En 2015 “El Ideal Andaluz”, una obra primera de Blas Infante donde desarrolla un alegato contra la negación de Andalucía, cumple cien años, muchos de ellos en la soledad del desconocimiento. Infante, lejos de narrar la historia andaluza al modo romántico, denuncia la inexistencia intencionada de Andalucía, como sujeto político, en el relato historicista del nacionalismo español. Esta negación era la condición necesaria para mantener la situación de dominación y la falta de autoestima colectiva, incluso la autoculpabilización, por el atraso secular de nuestra tierra.
Fue durante la transición cuando Andalucía rompió esa cadena de infortunios. Con la fuerza y la rapidez de un relámpago, las y los andaluces intuyeron que la democracia, el reparto del poder territorial y el autogobierno eran las herramientas para salir del atraso, conquistar la justicia social y la igualdad. Y su esperanza ganó las calles y se hizo ley en las urnas en los días históricos del 4D y 28F. Aquella generación de andaluces de relámpago consiguió para Andalucía el derecho a ser. A ser un sujeto político. No ser como “los demás”, no, sino ser como “los que más”. Porque fue Andalucía la que conquistó el derecho a ser reconocida como nacionalidad, a partir de la nueva Constitución democrática, en su primer Estatuto de Autonomía.
La irrupción de Andalucía fue por sí. Fue también para España porque cambió el status quo previsto en el título VIII de la Constitución, que diferenciaba nacionalidades y regiones, y permitió que, en distintas etapas, todas las Comunidades alcanzasen su autonomía plena.
A partir de ese momento hemos vivido uno de los períodos más relevantes de nuestra historia. Entre las luces: el regreso a la democracia, la conquista de la autonomía y la integración en Europa que han permitido un importante cambio económico y social. Pero también entre sombras: el modelo económico andaluz se ha basado en el consumo del territorio, en la insuficiente transformación industrial de nuestros recursos, en la dependencia exterior de importaciones tan importantes como la energía y en servicios con escasa innovación. Hemos perdido el músculo financiero, nuestra industria es débil y, salvo honrosas excepciones, la neoindustria apenas existe. La corrupción nos avergüenza. Y la cultura y la identidad andaluzas, que han sustentado históricamente nuestros valores de resistencia, están tan desactivadas que son apenas reconocibles.
Mientras tanto desde Madrid, desde Bruselas y desde Wall Street se desarrollaban e imponían dinámicas de recentralización económica y homogeneización cultural.
Y estalló la crisis y nos encontró sin defensas: si durante los años de crecimiento Andalucía no logró alcanzar el 80% de la media española en PIB por persona y estaba a la cola del desarrollo regional, a partir de la crisis todos los indicadores de desigualdad se han disparado. Ahora el PIB por persona en Andalucía sólo representa el 74,1% de la media y nuestra tasa de paro es 10 puntos superior: el 33,62% frente al 23,78% en España.
Ahora vivimos un cambio de época, un tiempo nuevo en el argot político, un momento comparable al de la transición a la democracia. De nuevo en la agenda política irrumpe el debate sobre la reestructuración del poder territorial. Las elecciones legislativas en Cataluña, que se anuncian en septiembre, serán determinantes para configurar un nuevo modelo de organización del estado, en estos momentos aún por definir. Ante este debate Andalucía no puede permanecer invisible.
Es necesario, y pronto será imprescindible, que la sociedad andaluza recupere su dinamismo y se empodere de nuevo para recuperar el peso que tuvo en el conjunto del Estado. Es necesario tener objetivos claros que garanticen la igualdad jurídica y económica. Desde Paralelo 36 Andalucía queremos participar ese debate y avanzamos ya una propuesta.
Pensamos en una reforma constitucional que diseñe un modelo federal, cooperativo y plurinacional, en el que todos los poderes estén distribuidos, limitados y sometidos a la Constitución y los Estatutos, bajo el principio de distribución competencia y no en el de jerarquía. Defendemos la separación de los conceptos de estado y nación y la soberanía compartida entre los distintos entes con capacidad legislativa propia (Unión Europea, Espado central y Comunidades Autónomas). Reivindicamos el autogobierno real para las Comunidades en un plano de igualdad y el establecimiento de mecanismos efectivos de cooperación con el Estado y la Unión Europea.
Andalucía no puede perder la posición de igualdad “con las que más” que conquistó en los días fundacionales de la autonomía, porque no debe volver a la inexistencia ni a la negación de sí misma como hace cien años, cuando Infante publicó “El ideal andaluz”, porque queremos ser un territorio donde habite la esperanza de sus gentes y porque Andalucía tiene capacidad para tener en un proyecto compartido, con otros pueblos y con la Humanidad, capaz de sacarnos de la crisis y llevarnos por el camino de la prosperidad y la emancipación.