Silvia Cruz.19/12/2o12.La Vanguardia. La filósofa defiende en ‘Ecofeminismo para otro mundo posible’ que la teoría feminista debe pensar y tratar los problemas de nuestra épocaAlicia Puleo es doctora en Filosofía Moral y miembro de la Cátedra de Estudios de Género de la Universidad de Valladolid y asegura que feminismo y ecologismo serán los dos movimientos sociales fundamentales del siglo XXI. En su libro Ecofeminismo para otro mundo posible (Cátedra, 2011), asegura que la Naturaleza como la entendemos toca a su fin, debido en gran parte a que la sociedad patriarcal ha resultado muy perniciosa para el planeta. Y está convencida de que ha llegado el momento de cambiar el rumbo.
-En su libro habla de un “ecofeminismo crítico”. ¿Por qué le añade este calificativo? ¿No son el ecologismo y el feminismo dos movimientos críticos en esencia?
En efecto, tanto el ecologismo como el feminismo critican determinados aspectos de la realidad que consideran injustos o nocivos. Son movimientos críticos y también constructivos porque nos ayudan a ir más allá del presente para avanzar hacia un futuro mejor. El grado de libertad e igualdad entre mujeres y hombres de que disfrutamos en las sociedades modernas es fruto de las críticas y las propuestas de más de dos siglos de reivindicaciones feministas. Solemos olvidarlo pero es así. He llamado “crítica” a mi propia propuesta ecofeminista porque reconoce y asume ese legado emancipatorio moderno de crítica al prejuicio.
-¿Por qué asegura que la Naturaleza toca a su fin?
La mayor parte de las actuales catástrofes o desastres naturales son fenómenos producidos por la avaricia y la falta de inteligencia de un modelo de desarrollo caduco y pernicioso para nuestra propia especie. El ciclón tropical Sandy que ha devastado New York y la costa Este de Estados Unidos, además del Caribe, es una muestra del incremento de la frecuencia e intensidad de los huracanes, así como de su extensión a nuevas zonas geográficas. Estamos ante una clara advertencia de la realidad del cambio climático antropogénico en curso.
-¿Y las mujeres son más vulnerables a esas consecuencias?
La desestabilización del clima perjudica, en primer lugar, a los países empobrecidos y a las poblaciones más vulnerables desde el punto de vista económico porque dependen de recursos naturales destruidos o porque carecen de medios para la evacuación o la prevención. Las mujeres son las más pobres entre los pobres. Las catástrofes les obligan a multiplicar sus esfuerzos cotidianos para cuidar de las personas dependientes en el hogar, tarea tradicionalmente femenina. El deterioro medioambiental afecta a todo el mundo, pero los daños sufridos dependen también de factores económicos, sociales y también orgánicos, como edad y sexo.
-Póngame un ejemplo que demuestre que las mujeres sufren más los desastres naturales o el deterioro del medio ambiente.
Por ejemplo, los pesticidas y herbicidas usados en la agricultura industrial, las dioxinas de las incineradoras, los insecticidas para hogar y jardín, las resinas sintéticas y un largo etcétera de nuestra “sociedad química” nos dañan a todos, pero a las mujeres nos afecta de manera particular por el hecho de que estas sustancias tienen una composición similar a los estrógenos y favorecen el desarrollo de patologías especiales en las mujeres. Reciben el nombre de xenoestrógenos porque no los produce el organismo. Cada vez más investigaciones los ponen en relación con las cifras crecientes de incidencia del cáncer de mama o del Síndrome de Hipersensibilidad Química Múltiple, generalmente diagnosticado como alergia.
-¿Cuáles son las claves con las que el feminismo interpreta o analiza el ecologismo?
El ecofeminismo aporta a la mirada ecológica claves relacionadas con las diferencias de construcción de género. Muestra la importancia de reconocer las aportaciones de las mujeres a una nueva cultura de la sostenibilidad que tenemos como asignatura pendiente. Por un lado, se trata de visibilizar a las mujeres tanto en sus actuaciones ecológicas cotidianas y anónimas como en las científicas o humanísticas; por otro, de valorar prácticas del cuidado históricamente femeninas que hoy se revelan indispensables para todos si queremos un mundo que merezca la pena de ser vivido.
-En su libro queda claro que el ecofeminismo crítico que usted defiende no pretende polarizar, ni enfrentar a hombres y mujeres. Pero en algún momento puede parecer que las mujeres posean mejores aptitudes para tratar con respeto el medio que la rodea. ¿Lo cree así?
No se trata de hacer del colectivo femenino el salvador del planeta y por supuesto, no quiero decir que todas las mujeres sean ecológicas o deban serlo por esencia. Lo que sostengo en mi libro es que las actitudes del cuidado, adjudicadas tradicionalmente solo a las mujeres, tienen que universalizarse, enseñarse a los varones y su aplicación debe extenderse a la naturaleza no humana. El guerrero y el cazador ya no deben ser los modelos de excelencia de la humanidad, son patriarcales y destructivos e inspiran numerosas formas de depredación que encontramos en el modelo de la globalización neoliberal. Muchos hombres son hoy conscientes de ello y los rechazan. Es hora de dar un salto cualitativo para dejar atrás una sociedad androcéntrica ecológicamente devastadora.
-Habla usted de aplicar estos preceptos también “a la naturaleza no humana” y en su libro y sus artículos se refiere a los animales como “animales no humanos”. ¿Qué supone ese cambio de denominación?
En las últimas décadas, en la Filosofía Moral y en otras disciplinas, se ha comenzado a hablar de “animales no humanos” como una forma de recordarnos que compartimos con los llamados “animales” una naturaleza básica común. Cualquier persona que mantenga una relación empática con algún animal doméstico sabe que los animales, como los humanos, buscan evitar el sufrimiento y tienen muchos más sentimientos y capacidades que las que se les reconoce comúnmente. Hablar de “animales no humanos” es una llamada a superar la arrogancia antropocéntrica para la que sólo los seres humanos tienen derecho a nuestra consideración moral. Los conocimientos científicos actuales sobre animales humanos y no humanos así como la evolución de la conciencia ética de vastos sectores sociales apuntan a esta transformación.
-¿Son equiparables los derechos de los animales a los de las personas?
No se trata de reconocer derechos que no corresponden a sus capacidades, como el derecho al voto, evidentemente, sino de proteger a quienes, de otra manera, quedan expuestos a toda clase de abusos. Por ejemplo, el Proyecto Gran Simio pide para los grandes simios el derecho a la vida, a no ser torturados y a no ser privados de la libertad. Todavía hay quienes creen que los animales sólo son instrumentos puestos ahí para su diversión y que no merecen ni respeto ni compasión.
-¿En qué consiste entonces esa consideración moral de la habla?
La consideración moral implica pensar en el otro, en su sufrimiento, en sus necesidades. Esta idea se expresa en algunas teorías filosóficas actuales a través del concepto de derechos buscando la transformación de las leyes. La reciente abolición de las corridas de toros en Catalunya es un ejemplo de la evolución de las leyes a partir de consideraciones morales. Como decía Schopenhauer: “El hombre ha hecho de la tierra un infierno para los animales”. Frente a la arrogancia, la nueva actitud ética reconoce la continuidad entre animales humanos y no humanos, en especial aquellos que por su complejidad son más cercanos a nuestra especie. Los conocimientos científicos actuales así como el progreso de la conciencia ética de vastos sectores sociales apuntan a esta transformación. Hoy, mucha gente empieza a pensar, como lo hizo Gandhi, que el nivel moral de un pueblo se puede medir por el trato que da a los animales.
En su opinión, ¿es válido y/o coherente un feminismo que no contemple el ecologismo?
El feminismo siempre ha sabido dialogar con los movimientos emancipatorios de cada época. A la inversa no siempre se ha dado. Yo creo que el siglo XXI nos enfrenta a la crisis ecológica y que es conveniente que el feminismo lo tenga presente. Es bueno que al menos una parte del feminismo asuma la temática y las preocupaciones ecológicas que son, cada vez más, las de gran parte de la juventud.