@RaulSolisEU | En Francia, un hombre sin partido político, hijo de la gran banca aunque vendido al mundo como de clase media, consiguió alzarse con el triunfo en las últimas presidenciales con el apoyo de referentes históricos del Partido Socialista, de Los Verdes y de la derecha gaullista. En año y medio, el antiguo ministro estrella durnate la época de Francois Hollande consiguió, dimisión mediante que lo alejó unos meses de los focos, proyectarse como un producto nuevo.
Para ganar, se valió de un relato humano enternecedor, su relación con su antigua profesora de francés, veinticinco años mayor que él, muchos eslóganes sin concreción ninguna, del apoyo de los grandes medios de comunicaciónn franceses y de fortunas como las de madame Lilliane Bettencourt, la dueña de la multinacional de cosméticos L’oreal, fallecida en septiembre de 2017. Emmanuel Macron, antiguo jerifalte del banco francés Rothschild & Cie, ahora era un vendedor de humo que prometía ilusión a los franceses y la necesidad de abrir un tiempo nuevo con tintes monárquicos en un país republicano que lleva décadas buscando su identidad de antiguo imperio extraviado en la globalización.
Paralelamente, los grandes medios de comunicación franceses, en manos de la banca para la que antes había trabajado Emmanuel Macron, iban inflando y sobrecargando de representación mediática a Marine Le Pen y a su fascismo. Así, una opción de derechas ultraneoliberal como Macron pasó a ser considerada por mucha gente como centrista-progresista ante la aberración del neofascismo del Frente Nacional. El chantaje emocional a los franceses era votar a una opción fascista como la de Le Pen o a otra que, con sus medidas económicas empobrecedoras, riega el campo del caldo del que se nutre la ultraderecha. ¿Quieres fascismo ahora o dentro de unos años?
Nada le viene mejor a los poderes financieros que el fomento del fascismo para que en lugar de centrar las campañas en los derechos sociales perdidos, las altas tasas de desempleo, empobrecimiento y desigualdad, hablemos de raza, identidad de género y/o sexual y otras batallas culturales que por sí solas no hacen cambiar en nada la distribución de la renta porque siempre se olvidan de los pobres. Se da el caso que Macron es muy hooligan en la lucha contra el racismo pero luego, al poco de llegar, ha convertido el Derecho del Trabajo en historia porque ha derogado las leyes laborales que protegían a la gente más sencilla, entre las que se encuentran los negros que viven en los barrios de extrarradio, los gays, lesbianas y transexuales sin tanta suerte como los grandes referentes y las mujeres que nunca forman parte de los intereses del feminismo liberal que subieron a los altares del feminismo a Macron sólo por estar casado con una mujer veinticinco años mayor que él y salir al paso de las críticas machistas contra su mujer durante la campaña. En la época de la posmodernidad, ser revolucionario es muy sencillo: sólo tienes que hablar de libertad para las mujeres, negros y gays mientras apruebas reformas laborales que empobrecen a los gays, mujeres, blancos y negros, que se ganan la vida con su trabajo.
La operación Macron se dio por descartada en España porque los grandes poderes pensaron que Susana Díaz ganaría las primarias del PSOE. Una vez resuelta la ecuación, con la victoria de Pedro Sánchez, los poderes lo tienen claro: quieren a un hombre de su plena confianza y no a un manijero que a veces sí los representa y otras veces no, dependiendo de cómo esté el futuro de su liderazgo en el PSOE.
Al contrario que en Francia, en España el Macron sí tiene partido y representación en muchos ayuntamientos, imprescindible para un país en el que el sistema es parlamentario y con circunscripciones provinciales, no presidencial de circunscripción única como en el país galo. Ningún intento de Pedro Sánchez por contentar al IBEX-35 y a los despojos del franquismo, representados en la Casa Real, conseguirá que sea visto como un hombre de confianza. Ya no se fían de él ni aunque defienda meter los tanques en Cataluña y le haga la ola a Albert Rivera y Rajoy. Los que de verdad mandan, los hombres que dirigen las 35 empresas españolas más importantes, quieren a un manijero que les garantice el éxito de la operación, que no están para correr más riesgos.
El PP tampoco les sirve, como tampoco a los grandes capitales franceses les sirvió Fillon, el candidato de la derecha gaullista, por sus casos de corrupción que lo apearon de la campaña gala en la primera vuelta. Los grandes mandamases necesitan un hombre limpio de corrupción sucia pero abierto a continuar con el saqueo y la corrupción sin carga penal y moral, que es la de privatizar servicios públicos y derivar recursos de la gente sencilla a los grandes capitales que ha hecho que la deuda española haya pasado de un 35,60% del PIB en 2007 al 100% en la actualidad, gracias al rescate de la banca privada con el dinero de los recortes en educación y sanidad y las bajadas salariales de los españolitos de a pie.
Así, Albert Rivera es el hombre elegido para destrozar lo poco que queda del Estado Social y para que los saqueadores sigan con su plan ante una ciudadanía desarmada, desideologizada, noqueada y que se ha tragado los mensajes de odio contra Podemos, llenos de falacias y manipulaciones, que es la única opción que asusta a los grandes poderes económicos y a sus portavoces, los grandes medios de comunicación. También hay errores propios en el campo de Podemos, como la exageración de sus conflictos internos y hacer creer a la gente que el cambio político si no se produce en unas elecciones ya es un fracaso. El ilusionismo es un arma de doble filo y Podemos ha abusado de algo tan insustancial como convertir la ilusión en un valor político progresista.
Felipe González y José María Aznar ya admiten que mantienen más contacto con Albert Rivera que con sus respetivos partidos políticos. En los próximos meses, a medida que las encuestas sigan engordando la opción de Ciudadanos, veremos a exilustres salir a apoyar la versión remozada del neoliberalismo para seguir saqueando sin la carga moralista de la corrupción del PP y la desconfianza que genera Pedro Sánchez. En Francia, Macron contó hasta con el apoyo del líder de Mayo del 68, el ecologista Daniel Cohn Bendit.
En España encima tenemos la singularidad de que nuestra ultraderecha no necesita a los extranjeros porque tenemos a los catalanes para vender el discurso de salvación de la patria. Y nadie como Albert Rivera representa mejor el discurso contra el nacionalismo catalán a través de su antítesis ultraemocional: el nacionalismo español. Así, en Rivera tenemos a Emmanuel Macron y también la versión cañí de Marine Le Pen. Dos por uno. Ni en los sueños húmedos de los dueños de España.