebro y su interacción con el mundo en general; (2) la idea misma de conocimiento «objetivo» (esto es, conocimiento adquirido a través del razonamiento y la observación honesta) posee valores en sí misma (…) (consistencia lógica, confianza en las evidencias, parsimonia, etcétera); (3) las creencias sobre los hechos y las creencias sobre los valores parecen surgir de procesos similares en el nivel del cerebro: parece que tenemos un sistema común para juzgar la verdad y la falsedad en ambos dominios.
¿Es posible una ciencia de la moral?
A pesar de que no pocos científicos (científicos cognitivos, evolucionistas, neurocientíficos, sociólogos y un largo etcétera) estudian hoy la moral como un fenómeno natural, e incluso emplean rutinariamente metodologías que vulneran el tabú de no definir la moral en términos no morales, sin embargo muchos siguen mostrándose radicalmente escépticos con la posibilidad de una ciencia moral normativa, capaz eventualmente de determinar los valores morales y dar respuestas correctas a los dilemas morales. Harris propone superar este escepticismo comparando esta buscada ciencia de la moral con la medicina científica, así como equiparando el concepto de «bienestar» moral con el de «salud» médica:
La ciencia no puede decirnos por qué debemos valorar la salud científicamente. Pero una vez que admitimos que la salud es la preocupación propia de la medicina, podemos estudiarla y promocionarla a través de la ciencia. La medicina puede resolver cuestiones específicas sobre la salud humana, y puede hacerlo incluso cuando la misma definición de «salud» continúa cambiando. De hecho, la ciencia de la medicina puede hacer maravillosos progresos sin saber mucho sobre cómo su propio progreso alterará nuestra concepción de la salud en el futuro.
¿Es posible una moral universal?
Pensar sobre la moralidad en términos de un «Paisaje moral» con múltiples picos y depresiones implica reconocer que no existe un único, sino varios modos de florecimiento moral «desde la más profunda miseria hasta las alturas de la felicidad para el mayor número de personas». Implica pensar en términos de un espectro o continuo moral. Desde el momento en que reconocemos, argumenta Harris, que en una parte del espectro se encuentra «la peor miseria posible para todos», entonces podemos pensar en alejarnos del abismo mediante pasos graduales.
Aunque determinar el grado en que las proposiciones morales dependen de la «cultura» es en sí una tarea científica digna de todo encomio, el recorrido desde el valle de la desgracia humana es particularmente difícil de hacer partiendo de las premisas del relativismo cultural, puesto que según este no podemos aceptar ningún criterio moral no cultural sobre el significado de términos como «bienestar» y «felicidad». Harris propone comparar este argumento con los problemas típicos de la aceptación pública de la ciencia:
Según esto, sin embargo, las verdades de la ciencia son también «relativas al tiempo y el lugar en donde aparecen», y no hay modo de convencer a nadie que no valora las evidencias empíricas que debería valorar. A pesar de que llevamos 150 años trabajando en ello, aún no hemos convencido a la mayoría de los americanos de que la evolución es un hecho. ¿Significa esto que la biología no es propiamente una ciencia?
Tenemos buenas razones para creer que mucho de lo que hacemos en el nombre de la «moralidad», como lamentar la infidelidad sexual, castigar a los tramposos, valorar la cooperación, etcétera, surge de procesos inconscientes que han sido moldeados por la selección natural. Pero esto no significa que la evolución nos diseñó para realizarnos plenamente en nuestras vidas. De nuevo, al hablar de una ciencia de la moralidad, no me refiero a un estudio evolucionista de todos sus procesos cognitivos y emocionales que gobiernan lo que las personas hacen cuando dicen que están siendo «morales»; me refiero a la totalidad de hechos científicos que gobiernan el rango de las experiencias conscientes posibles para nosotros.
¿Ideas peligrosas?
A pesar de su dramática incompletud y brevedad, este libro es un acontecimiento intelectual. Su mejor virtud consiste en agrupar un conjunto de argumentos que han estado disponibles previamente de forma dispersa, dándoles una forma más persuasiva y comunicándolos potencialmente a un público mucho más amplio. En la medida en que rompe un tabú largamente apoyado por los dualistas culturales (desde ortodoxos religiosos a progresistas relativistas), Sam Harris podría haber pergeñado otra idea realmente peligrosa, en el mejor sentido de la expresión.