No sé si os habéis dado cuenta que últimamente Facebook promociona diversas causas sociales. Su manera de activismo es bien sencilla y muy útil por la gran visibilidad que obtiene la causa en cuestión. Por ejemplo, en el Día del Orgullo LGTB, la red social permite que sus usuarios coloreen su fotografía de perfil con los colores del arcoiris, símbolo de la lucha por la libertad sexual. Igualmente ocurre con el 8 de Marzo, Día de las Mujeres, la red social sacó una banda rosa y coloreada con otros tonos en un claro alegato a favor de la igualdad entre hombres y mujeres. A ambas reivindicaciones me sumé yo mismo.
Sin embargo, en este Primero de Mayo, Día de los Trabajadoras y Trabajadoras, me he quedado esperando una bandera, un símbolo o cualquier invento de Facebook para poder colorear mi perfil y darle visibilidad a la causa que provoca la mayor de las discriminaciones que sufrimos las personas sencillas. Es a través de la degradación de las condiciones de trabajo como muchas personas enferman, empobrecen, pierden sus viviendas, dejan de pagar las facturas y pierden cualquier libertad de movimiento en un sistema donde los derechos se puede disfrutar en tanto en cuanto se tenga dinero para pagarlos.
Y no es que a Facebook se le haya olvidado hoy poner una banderita para animar a la gente a visibilizarse como trabajadores o trabajadoras y, de paso, reivindicar un mundo con salarios justos y sueldos decentes, es que Facebook, icono del capitalismo globalizado que llamamos “neoliberalismo”, puede integrar en su política de empresa a mujeres y hombres homosexuales, bisexuales o transexuales, a mujeres que pidan romper con los techos de cristal en nombre del feminismo, a animalistas que reivindiquen un buen trato a los animales o incluso a quienes reivindiquen la bicicleta como vehículo.
El capitalismo puede ser gayfriendly, eco, incluir a mujeres en sus consejos de administración, cuidar con cariño a los animales o poner árboles en la puerta de las empresas para que sus empleados respiren mejor, pero lo que no puede hacer el capitalismo es acabar con la explotación sobre la que se sustentan los beneficios infames de miles de empresas, a cambio de empobrecer las condiciones de trabajo de sus empleados y empleadas.
El sistema capitalista, que no es sólo un sistema económico sino que, sobre todo, es un modelo cultural que lo impregna todo, puede animar a que las mujeres denuncien el acoso sexual que sufren en las calles un sábado por la noche de vuelta a casa, pero jamás tolerará que las mujeres denuncien el acoso sexual que muchas de ellas, y de manera silenciosa, sufren en sus empresas. El capitalismo tolera que un gay o lesbiana reivindique el derecho al matrimonio homosexual, pero que no se haga sindicalista y denuncie que es expulsado de su empleo por su pluma marica o bollera.
Facebook no es un hecho aislado, es el reflejo de en lo que se han convertido las demandas de las personas trabajadoras, de cómo nos han convencido que lo que nos hace desiguales es solamente ser mujeres, negros u homosexuales. Hillary Clinton intentó vender igualdad y emancipación en EEUU usando las causas feminista, racial y de libertad sexual para ocultar los años de hostilidad y políticas de empobrecimiento de los demócratas contra los trabajadores, contra los más pobres de EEUU. La ultraderecha francesa no ha tenido para modernizarse nada más que hacerle unos guiños a los homosexuales galos y poner a una mujer de candidata.
La misma derecha española intentó hacer olvidar a los madrileños la corrupción del PP cambiando al candidato Ignacio González por Cristina Cifuentes, una mujer ‘moderna’ que defiende las demandas de las entidades de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales, que a veces tiene alegatos a favor de la igualdad de las mujeres y que cae bien entre muchos militantes de estos colectivos. Cristina Cifuentes defiende la igualdad de homosexuales, transexuales, bisexuales y de las mujeres ricas, se sobreentiende, aunque los movimientos que la ven con simpatía no se lo recuerden porque su activismo es por habitaciones incomunicadas.
Mucha gente muy activa en el feminismo o en la causa LGTB hoy no se han emocionado como lo hacen cuando se celebran las fechas de los colectivos en los que militan. El mundo del trabajo está aislado de las luchas por la igualdad, aunque es en nuestro rol como trabajadores donde podemos ser libres o no serlo. Es la falta de un trabajo o la mala calidad de él lo que provoca que muchas mujeres no den un portazo y abandonen el maltrato que sufren por parte de su pareja, pero sin embargo el trabajo es visto como un accesorio. ¿Cuántos estudios recalcan las condiciones laborales de las víctimas de la violencia de género? Muy pocos, de hecho se nos dice que es transversal. Y es cierto, la violencia de género es transversal pero las causas que permiten que se salga de ese infierno patriarcal no son transversales, están determinadas por las condiciones económicas de las mujeres.
Luego están quienes se sorprenden de que la ultraderecha esté ganando enteros en Europa y que haya conseguido gobernar incluso en EEUU. Justo en el momento donde las personas trabajadoras más están sufriendo la desigualdad por la voracidad neoliberal de querer acaparar todos los recursos en unas pocas manos desposeyendo a la gente sencilla de su riqueza, los movimientos emancipatorios se están construyendo sin clase social. No de manera hostil, sino de una forma mucho más sutil y efectiva: invisibilizándolos, ridiculizándolos y excluyendo al mundo del trabajo, cuando no contribuyendo al descrédito sindical y a la caricaturización de quienes salen a la calle a reclamar trabajos dignos y salarios decentes.
Nos convencieron de que lo transversal debería ser el género, la raza o las identidades sexuales y Facebook lo refleja así. Si los movimientos LGTB, raciales o feministas hicieran del mundo del trabajo lo transversal, sobre todo porque son homosexuales, minorías raciales y mujeres quienes tienen las peores condiciones laborales y más han sido empobrecidos, las causas culturales que abanderan no serían portada de las revistas de moda, ni Inditex fabricaría una camiseta con el eslogan ‘Soy feminista’ –producida gracias a la explotación de mujeres pobres en Bangladesh o India-, ni Facebook patrocinaría los días internacionales respectivos.
El capitalismo explota por el mundo del trabajo y hay quienes todavía siguen vendiendo emancipación con discursos de saldo que la misma derecha ya ha integrado entre sus postulados. Cambiar el mundo por habitaciones incomunicadas es una torpeza que sólo fortalece a quienes saben que la base de las desigualdades que sufrimos son económicas y no identitarias. O transversalizamos el mundo del trabajo o las clases populares empobrecidas verán en el feminismo, en las minorías raciales y en la causa LGTB a una élite económica insensible que trabaja en contra de sus intereses.
Ni en el sueño mojado más orgásmico de la derecha podría pensar que las causas emancipatorias que han negado toda la vida podrían algún día ser convertidas en propias para usarlas contra los pobres. Marine Le Pen lo sabe y anda en Francia intentando conseguir el voto de los habitantes de los suburbios, a quienes se han empobrecido e invisibilizado mientras Hollande y Macron defendían con inusitada energía el matrimonio entre personas del mismo sexo o leyes supuestamente feministas. Los gays, los negros y no digamos ya las mujeres, además de género, raza y orientación sexual, tenemos clase social. La misma crisis de la socialdemocracia europea está aquí, en que sigue defendiendo causas culturales porque no quiere o no puede entrar a defender a las clases medias y populares brutalmente empobrecidas por el capitalismo embrutecido que se niegan a enmendar.
Yo soy gay y nada me ha hecho y me hace menos libre que nacer en una familia sencilla con pocos recursos y las actuales condiciones tan lamentables que tengo como trabajador, con las que las paso canutas para pagar el alquiler o hacer frente a un gasto imprevisto. Facebook me da visibilidad como homosexual porque si me la diera como trabajador sería tildado de una red social populista, extremista y comeniños, que es como ahora se llama a quienes defendemos un mundo que no se sostenga sobre el maltrato a las capas más humildes de la sociedad.
El capitalismo lo puede integrar todo, menos las causas que cuestionan desde la raíz el reparto desigual de la riqueza y el infame beneficio empresarial que es la causa de la desaparición de las clases medias. Todavía estamos a tiempo de darnos cuenta y actuar en consecuencia. Antes de que sea tarde y las frases emancipatorias se vendan en las secciones de autoayuda de las librerías, justo al lado de los libros vendehúmos de Paulo Coelho, y la rabia de la gente sencilla e invisibilizada que cobran salarios de subsistencia, quien cobra algo, transmute en homofobia, machismo y racismo.