Jesus Mosterin.El País.05/01/2011.
Lo más revolucionario que le ha pasado a la cultura humana en los últimos tiempos ha sido el desarrollo de Internet. Su despliegue no ha hecho más que empezar, pero ya escuchamos los primeros crujidos que anuncian el resquebrajamiento de gran parte de las superestructuras políticas y económicas tradicionales. El pánico del Gobierno chino lo lleva a dedicar miles de censores a filtrar la Red y eliminar los contenidos que disgustan a la cúpula dirigente en un fatuo intento de poner puertas al campo. Pero Internet, la más poderosa herramienta de emancipación cultural, fue diseñada desde el principio para escapar a cualquier control y no se deja domeñar fácilmente por Estados, Iglesias, corporaciones ni grupos de presión, ofreciéndose prístina, libre y completa a cualquier ciudadano en cualquier rincón del planeta con acceso a ella.
La clase política, acostumbrada desde siempre a mangonear y mantener en la penumbra sus manejos, ve con inquietud creciente la transparencia y libertad que Internet aporta. Todos los Estados han mantenido caros y secretísimos servicios de espionaje, como la CIA americana y la rusa SVR (antes, KGB). Uno de sus máximos objetivos consistía en localizar y fotografiar las instalaciones de los otros Estados. En 1983, un avión coreano que hacía la ruta de Nueva York a Seúl por Alaska y que se había desviado ligeramente y quizás había penetrado el espacio aéreo soviético fue derribado por aviones de combate ante la sospecha de los jefes militares rusos de que pudiera tratarse de un avión espía que pretendiese sacar fotos aéreas de la isla de Sajalín. Los 269 pasajeros y tripulación a bordo murieron en el incidente. Actualmente, esas fotos las puede descargar cualquiera de Google Earth, que ha hecho obsoletos gran parte de los servicios de espionaje.
Varias de las noticias más sonadas de 2010 han sido protagonizadas por Wikileaks, una ONG sin ánimo de lucro dedicada a incrementar la transparencia mediante la publicación de documentos secretos que voluntarios de todo el mundo le hacen llegar. En los últimos meses ha dado a conocer numerosos papeles sobre la actividad militar norteamericana y cables secretos enviados por diplomáticos estadounidenses al Departamento de Estado. De hecho, gran parte de la información contenida en los cables ya se conocía por otras fuentes. Además, la diplomacia americana sale relativamente bien parada de la filtración, pues los diplomáticos aparecen como generalmente bien informados, sensatos y realistas en sus apreciaciones; quedan mejor, desde luego, que en sus acartonadas declaraciones oficiales. En casos muy específicos, sobre todo relacionados con la delincuencia y el terrorismo, es necesario mantener el secreto durante la preparación de operaciones puntuales. En los cables y documentos oficiales, sin embargo, el secretismo está fuera de lugar. Las iniciativas de Wikileaks contribuyen sin duda a crear un mundo más transparente, libre y seguro para todos.
En España, dos asuntos relacionados con Internet han removido los ánimos en el año recién transcurrido: el canon digital y la llamada ley Sinde. El canon digital es un disparate jurídico: una multa que se impone a todos los compradores de un soporte con el que se podría delinquir, aunque no se delinca. La excusa de esta tasa sobre los materiales de reproducción digital es que los compradores podrían usarlos para copiar contenidos de propiedad ajena. Es como si se dijera que todo comprador de un cuchillo de cocina debe pasar una semana en la cárcel, pues algunos usan los cuchillos para acuchillar al vecino y la policía no siempre puede encontrar a los culpables. Ya en febrero, la plataforma de internautas presentó tres millones de firmas para pedir la eliminación del canon digital. En octubre, la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó que el canon es un abuso y no cumple la directiva comunitaria y que, en cualquier caso, solo podría cobrarse a los particulares, pero no a personas jurídicas, como empresas y Administraciones, pues no emplean sus discos y aparatos para copiar. Yo tampoco empleo mis discos y aparatos para copiar y tampoco veo razón alguna para pagar el canon. Por otro lado, en 2009 se recaudaron 90 millones de euros por este concepto. En teoría, esos dineros se distribuirían entre los autores a través de intermediarios como la SGAE. Con 30 libros a cuestas, supongo que soy uno de los autores. Sin embargo, nunca he recibido un céntimo de la SGAE.
La ministra González-Sinde, no contenta con haber introducido el canon ahora tumbado, se ha pasado el año tratando de meter con calzador y sin debate previo alguno una ley contra las descargas en Internet que convertiría el cierre de un sitio web en una mera decisión administrativa. Trató de colar su propuesta de estraperlo y sin que se notase, como mera disposición adicional de la Ley de Economía Sostenible, con la que obviamente no tenía nada que ver. Al final su maniobra le ha salido mal y su proyecto de ley ha sido merecidamente derrotado en el Congreso en diciembre.
Lo que necesitamos es un debate abierto, racional, sereno y sin prejuicios. Internet está aquí para quedarse, afortunadamente, pues es la mejor esperanza que tenemos de un mundo sin censuras, controles ni fronteras, donde cada ser humano tenga acceso a toda la cultura sin límites ni restricciones y decida libremente en cada momento qué hacer y cómo hacerlo y en qué lengua hacerlo y por qué ideas interesarse y con quién hablar y comerciar y ligar.
No hay que demonizar las descargas en Internet. No es lo mismo copiar que robar. El ladrón priva al dueño de la posesión y usufructo de su propiedad, pero no así el copión, que se la deja entera. No es lo mismo robar un cuadro en un museo que reproducir su fotografía (que, hecha sin flash, no perjudica para nada al cuadro mismo). Los típicos objetos de robo son entidades compuestas de materia y forma, como los coches. Quien me roba el coche me deja sin coche. Los objetos de copia son formas puras, como la información, que no desaparecen por el hecho de ser reproducidas. Quien copia un texto mío no me priva del texto ni de las ideas que expresa, aunque a veces redunde en un lucro cesante. En realidad, aunque me irrita mucho que me roben la cartera, más bien me halaga que alguien se interese tanto por mis escritos como para fotocopiarlos o colgarlos en su blog.
Hay que proteger la propiedad intelectual, pero también hay que desempolvar las convenciones a menudo obsoletas que la regulan. Las patentes industriales son los productos sometidos a propiedad intelectual más relevantes económicamente; a pesar de ello, tienen una validez de 20 años, tras la cual pasan al dominio público y cualquiera puede usar lo patentado. En su actual regulación, la propiedad intelectual de autores y artistas no solo dura toda la vida del autor (con lo cual es fácil estar de acuerdo), sino que además, tras su muerte, todavía se extiende nada menos que 70 años a sus herederos y a los herederos de sus herederos, que nada han tenido que ver con su creación. Como ha escrito en este diario Josep Ramoneda, «habrá que encontrar fórmulas para que los herederos de un artista no vivan 70 años del cuento».
Todas estas cosas requieren una consideración pausada. Los intereses del grupo corporativo que tanto defiende la ministra (y que en parte son también los míos) son respetables, desde luego, pero no menos respetables son las ansias de libertad y autonomía de la comunidad creciente de los internautas, que incluye a la mayor y mejor parte de la juventud española (y mundial). Hay que buscar fórmulas nuevas e imaginativas de combinar rentabilidad y libertad, como hizo, por ejemplo, Google con su idea de combinar su envidiable rentabilidad empresarial con la libertad y la gratuidad de sus servicios a los consumidores, atrayendo y cobrando la publicidad.
Jesús Mosterín es profesor de Investigación en el CSIC.
Aquí los derechos de autor y la propiedad intelectual, único patrimonio de tantos artistas y pensadores (no sueldofijos de la mamandurria estatal), única cosa que legarán a sus hijos o a su pareja, ya no vale nada, por eso asistimos a una banalización totalitaria de la Cultura, sin creadores ni vanguardia, que nos arroja a un peor abismo que el de la inquisición o el estalinismo. Antes de que arrojemos a la cuneta a poetas o músicos, os propongo la lectura de este artículo de Javier Bardem, publicado en El Pais:
DEJEMONOS DE ESTUPIDECES… ¡ES ROBAR!
Quiero comprar un tomate fresco. Voy a llamar a un verdulero para que me venda uno recién sacado de la huerta. Pero resulta que si doy a un botón en mi ordenador un tomate parecido en sabor y color se instala automáticamente en mi nevera. No está igual de bueno que el de la huerta, pero me da igual, total… es para un gazpacho.
Se me ocurre además ser muy generoso y ofrecer a cuantos quieran que den a su propio botón y que se zampen otros cuantos tomates. Pero, ¡qué narices!, ¡además voy a montar un rollo publicitario junto a los tomates que ofrezco y así cada vez que alguien le dé a un botón yo me lleve una pasta! ¡Eso sí que es progreso!
¿Y el verdulero? Que se joda. Así es el libre mercado. ¿Y el que los planta? ¿Y el que los recoge? ¿Y el que los transporta? Pues también, que se busquen otra cosa.
Voy a pintar el salón de verde manzana. Hay un pintor muy bueno en el barrio que maneja el rodillo como nadie. No es barato pero la verdad es que el tío es un fiera con los colores, los clava. Pero mejor le doy al botoncito mágico y se me pinta el salón solo en cinco minutos. Tiene ronchones de pintura y hay trozos de pared con el color muy aguado, pero total, ¡lo voy a tapar con unos cuadros!
Y ya que estamos, voy a hacer otro alarde de liberalismo económico y anarquismo electrónico y voy a hacer que el que quiera habitaciones pintadas le dé al botón y elija el color que más le guste. Hombre, nunca va a ser lo mismo, pero encima que no se quejen, que es por la cara. ¡Y pastón pa mi bolsillo por dejar que se paseen al lado del botoncito mágico marcas de ropa y electrodomésticos! ¿Y al pintor ese que era un fiera? Pues nada, esto es lo que hay. Que se ponga a servir copas en el garito de su barrio. ¿Y el que hace los rodillos? Pues también. ¿Y el que construye escaleras? ¿Y los que cosen los monos de pintor? Ah, un momento, que también las copas me las bajo, aunque sean de garrafa asesina, dándole al botón. Joder, pues lo tienen crudo el pintor y los bares y los camareros y las de la limpieza.
No es culpa mía, yo solo ejerzo mi derecho a un libre consumo. No es mi intención para nada que la gente se quede sin trabajo, es un daño colateral involuntario. Y lo de llevarme pasta por acorralarles contra la cola del Inem… bueno, es parte de mi negocio involuntario.
Si uno lee esto creería que el que lo ha escrito ha bebido de más, de mucho más. Sería una explotación, un atentado contra el trabajo de muchas, muchísimas personas por el beneficio propio en nombre de la libertad de consumo. Un simple y claro caso de violación de los derechos de terceras personas, de abuso, de robo, de pura y llana violación del trabajo de miles y miles de personas.
Pero, ¿qué sucede cuando le dan al botón y se bajan una película y un disco? Ayudan a exactamente lo mismo que se cuenta aquí: a que miles de personas que han trabajado mucho y muy duro para darles calidad en lo suyo se vayan finalmente a la calle mientras unos ladrones se hacen millonarios a su costa.
No piensen en los más conocidos, a ellos esto les afecta tangencialmente. Piensen en los que no salen en la foto, en los que están a su alrededor haciendo que ese trabajo salga adelante lo mejor posible; en las miles de personas que viven de la artesanía del cine, y de la música; en los que visten, decoran, iluminan y maquillan, entre muchos otros; en los actores, directores y músicos que las pasan canutas para sacar algo adelante. A ellos les roban la débil posibilidad de un futuro laboral con solo apretar un botón. Y además sacan dinero con ello.
Dejémonos de estupideces: eso es robar. Es la orgía del crimen, la bacanal de violaciones a terceras personas.
Pero ya no hay ley que proteja al que se le ha robado. Ahora abraza al ladrón.