Para mantener vivo el fuego de una chimenea, conviene montar la leña más menuda sobre un cabecero que la soporte y refracte el calor hacia fuera. Al poco de prenderse, se arrojan palos en abundancia para que las llamas los conviertan en ascuas. Ahí radica la clave. Las ascuas son el corazón del fuego. Su alma. Necesitan oxígeno y alimento para sobrevivir. Cuerpo y aire. Cuando falta cualquiera de estos elementos, las ascuas se apagan. No hay fuego. Ni calor. Sobreviene el frío. La ceniza. La muerte.
Para la lógica aristotélica que casi todos llevamos incrustada en el cerebro, la realidad se descompone en dualidades inescindibles. A su vez, cada uno de estos pares está formado por otras dos realidades parasitarias pero excluyentes entre sí. No hay luz sin oscuridad. Ni vida sin la muerte. Igual le ocurre al fuego. No hay ascuas que no terminen en ceniza. Ni cenizas que no fueran ascuas en otro tiempo. La vida de cada uno de nosotros no es más que una combinación de ascuas y ceniza. De esperanza y desesperación. De amor y desamor. De deseo y fracaso.
La explicación de la política, a diferencia de la genética o la informática, no puede reducirse a binomios de este género. Libertad y seguridad, por ejemplo, son y deben ser compatibles. Sin embargo, la visión maniquea y simplista de la contemporaneidad ha terminado por contaminar a estas parejas políticas con el virus de la lógica aristotélica. No es que se necesiten tanto como se desprecian, a lo Jack Lemon y Lee Remick en Días de vino y rosas. Mucho peor: la existencia de uno niega la del otro. Volviendo al ejemplo anterior, la caída del muro de Berlín parecía conllevar la desaparición del miedo que alimentó la Guerra Fría. La victoria definitiva de la libertad sobre la seguridad. Pero no fue así. El miedo se deslocalizó para habitar como Dios en todas partes. Y hoy ese mismo miedo permite al Nobel de la Paz tomar medidas esperpénticas en los aeropuertos que atentan descaradamente contra la dignidad del ser humano. El mismo mal de fondo que provocó la denigrante detención ilegítima, por legal que sea, de los activistas de Greenpeace en la democratísima Dinamarca.
Esa supremacía inconsciente de la seguridad me preocupa tanto como la reductio ad unum de otros dos binomios: tiempos políticos y electorales; estrategia partidista e ideología. Las ascuas habitan en los tiempos políticos y en las ideologías. Sin embargo, los partidos sólo ven ceniza cuando no hay elecciones cerca. Es lógico que piensen así los integrantes del bipartidismo que aspiran al poder: socialistas y populares. Pero que las demás opciones caigan en la trampa, especialmente en Andalucía, me produce pena. Y rabia. Porque no tienen cabecero. No buscan leña. Les falta el aire. Y en lugar de arrojar ramas a las ascuas, les están echando ceniza encima. Es verdad que así se mantienen vivas por más tiempo. Pero mueren igual. Más pronto que tarde. Y sin dar calor. Sólo frío. Cuánta razón tenía Montaigne: a nadie le va mal durante mucho tiempo sin que él mismo tenga la culpa.
Si P36 fuera un partido… De todas sus facciones me quedaría en la de Antonio Manuel. Los partidos no deben están para gobernar nada, sino para ayudar al pueblo a sentirse como tal. En este momento lo más importante es luchar contra el negocio leviatánico que ensuncia las conciencias, y eso sólo puede hacerse hablando de amor.
Querido amigo:
Como bien sabes, no demonizo a los partidos como categoría sino a su parálisis social más allá de las convocatorias electorales. Creo con sinceridad que el debate intelectual desprovisto de acción se convierte en una tertulia; y que la acción sin un fundamento ideológico se termina derramando como la ceniza entre los dedos. Somos muchos los andaluces y andaluzas que creemos en que los «partidos esperanza», entendiendo la dificultad que les supone hoy en día simplemente existir, deben actuar antes y después de las urnas, tengan o no concejales en los Ayuntamientos o diputados en el Parlamento. Y somos muchos los andaluces y andaluzas que percibimos con cierta desolación que siguen mentalmente ocupados en los micrófonos y carteles.
No soy sospechoso de no apoyar decididamente a quien creo y quiero. Y por creo y quiero hacerlo, sencillamente reivindico que no se comporten como los partidos a los que critican. Porque quizá cuando queramos cambiar no seremos ascuas sino ceniza.
Creo que es un error la desvalorización de los partidos, por mucho que tengan tan mala prensa. Es una construcción social que lleva mucho tiempo, décadas e incluso siglos. Los dos grandes partidos se sustentan en ideologías centenarias que nacieron junto con la revolución industrial. Tienen una historia formada por el esfuerzo de miles de personas y por supuesto la ayuda de grandes grupos económicos y mediáticos. Ahora está naciendo una alternativa que tiene que dar respuesta no sólo a las dos patas del industrialismo sino a esa época que está desapareciendo. Nos apoyamos en la sociedad como comunidad política, sujeto básico del sistema aunque esté suplantada por el mercado; en la ecología, reveladora de los límites del desarrollo, en la izquierda sociológica, portadora de los valores de igualdad, libertad y solidaridad y en la democracia como método en sí de cualquier actividad política. Estamos empezando y esto lleva mucho tiempo, décadas o incluso siglos (una nimiedad en el devenir de la historia). Si estamos orientados seremos las ascuas si nó habremos vivido una intensa aventura (compartida).