Las cifras del paro que revelan la Encuesta de Población Activa (EPA) son alarmantes: la tasa de paro en Andalucía afecta a casi 40 de cada 100 andaluces en edad de trabajar. Casi millón y medio de personas están los lunes al sol, los martes, los miércoles, los jueves, los viernes, los sábados y los domingos. Y la semana que viene. Y el mes que viene. Y el año que viene. Y el siguiente. El drama del desempleo está expulsando a nuestros jóvenes: la tasa de desempleo juvenil castiga a 60 de cada 100 jóvenes andaluces.
El campo no está acogiendo a los expulsados de la construcción. La campaña de la recogida de aceitunas es la peor que se recuerda de los últimos años. Muchos jornaleros no han podido trabajar ni las 35 peonadas mínimas que se les exige para cobrar la prestación por desempleo agrario. En 375.000 hogares están todos sus integrantes en paro y dos millones de andaluces no están en riesgo de exclusión social, están a nada de ser pobres de solemnidad.
Los datos de la EPA recuerdan que Andalucía acumula la mayor tasa de parados de España. Si Andalucía fuera un Estado de la Unión Europea, sería el país comunitario con la mayor tasa de desempleo. Tenemos más parados que en Grecia. 1 de cada 4 parados españoles es andaluz. El 20% de los andaluces es pobre, el riesgo de la exclusión lo dejaron atrás ya hace tiempo. La injusticia, la desesperanza, la desigualdad y la miseria son insostenibles.
Cataluña está en el centro del debate político, a pesar de ser un debate legítimo, no deja de ser simbólico; los datos que hablan del número de parados en Andalucía son historias reales, no es simbolismo, es realismo en estado puro. Las redes familiares de solidaridad están deshechas, las entidades de beneficencia están saturadas, la solidaridad ya es escasa y las ayudas sociales para paliar el dolor social directamente han muerto bajo la excusa del déficit y una deuda que está cambiando el dinero de bolsillo.
Andalucía se desangra. El paro está expulsando a los jóvenes con los que podríamos edificar un modelo productivo y económico que nos haga excelentes, en lugar de albañiles y camareros de los jubilados alemanes. La desesperanza se está transmutando en resignación y los suicidios, como consecuencia de la crisis, son más de los que publican los medios de comunicación.
Hace dos semanas, una amiga me llamó escandalizada para comentarme que, mientras tomaba un té en una cafetería, un hombre se había lanzado por la ventana del edificio de enfrente. Era una víctima de la crisis, otra más, indefensa ante un Estado que rescata a los bancos y que, gracias a un apaño financiero, consigue que el rescate bancario no compute como déficit.
Andalucía tiene que ser rescatada de la miseria y de estos datos inhumanos de vidas rotas y segadas por una crisis que tiene más de estafa que de real. El Gobierno andaluz, al que votamos para defendernos de la derecha insensible, tiene que salir de la política de salón. Con resistir solo no se rescata a los andaluces y andaluzas. El Ejecutivo de Andalucía tiene que exigir para Andalucía una mirada especial del Gobierno central. No para ser más que nadie, sino, al menos, para que nuestra tasa de desempleo, sufrimiento y miseria se iguale con el resto del Estado español.
Si el rescate a los bancos ha podido no computar como déficit, un plan de empleo prioritario para Andalucía y la Renta Social Básica, para que no haya ningún andaluz sin nada, también deben y pueden no computar como déficit. No es una utopía. La utopía es que 35 años después de conquistar la autonomía andaluza, el destino de sus jóvenes sea el mismo que el de sus abuelos. Las deudas son un contrato, se pueden pagar hoy o dentro de tres meses. La miseria y el dolor social de Andalucía es un drama y es insoportable.