Antonio es un pescador de la Punta del Moral (Ayamonte, Huelva). Seguramente es más joven de lo que refleja su piel curtida por el sol y el viento. Uno de sus hijos trabaja con él en la mar. Vino a Sevilla a manifestarse el verano pasado pidiendo que bajara el precio del gasoil porque no podía pagarlo con lo que ganaba pescando y si dejaba de pescar no podía vivir. No entiende por qué le golpearon y le detuvieron durante la manifestación.
Ana y Juan son trabajadores autónomos, ninguno de ellos ha cumplido aún 40 años. Tienen una tienda de frutas, verduras y congelados en Dos Hermanas (Sevilla) que montaron con el “despido” de Juan de la empresa constructora. Pagan el alquiler del local, y la luz, y el teléfono y el agua y los impuestos y la mercancía y la hipoteca de su casa… Sus clientes compran la fruta por unidades, no por kilos. El negocio no va bien y han ido a 3 bancos para pedir una línea de crédito para ir tirando. Los bancos se la han negado.
Carmen es jornalera, menuda y muy valiente. Vive en Posadas (Córdoba) y durante la campaña de recogida de las naranjas del año pasado ha tenido muchos problemas porque el trabajo escaseaba. Los agricultores en Palma del Río me dijeron que les pagaban menos por un kilo de naranjas que lo que les costaba recogerlas, se habían planteado dejarlas en los árboles.
Luis es un arquitecto malagueño. Hace cuatro años que terminó la carrera con buen expediente y beca Erasmus incluida. Ahora colabora con un par de estudios de arquitectura para alcanzar apenas los mil euros, los proyectos han ido disminuyendo vertiginosamente. Vive en casa de sus padres y está pensando en marcharse al Reino Unido a “buscarse la vida”.
Lucía y su socia tienen una peluquería en Granada. Lucía tiene cuarentaytantos años. Siempre ha sido emprendedora y ésta no es su primera empresa, antes tuvo una tienda de ropa infantil y antes se asoció con unos amigos para montar un bar de copas. Pero ahora está más preocupada que nunca, las clientas acuden cada vez menos a pesar de las ofertas y las promociones. No sabe cuánto tiempo podrá mantener a sus dos empleadas.
Andrés es de Linares (Jaén) aunque lleva muchos años trabajando en Sevilla. Es periodista “de raza, de los antiguos” y le han ofrecido una tentadora prejubilación para que se marche del medio en el que trabaja. Lo está pensando, aunque está desanimado “¿qué puedo montar en mi pueblo con el dinero de la prejubilación si yo no sé hacer otra cosa, si mi pasión es mi trabajo?”
Nelson es ecuatoriano y tiene “papeles”. Ahora vive en Níjar, pero conoce toda Almería. Antes trabajaba en Mácael, en la piedra. También ha sido camarero y ha trabajado en los invernaderos. Hace de todo: pinta, cuida a personas mayores, conduce camiones….. Pensaba que aquí era fácil vivir.
Hay muy poca ficción en estas historias, sólo los nombres y alguna ubicación. Todos existen, pero son andaluces invisibles. Este es un mosaico de la Andalucía real, de la que va a celebrar el 28 de febrero este año en medio de un mundo cambiante e incierto. Ninguno de estos andaluces estará en los actos institucionales, ninguno hará una fiesta. A mí me preocupan, me siento comprometida con ellos.
Andalucía está cambiando, como el mundo entero. Nuevas realidades sustituyen a las certezas antiguas. De esta crisis saldrá una Andalucía distinta. Los cambios generan vértigo e incertidumbre pero se producen a pesar de la inercia y de las fuerzas en contra. En el pueblo andaluz tenemos algunas claves a las que amarrarnos: “ser lo que fuimos”, ser responsables, justos, solidarios, audaces, sensibles y valientes. Viejos valores para una nueva Andalucía.
La autonomía real pasa porque nadie sea invisible, pasa porque todas las personas tengan una vida digna y autónoma en Andalucía. Por eso necesitamos recuperar entre todos la conciencia colectiva de los días en los que fundamos la autonomía andaluza. Es la única manera de conmemorar el 28 F.
Pilar González Modino