José Caballero Bonald. Babelia.27/11/2010
Siempre asocio la imagen de Lezama a la de un docto caballero renacentista bien acomodado entre el humanismo y la buena mesa. Un poco distante de lo que tenía más cerca, viajero por los alrededores de un reducido mundo en cuyo fondo cabía el mundo, Lezama es un escritor desclasificado, un poeta, un narrador, un ensayista de anómalos y más bien exiguos vínculos con la historia lineal de la literatura del siglo XX. Decía Cernuda que era un poeta «inusitado en cualquier tierra de habla española, admirable y diabólicamente hermético». En el universo literario de Lezama comparecen efectivamente unas constantes estéticas de intrincados y exquisitos aparejos, una magistral potencia indagatoria en las contingencias de un lenguaje sibilinamente personalizado: la supra verba entendida como una nueva dimensión simbólica de la palabra. Lezama no pertenece a otra escuela que a la que él creó y se extinguió con él, una vez cumplida su difícil y espléndida heterodoxia creadora. Recomiendo a este respecto la correspondencia entre el poeta y Rodríguez Feo (Ediciones Unión, La Habana, 1989), donde -aparte de las valiosas referencias a Orígenes, la memorable revista que ambos fundaran- se despliega una luminosa radiografía de los modales humanos y los asombrosos registros culturales del autor de Paradiso.
La obra entera de Lezama es un paradigma de avidez de conocimiento a través de la escritura, de una escritura que, como él dijo del Góngora de las Soledades, «nos impresiona como la simultánea traducción de varios idiomas desconocidos». Sin duda que sus normativas poéticas incurren en distintos préstamos culteranos -barrocos-, pero el resultado final va más allá: es un barroco enriquecido con una serie de innovaciones léxicas, sintácticas, morfológicas sólo atribuibles al rango de una técnica de la imaginación de extraordinaria vitalidad. Su hermetismo, de existir, vendría a ser como la consecuencia del exceso de iluminación, del mismo modo que la presunta exuberancia de su código estilístico depende de la propia exuberancia sensitiva del autor. Imposible no reconocer la sugestión múltiple de ese paradigma que puede parecer excesivo y que de hecho tiene mucho de excéntrico en el ámbito de nuestra cultura literaria contemporánea. En cierto modo, la afanosa empresa poética de Lezama queda fijada en esa abrumadora tarea de renovación lingüística, cuyas claves parecen laboriosamente extraídas de «las profundas cavernas del sentido». Por ahí se llega sin duda a la esencia misma de la creación poética.
Yo me adentré por primera vez en el complejo y fascinante corpus poético de Lezama durante unas cinco semanas de 1966, justo cuando apareció Paradiso. José Ángel Valente y yo -que estábamos pasando una temporada en Cuba- fuimos a visitarlo a su casa de la habanera calle Trocadero, 162. Recuerdo muy bien al poeta, un señor cortés y orondo, mordaz y asmático, recluido como a perpetuidad en una habitación bien abastecida de cuadros, libros y cachivaches de varia redundancia, aposentado en un sillón abacial entre cuyos brazos se apoyaba una tabla a manera de pupitre, fumando con fruición un tabaco de «las mejores vegas de Bayamo». Tenía aspecto de criollo ilustrado, devoto sensual de la naturaleza y mal avenido con las mediocridades urbanas. Su conversación era una larga secuencia de figuras retóricas, en especial de epítetos y perífrasis, con lo que resultaba muy difícil mantener un diálogo más o menos convencional. Sólo una fugaz mención a la cocina popular cubana introdujo aquella vez en la profusa alocución del poeta algún que otro improperio contra los deplorables vínculos entre gastronomía y revolución. Decía Cortázar que Lezama hablaba como escribía, a lo que podría añadirse que lo hacía en una lengua adecuadamente concebida con el propósito de que el oyente o el lector no se llamara a engaño. Su secreta idea del mundo era su lenguaje secreto, el «eterno reverso enigmático», como él decía. Supongo que si hubiese empleado otro habitual uso lingüístico no habría sido viable esa personalísima tarea de invención de la realidad, de juego de espejos y máscaras que fundamenta la entera actividad poética -en prosa y verso- de Lezama. Ya se sabe que una cosa es la verdad literaria y otra muy distinta la verdad a secas.
Paradiso ha merecido toda clase de asedios críticos a cuenta de su condición de anti-novela, de su irracionalismo palmario, de sus desconexiones temáticas. Todo eso quizá pueda ser cierto, no estoy seguro, pero lo que de veras importa en este caso es la excepcional voluntad creadora de Lezama, su promulgación de un «sistema poético» que trasciende los cánones al uso y asume un tratamiento artístico de la realidad absolutamente seductor, regido por una verbosidad que parece como proyectada en un entramado mitológico. Por ahí, por esa selva virgen del texto, puede uno internarse sabiendo que lo aguardan frecuentes extravíos, pero también copiosos deslumbramientos. Las pérdidas posibles se compensan con los hallazgos magníficos.
La poesía de Lezama -desde Muerte de Narciso a Fragmentos a su imán- responde en puridad al mismo planteamiento estético que su narrativa -desde Juego de las decapitaciones a Oppiano Licario- o que su trabajo ensayístico -desde Analecta del reloj a Las eras imaginarias-. Con alguna episódica salvedad, en todos los casos se verifica como una especie de similar desalojo de una realidad que va a ser lujuriosamente sustituida por otra versión posible de esa realidad, o de ese enigma que para entendernos llamamos realidad. La diferencia de géneros apenas interfiere esa peculiarísima osadía compositiva. Lo que llamó Valente a este respecto «la apertura infinita de la palabra» viene a ser aquí como una celebración del más depurado arte de escribir, de un arte que se mantiene magistralmente vivo porque nació sin ningún condicionamiento temporal. Releer a Lezama continúa siendo un muy acreditado ejercicio de literatura comparada para neutralizar el desánimo
Estimado amigo le agradecemos la autorización para la publicación de la foto de Lezama Lima. Nosotros nos hemos limitado a reproducir ( citando la fuente) el artículo de Caballero Bonald que publicó el diario El País el 27-11-2010 (http://www.elpais.com/articulo/portada/Jose_Lezama_Lima/Lezama/Lima/Paradiso/elpepuculbab/20101127elpbabpor_30/Tes) .En dicho artículo el pie de foto no remite a un autor sino a la agencia de noticias France Press. De todos modos le reiteramos las gracias por su amable autorización y la felicitción con por la enorme calidad de la fotografia.
CD. Paralelo36
Con mucho gusto autorizo a su publicacion a usar mi foto de la exposicion Lezama Inedito, pero seria justo que me dieran credito.Muchas Gracias, Ivan Canas.