«El tablero político no lo marcamos nosotros», ha dicho hoy Pablo Iglesias , en un artículo publicado en el diario El País, para justificar no posicionarse sobre ciertos temas que no son hegemónicos en la sociedad y tratar de matizar sus ataques furibundos a IU. Esas siete palabras convertidas en una frase simple dan para un estudio en profundidad sobre las intenciones de Pablo Iglesias y qué podrá ocurrir en el futuro, tanto si gobierna como si es oposición.
No defender temas que no dan votos bajo la excusa de que «el tablero no lo marcamos nosotros», hubiera significado que Marisa Castro, la diputada de IU que presentó hace más de 20 años en el Congreso la primera propuesta de ley del matrimonio entre personas del mismo sexo, no hubiera nunca afrontado el debate de la igualdad LGTB para no arriesgarse a perder votos y no ir en contra de las reglas de juego del tablero político de entonces.
Sin embargo, aquella propuesta legislativa, que decayó, fue la primera piedra de un camino al que le hizo falta mucha pedagogía para recorrerlo. Lo mismo ocurrió con los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. IU lleva defendiendo el aborto libre desde tiempos inmemoriales, aunque no era lo que marcaba el tablero político, pero estuvo remando para mover el tablero. Eso es hacer política y crear hegemonía, remar para mover el tablero de sitio y no moverte tú según se mueve el tablero. ¿Si no hay nadie que empuje el tablero cómo se va a mover?
Según esta lógica de no posicionarse sobre temas que no dan votos, Podemos hubiera votado a favor del Tratado de Maastricht, apoyado las primeras medidas de privatizaciones de empresas públicas del PSOE de Felipe González y/o votado favorablemente de la ley que hizo urbanizable casi la totalidad de los términos municipales.
En aquella época, el tablero pedía Maastricht porque entonces nadie esperaba que el neoliberalismo fuera a apretar tan duro como ahora le aprieta a Grecia; se llevaba privatizar empresas públicas porque, según decía la gente en la calle, repitiendo lo que decía Felipe González, era imprescindible para poder entrar en Europa y porque ser un país moderno era tener muchos centros comerciales y ninguna industria.
A finales de la década de los 90, cuando José María Aznar privatizó Telefónica y las empresas energéticas, según la lógica del tablero, Podemos hubiera apoyado las medidas del PP. Porque, por aquella época, la gente repetía en la calle que las empresas públicas eran un nido de enchufismo, despilfarro y que la privatización de la telefonía y la electricidad abaratarían la factura. Los resultados desdicen aquellas aseveraciones que marcan el ritmo del tablero político en aquel entonces.
Podríamos adivinar la misma circunstancia en el caso de las primeras reformas laborales que aprobaron los primeros gobiernos socialistas. Mayoritariamente, convencida por el gran orador que era el expresidente González, la sociedad española veía con buenos ojos aquellas reformas que abrió las primeras puertas de la precariedad laboral, los despidos baratos y las empresas de trabajo temporal. La lógica del tablero hubiera apoyado unas medidas injustas en lugar de empujar el tablero para hacer justicia.
Podemos ocupará el espacio político que pueda o quiera, pero la democracia española estará incompleta sin una izquierda que esté dispuesta a empujar el tablero, hacer pedagogía y atreverse a defender lo que nadie defiende, para que un día pueda ser apoyado por la gran mayoría de la población. En el Parlamento de la Comunidad de Madrid, del que IU se ha quedado fuera por unos pocos de votos, no hay ningún grupo político que defienda la reversión progresiva hacia el sistema público de los colegios privados. Ninguno lo defiende porque, a pesar de que es una medida justa, cuesta votos.
Sin una izquierda que empuje, el tablero no se moverá nunca y el destino es una sociedad cobarde, conservadora y conformista con el tablero de juego que nos toque. De ahí la utilidad de un espacio claramente de izquierdas, de una izquierda renovada, democrática y que quiera ganar sin necesidad de renunciar a mover el tablero, que ponga el acento en la gente más vulnerable; una izquierda que no tenga complejos en defender medidas justas aunque no estén de moda y que tenga un modelo de sociedad coherente y definido que no espere a que el tablero político se mueva solo. Porque, desengañémonos, el tablero jamás se moverá si nadie lo empuja.