Vidal Mate.Negocios. 06/11/2011.En 2007 y 2008, el mundo asistió a una subida espectacular de los precios de las materias primas alimentarias, con incrementos entre el 50% y el 200%. Fue la crisis alimentaria más grave de las últimas dos décadas. Este incremento supuso un beneficio para los agricultores de los países desarrollados, un negocio para los especuladores y un grave problema para los países pobres ante la imposibilidad de adquirir productos básicos para cubrir sus necesidades.
Hoy, tras dos años de relativa calma, pero donde los precios nunca volvieron a los niveles anteriores, las materias primas alimentarias se han instalado nuevamente en zona de crisis y han superado incluso los niveles de aquellas fechas en las producciones más importantes, como carnes, cereales, lácteos, aceites y grasas y azúcar. Desde la propia Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) se advierte una clara inseguridad alimentaria para los próximos años y que los precios van a seguir subiendo. Eso conlleva un claro riesgo para que millones de personas aumenten la nómina de los ya más de 1.000 millones de habitantes del planeta que pasan hambre. La amenaza de que en el plazo de tres décadas no haya producción suficiente en el mundo para alimentar a su población es creciente.
La primera gran crisis de los precios de las materias primas en 2007 y 2008 -al margen de la gran volatilidad en los mercados provocada por los cambios en las políticas reguladoras- tuvo su causa principal en el desajuste entre una oferta estabilizada y una demanda al alza por el aumento del número de nuevos habitantes con acceso a productos alimentarios en países como Brasil, China o India. En algunos casos, como la Unión Europea, los elevados excedentes de los años ochenta y noventa dieron paso a recortes en las producciones por los cambios en la regulación de los mercados.
Esta mayor demanda de productos agrarios coincidió con dos malas campañas agrícolas por las malas condiciones climatológicas, lo que había mermado la oferta y dejado los stocks bajo mínimos. Al margen de los riesgos normales por las condiciones atmosféricas, el cambio climático constituye ya hoy, como hace tres años, un nuevo riesgo para el desarrollo de las producciones agrícolas.
La crisis alimentaria también respondió al uso extendido de cereales y de grasas para la obtención de bioetanol y biodiésel, sobre todo en Estados Unidos. Otra causa de que se agravara la crisis fue la decisión de algunos Gobiernos de cerrar fronteras al comercio para la exportación, lo que originó más especulación, el desabastecimiento y la subida de los precios con mayores pérdidas y dificultad de acceso a las mismas en los países más pobres, así como un mayor coste para los desarrollados. Finalmente, otra de las causas más importantes de la crisis fue la entrada de los fondos de inversión en los mercados de estas materias primas, donde se estimaba que más del 30% del precio alcanzado por las mismas correspondía a inversiones puramente financieras.
Frente a los movimientos especulativos, los países del G-20, bajo el mandato del Gobierno francés, propusieron hace unos meses un plan para erradicar las tensiones en el mercado mundial de los productos alimentarios. Esta estrategia contempla tanto un aumento en los niveles de producción, con más inversiones en investigación, como la mejora de los servicios de información y control de los mercados de futuros para evitar situaciones de especulación artificial. No sale adelante la propuesta para la constitución de un stock mundial para momentos de tensión. La llegada de esta segunda crisis no ha dado tiempo al desarrollo de estas iniciativas.
Tras los graves problemas de precios en 2007 y 2008, el escenario en los dos ejercicios siguientes ha sido un incremento de las producciones en los países desarrollados y con capacidad de invertir para sacar partido a las elevadas cotizaciones. En paralelo, cayó la demanda en países pobres por la dificultad para comprar. Ello se reflejó en un recorte de precios, pero nunca hasta los niveles anteriores a 2007.
En los últimos 12 meses se han repetido las causas que provocaron la crisis hace cuatro años, fundamentalmente por el aumento de la demanda en países emergentes o en vías de desarrollo, por el incremento de la población y la caída de los stocks. Tanto para la FAO como para otras organizaciones e instituciones, el problema ya no es que se haya producido esta nueva crisis, sino el convencimiento de que ha llegado para quedarse y que los problemas alimentarios en el mundo se van a agravar en las próximas décadas, especialmente por el aumento de la población y las dificultades para aumentar las producciones.
Frente a los 4.000 millones de habitantes de 1975 se ha pasado a 7.000 milones en 2011 y la previsión de 8.500 en 2025. Para Oxfam, la demanda alimentaria para 2050 crecerá en un 70%. Desde Cáritas se abunda en la necesidad de apoyar las inversiones en países pobres para aumentar su capacidad de producir. Y desde la propia FAO se ponen interrogantes a la existencia de alimentos suficientes en 2050 para la población mundial si no hay cambios en las políticas de producción.
Uno de los problemas a superar, al margen de los riesgos que supone el cambio climático, es la dificultad para aumentar las superficies de cultivo en el mundo. En 1960 eran 4,3 hectáreas por habitante; hoy son 2,1 hectáreas, y en 2050 serán solo 1,5 hectáreas. En consecuencia, es indispensable aumentar la productividad. Ese incremento no podrá ser ya muy elevado en países desarrollados, solo el 1% anual. Por el contrario, puede ser alto en países en vías de desarrollo, más de un 10%, pero siempre que tengan las inversiones suficientes para mejorar todas sus estructuras.
En este escenario, el panorama que se vislumbra desde la propia FAO es que entre 2015 y 2020 los precios del arroz se incrementen en un 40%, en un 27% los del trigo, un 48% los del maíz y el 36% los de las semillas oleaginosas frente a las cotizaciones registradas entre 1998 y 2003. Sin duda, la alimentación será más cara.