Concha Caballero / No es que tengan dudas, no. Es que están absolutamente convencidos de que somos ingenuos, sumisos y más bien tontos. En muchas de las grandes superficies comerciales han quitado varias cajas tradicionales y han instalado un autochecking para que tú mismo te hagas tu cuenta, retires los precintos y pagues con tu tarjeta. Se ve que los pobres andan escasos de personal pero repletos de ideas de cómo aumentar sus ganancias a costa de suprimir puestos de trabajo y explotar a los clientes. La publicidad y el entorno del autocheking es sin embargo idílica: se trata de convencer a los compradores de que se encuentran en su propia casa, sin intermediarios ni empleados.
En el caso de las gasolineras el truco del almendruco debe resultar de lo más productivo. No sé cómo convencieron a las autoridades de que, además de servir combustible, podían vender productos de primera necesidad. En poco tiempo, han ampliado sus negocios hasta convertirlos en auténticos supermercados que compiten deslealmente con todo el comercio de alrededor. Las pobrecitas gasolineras y petroleras no tenían bastante con su negocio y han dado el salto al comercio tradicional con la bendición de nuestras autoridades.
La desaparición del personal de las gasolineras empieza a ser más misteriosa que el asesinato de Laura Palmer en Twin Peaks. De forma planificada desapareció el empleado que, vestido con el mono de la empresa, te llenaba el depósito del coche y te preguntaba si súper o normal. Te adjudicaron su trabajo directamente a ti, que ahora acabarás con las manos manchadas de combustible y completando una minimaratón de idas y venidas, con la tarjeta, el número asignado a tu vehículo, la marca de tu gasolina y procurando no equivocarte en el color de la manguera. Tu colaboración voluntaria con las petroleras puede haber supuesto la desaparición de 15.000 empleos, teniendo en cuenta que esa es la cifra aproximada de gasolineras en todo el país (unas 2.000 en toda Andalucía). Viendo que hemos aceptado sin rechistar esta nueva forma de consumo, algunos se han animado al cero total en coste de personal y ya han suprimido también al tío del cristal obligándote a que seas tú mismo quien pague la operación con el anzuelo de unos céntimos de descuento.
O sea, que para vender pollos necesitas tropecientos certificados sanitarios y de manipulación de alimentos, pero para servir un producto peligroso, altamente inflamable y tóxico, no se establece ningún tipo de control. Intento entender esta situación y no encuentro respuesta alguna. Me dicen que es difícil actuar, que hay algunas denuncias pero que el tema es complejo, que no se pueden tomar medidas porque las grandes empresas deslocalizan sus centros, que si las nuevas costumbres de consumo… No me convence ningún argumento. ¿Dónde se puede deslocalizar la gasolinera de mi pueblo o de mi barrio? ¿Qué nuevas costumbres de consumo me obligan a servir los productos? Casualmente encuentro la información de que las gasolineras españolas son las que tienen más margen de beneficio de toda Europa. No me extraña.
Lo comento entre mis amigos y lo tenemos claro: excepto en casos de imperiosa necesidad, no repostaremos gasolina en ningún establecimiento que no tenga una persona contratada para servir al público. Es una modesta rebelión que no se dirige a ninguna empresa en especial, sino a la responsabilidad social de todas. Sobre todo porque vivimos en un país —y en nuestro caso en una comunidad— con un paro estremecedor, con una crisis que no levanta el pie del cuello de los más débiles, porque con la excusa de la crisis y la buena fe de los consumidores, se aumentan los beneficios siempre para un grupo selecto y porque la modernidad no es aceptar reglas de juego impuestas unilateralmente, sino que podamos jugar todos.