Malen Ruiz de Elvira. El Pais . 20/10/2010.
Dos chimpancés, uno junto al otro, reciben la misma recompensa alimentaria cada vez que dan la mano al cuidador, hasta que este le da a uno algo más apetitoso mientras sigue ofreciendo lo mismo al otro. Al cabo de uno o dos de estos intercambios, el segundo chimpancé se niega a recibir su recompensa. Se ha dado cuenta de la injusticia y no la acepta, aunque se quede sin nada. En otro experimento, dos chimpancés tiran con sendas cuerdas coordinadamente de una caja con comida para poder alcanzarla desde su jaula. Cuando ambos están hambrientos la cooperación es total, pero si a uno se le ha dado de comer antes, se queda al fondo de la jaula y tiene que ir su compañero a traerle y hacerle trabajar.
«Entre humanos y chimpancés hay menos diferencias de lo que creemos»
Son el tipo de experimentos que se hacen en el laboratorio de Frans de Waal (Holanda, 1948) en el Centro Yerkes de Primates, en Atlanta (EE UU). Arrancan inevitablemente carcajadas cada vez que se muestran los vídeos en público -como sucedió en el último congreso de la Organización Europea de Biología Molecular (EMBO), en Barcelona, donde realizó estas declaraciones- pero han permitido, entre otras cosas, que De Waal demuestre que la empatía -la capacidad de comprender y compartir los sentimientos de otro, en la que se basan también esas carcajadas- no es únicamente humana.
De hecho, este reconocido experto en comportamiento animal afirma, en su último libro, La edad de la empatía (que publicará Tusquets en español), que todos los mamíferos muestran esta característica, base de la solidaridad. Y algunos de ellos -humanos y grandes simios desde luego, pero también elefantes y delfines, probablemente por el gran tamaño de su cerebro- alcanzan niveles superiores, que demuestran, por ejemplo, ayudando a sus congéneres a salir de situaciones difíciles.
«En los ámbitos académicos la mayoría cree que no se debe hablar de emociones en los animales y que estos tienen habilidades muy limitadas», dice De Waal. «Sin embargo, en la calle, a la mayor parte de la gente esta idea no le plantea problemas, y por eso tienen muchos más perros y gatos, con los que pueden comunicarse, que tortugas o peces, con los que no pueden».
Está hablando, reconoce, de empatía definida a un nivel emocional, más que intelectual -«que resultas afectado por las emociones del otro»-, pero así, recuerda, es como empieza en los bebés, que nada más nacer lloran cuando oyen llorar a otro. Sin olvidar el contagio de los bostezos, otra muestra de empatía.
El principio no fue fácil para él. «Hay algunos en ciencia que quieren mantener los animales a distancia de los humanos y no les gusta lo que digo en general», recuerda este etólogo, pero ahora «la ciencia sobre la que se basa todo esto se publica en importantes revistas, así que no veo ya problema».
Uno de sus últimos artículos científicos es un estudio sistemático de las prácticas de consolación en los chimpancés y está firmado por la española Teresa Romero. Se ha comprobado, por ejemplo, que los chimpancés hembra son más proclives a consolar a un compañero que sale de una pelea con otro que los machos. No es la única diferencia existente entre sexos. «Se han hecho experimentos que demuestran que cuando una persona ve cómo le clavan una aguja a otra que conoce, se le activa el centro del dolor en el cerebro. Reacciona como si le clavaran la aguja. Sin embargo, si ambos vienen de jugar de forma competitiva, se activa, en los hombres, el centro del placer, porque lo considera un castigo justo, mientras que esto no sucede en las mujeres».
Respecto a los humanos, De Waal se niega a ser simplista: «Yo suelo representar al ser humano como el simio bipolar, los humanos tienen las mejores y las peores tendencias. Si son buenos, son más altruistas que cualquier especie que conozco y, si son malos, son peores que cualquier especie. Yo no haría una definición del tipo: somos intrínsecamente malos o intrínsecamente buenos. Tenemos todas estas tendencias y las compartimos con otros primates, como los chimpancés, y estoy interesado en el parecido entre nosotros y ellos. Con los monos hay muchas diferencias, pero con los chimpancés son muchas menos de lo que todavía creemos», asegura.
Sin embargo, «hay humanos que no tienen empatía», recuerda, «como los psicópatas, que pueden comprender lo que quieren otros, pero no les afecta por su déficit emocional. Los autistas también tienen problemas de empatía, pero son casos más complejos: no conectan con las caras y el lenguaje del cuerpo, por ejemplo».
De Waal quiere lanzar el mensaje de que la empatía es importante para la sociedad, que no puede funcionar solo con la competitividad: «La empatía es una capacidad antigua. Permite a los primates (incluidos nosotros) y otros animales ser prosociales y cooperativos, y así sobrevivir».