El escándalo de la trama de corrupción de Undangarin no se puede comprender sino se tiene en cuenta la nube de impunidad y adulación pegajosa que ha rodeado a la monarquía en española desde la muerte del dictador. La más mínima crítica a la figura del monarca era silenciada y reprimida. Casi todos los medios, los políticos, los artistas, los intelectuales competían por glosar la figura excelsa y providencial de D. Juan Carlos I. Miles de calles, avenidas, centros públicos y plazas son bautizados con los nombres de los monarcas y sus hijos. La constitución, sancionada que no jurada por el rey, consagraba la impunidad y la irresponsabilidad del monarca ante la ley. No tenía que dar cuentas ante nadie y ante nada.
Mientras, el Borbón iba amasando una fortuna compuesta de yates, propiedades, coches y motos de lujo y más de 1700 millones de euros, según Forbes y el New York Times. Todo esto sin tener en cuenta el inmenso patrimonio público que de hecho usufructúa en exclusiva y de por vida la familia real. El descaro era tal y la sensación de impunidad tan fuerte que los empresarios de Baleares le regalaron un yate valorado en 22 millones de euros. No hubo ni sigilo ni ocultación alguna, todo a plena luz del día y con entrega de llaves y foto para la posteridad.
Las cuentas del monarca ni se conocen ni se pueden conocer, las declaraciones de la renta eran del todo inasequibles ya que no tiene obligación de realizarlas. En encuentros y saraos múltiples el monarca no ocultaba su interés por los negocios compartidos. Nadie, o casi nadie, dijo nada. Cayeron colaboradores íntimos de la Zarzuela como Colón de Carvajal, De la Rosa o Mario Conde pero al monarca ni le rosó esos escándalos, el manto de la impunidad le seguía cubriendo. El proyecto de ley de transparencia anunciado por el gobierno del PP, deja fuera de control a la Casa Real. En este clima de impunidad Undangarin metió la pata y alguna otra parte del cuerpo. Seguramente el “duque empalmado” se limito a copiar lo que veía en su entorno pero copio mal. Pero dejemos al jugador de balonmano y su ignorante esposa, son la anécdota. Vayamos a la categoría, alguien tendrán que decirlo: ¿y el rey?