@RaulSolisEU | “Esta con tal de conseguir votos, lo que sea”. “Del 15M a Sálvame Deluxe”. “A estos de Podemos les cabe todo”. Son sólo tres comentarios que he leído en redes sociales a gente de espectros políticos muy diferentes, pero unidos entre sí por su miedo a lo nuevo, su odio a Podemos y un clasismo que les corroe y que les lleva a pensar que los políticos deben hablarle a sus compañeros de bancada (y de la banca) y no a la gente sencilla a las que les piden el voto.
El primer comentario es de un militante del PSC, el segundo es un periodista de ABC y votante confeso del PP y el tercero un exmilitante del Partido Comunista que pidió su baja en Izquierda Unida por la confluencia electoral entre los de Alberto Garzón y Pablo Iglesias. Son tres mundos muy alejados a priori, pero muy cercanos entre sí. Son el antiguo régimen frente al nuevo; son la soberbia de los machos de pelo blanco, heterosexuales y de estatus acomodado frente a un mundo que pide paso con las maneras tranquilas y empáticas de las mujeres y de estatus empobrecido.
El gran logro de Podemos no ha sido colar en el Congreso de los Diputados a la friolera de 72 diputados frente a los 21 que fue el máximo que logró alcanzar Izquierda Unida, sino convertir que la política sea prime-time, que se cuele en los hogares españoles en los horarios en los que antes se emitían los sketchs patéticos de José Luis Moreno. El gran logro de Podemos ha sido politizar el país, convertir el dolor social que genera el paro, la exclusión, los desahucios y las puertas giratorias en debates de máxima audiencia. Y eso es precisamente lo que no les perdonan los voceros del antiguo régimen.
Podemos ha logrado traducir el lenguaje feo, tosco, indescifrable y vanidoso de los políticos del antiguo régimen en una música que llega a la gente sencilla que está sufriendo en sus carnes vivir en un país con un 47% de trabajadores que cobran menos de 1.000 euros y en el que casi el 20% de los niños y niñas no pueden comer pescado y fruta en casa porque viven en hogares en pobreza solemne.
La aparición de Ada Colau en Sálvame Deluxe, donde ha revelado con la mayor de las naturalidades que tuvo una relación amorosa con una mujer, vuelve a levantar los fantasmas que habitan en el antiguo régimen y que el politólogo Ignacio Sánchez Cuenca retrata a la perfección en su libro ‘La desfachatez intelectual’.
Estos autoconsiderados intelectuales, que usan sus conocimientos para empobrecer más a la gente sencilla y marearse con tanta vuelta en las puertas giratorias, han despreciado toda la vida a la gente sencilla y consideran que dirigirse a ellas, a las personas que viven en los barrios populares, a través de los programas que ven es denigrar la acción política. La acción política no la denigran las comisiones del 3%, ni los informativos basura de TVE, ni los 1.300 imputados por corrupción, ni los 100 políticos presos y los muchos empresarios con vínculos con el poder político que han logrado privatizar los parlamentos. No, la acción política la denigra Ada Colau por ir a Sálvame Deluxe a hacer política en ‘prime-time’ y abrir la puerta de muchos armarios que aún se resisten a abrir.
Yo leo libros de filosofía, literatura centroeuropea, historia, política y economía y también el Vanity Fair; veo documentales de La 2 y Operación Triunfo; escucho música antigua y documentos de RNE y a Melendi; voy a ver cine europeo independiente y también he visto 8 apellidos catalanes y 8 apellidos vascos, entre muchas otras películas consideradas ‘basura’; me gusta la música clásica, pero mucho más la copla y algunas veces veo ‘Se llama copla’ o ‘Yo soy del sur’, programas de Canal Sur que tienen una gran audiencia.
Me gusta todo lo que le gusta a la gente. Me gustan las verbenas de los pueblos; me flipa, desde mi ateísmo, ver a millones de personas concentradas delante de un paso de Semana Santa poniendo toda su energía en ese preciso instante; me gusta lo más grande ir a la Feria y ponerme en una calle a mirar a la gente pasar. Me gusta ir de conventos, voy a misa muchos domingos sin creer en Dios (hoy he ido, al Monasterio de San Clemente en Sevilla) porque en los monasterios sevillanos hay recogimiento y belleza y necesito de ambas cosas para vivir. También veo Sálvame Deluxe y confieso que he visto alguna edición de Gran Hermano y que me trago todas las ediciones de Supervivientes. Lo que es una frivolidad es despreciar un formato como Sálvame Deluxe que ven cada semana más de dos millones de personas, no ir a una entrevista con Jorge Javier Vázquez.
En las críticas a Ada Colau por ir a Sálvame Deluxe hay un clasismo brutal. Nada de lo que le guste a la gente sencilla puede ser prestigiado y por eso los ataques se hacen desde la soberbia intelectual y no desde criterios de calidad televisiva. De tanto despreciar a la gente y lo que le gusta a la gente, estos zombies del antiguo régimen se creen que son únicos, irrepetibles y la esencia de la intelectualidad patria. Para ellos, ser intelectual es hablar solos y escucharse a sí mismos, es despreciar las fiestas populares, los conciertos de masas, las series de éxitos, las películas más taquilleras y las novelas que la gente lee. Para estos indigentes intelectuales, ser intelectual es odiar todo lo que le gusta a la gente, reñirles, marcarles el camino de la corrección y aspirar a la minoría absoluta. De tanto odiar, han terminado viviendo en un país que no entienden.
Yo creo que el autor ha aprovechado uno de los pocos vestigios de periodismo de Telecinco para defender a esta televisión. Pero un grano no hace granero.
Que hable de las tertulias donde se autocrítica o autocomplacen unos personajes sin más trayectoria que la prensa rosa, o que en su mayoría, han sido inventados por la propia cadena para rellenar su parrilla. Estos programas no hacen sino embrutecer al público que lo consume, y enaltecer la incultura y la ineducacion.
Siento no estar de acuerdo con lo expuesto en el artículo, pero entiendo que el grueso de estos programas no solo no son enriquecedores, sino que destruyen los pocos valores que quedan en esta sociedad que vivimos en nuestros días.