A medida que avanzan los días es fácil sentir que el mundo se mueve a velocidades inalcanzables y que no nos espera. Sabemos que son tiempos difíciles. Lo sabemos porque la crisis avanza por delante de nosotros dejando sin aliento a muchas empresas, personas y familias enteras. No hablemos ya del gran número de ayuntamientos en quiebra. La ciudadanía se pierde ante un panorama oscuro y de poca generosidad. Y lo que es peor, las instituciones públicas –diseñadas para la realidad de hace tres décadas- se manifiestan rancias y arcaicas para la realidad de hoy. Es preocupante que el Estado no acierte en las soluciones. No puede entenderse cómo, por lo general, nuestros representantes políticos dedican más atención al cómputo de electores para las próximas elecciones que a las terribles cifras del paro. Seamos sensatos y consecuentes, reconozcamos que el Estado instaurado en el 78 se desmorona ante las incipientes caídas económicas. Cae la economía, cae el Estado, caen los valores. Es el momento de darnos cuenta de que nuestro sistema debería mutar en sintonía con una realidad de cambios emergentes. Sin embargo, no alcanzamos a intuir su destino.
Lo cierto es que en la práctica se observa cómo lo público se resiste al cambio en momentos en que deberíamos avanzar con los tiempos y las nuevas necesidades. El futuro es incierto, no hay duda. Sin embargo, mientras muchos ciudadanos sufren los vertiginosos efectos de la crisis, muchos otros se han armado de valor y han optado por sobrevivir. Para ello doble esfuerzo y doble dedicación. Un poco de ingenio y de originalidad. Y sacar ánimo de donde no existe más que pesar y sufrimiento. Resiliencia y lo que en el campo del management se llama
“reinvención”. Una manera de buscar el progreso personal mediante nuevas alternativas. Una revolución impulsada por una insatisfacción personal que a su vez tiene su origen en una crisis económica, y desgraciadamente, de valores.
Y aunque nos cansa seguir escuchando que la crisis equivale oportunidad, es alentador en estos momentos recurrir al pensamiento de algunos andaluces, que aunque en otras épocas, sufrieron el desgarro de situaciones de crisis y de oscuridad. Con anterioridad a las fórmulas
mágicas del management, alguien se encargó de vislumbrar con acierto los habitáculos luminosos de los periodos de crisis. En concreto me estoy refiriendo a la pensadora malagueña María Zambrano. Para ella cada crisis desnuda la vida, desvela sus entrañas, expone sus raíces. Quiere decir que la pensadora al abordar el fenómeno de la crisis, se situó en las raíces, como si se tratara de un mecanismo casi natural de solución de problemas: partir de los orígenes. Y, pensándolo bien, tiene su lógica, porque en momentos delicados y de insatisfacción es importante tener claro el soporte o la raíz desde la que hemos crecido. Y esto no equivale a retroceder. Más bien es un soplo necesario hacia el futuro.
Así, inmediatamente María recurre a un concepto muy extendido durante toda su obra y que, entendido en esta tesitura originaria de la raíz, vendrá a aportar un elemento pendular que se comportará como el principal estimulador ante la crisis: la esperanza. Y dirá “sólo la esperanza rescata a la conciencia de su enemistad con la vida, transformando su fría claridad en luz viviente”. Es que para Zambrano el hombre es el ser cuya primera manifestación es la esperanza. La esperanza, y no el instinto y no la inteligencia. Esperanza o trascendencia que no es otra cosa que hambre de nacer del todo, pero nacer, será no morir, es resurrección. Y es muy importante el sentido que María otorga a la esperanza. Porque la coloca en el centro de la vida, como la trascendencia misma de la vida, y además la concreta en su rasgo más humano: mantener abierto el futuro, conducir el nacer de cada instante hacia el infinito horizonte de lo posible.
Un concepto cargado de fuerza, como podemos observar, y que no se aparta de la luz. En esta dirección no puede más la pensadora que concebir la esperanza como fuego, como lámpara en el corazón y así consigue crear un centro donde el entendimiento y la sensibilidad se comunican, transformando al corazón en “el vaso de la unificación de todo el ser”.
Florece en el concepto, por último, su contenido más transgresor y que en momentos de crisis más nos puede orientar: la esperanza es revelación de lo que no somos. Esto que a simple vista parece irrelevante, es el principio de todo comienzo. Pero no de cualquier comienzo, sino de todo comienzo sensato. Es como la vida cuando es no lo que es sino lo que puede ser. Es aquí cuando Zambrano habla del hombre como el que padece su propio y continuo nacer. Y acabará concluyendo que el hombre es un ser trágico: conoce padeciendo, padece para saber.
Bien sabía ella en qué consiste la esperanza si llegó a padecerla durante casi medio siglo de exilio. Si cuando regresó ya era tarde, pues ni su tierra ni su España conservaban la esperanza que durante tanto tiempo ella había cosechado. Sin embargo, visionaria como ella sola, pensó que hay un pulso en todo y que la noche lo descubre, la noche oscura. Y cómo no, fiel a su irrenunciable esperanza, a su sentir originario, a su raíz, acabó pensando que en un remoto horizonte se abre una cierta llamada; un solo punto al que todo el conflicto se remite. Entonces entendió que en el centro de la oscura noche podría existir una inextinguible aurora.
Así las cosas nos queda pensar que en lo público la esperanza debe ser todavía más intensa y la necesidad de cambio más acentuada. ¿Será capaz nuestra administración pública de modernizarse y adaptarse a las nuevas necesidades? Nadie se atrevería a dar una respuesta sin titubear. Mientras tanto crece la insatisfacción ciudadana, vemos caer aquello que llamaron Estado del Bienestar y aflora la nostalgia y la creencia de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero afortunadamente de María Zambrano hemos aprendido que la esperanza es posible, y además hemos conocido su lado más humano, como motor de la verdadera reinvención. Sin embargo, parece que aún estamos lejos de contemplar la luz y la aurora. Ojalá tengamos suerte y sepamos alcanzarlas. La tarea es ardua y fundamental. Ojalá no sea demasiado tarde.
Ana Silva
Me ha encantado Ana.
Esperanza, verde esperanza…
cuánta razón
y corazón
gracias ana
Me encanta Ana.
Es triste que a María Zambrano se la conozca más por la estación del Ave que por el contenido de su obra.
¡Y menuda obra tiene!