Juan Chirveches. Bárbaro urbanismo, edificios bárbaros, bárbaros concejales, alcaldes bárbaros. Bárbaros los constructores, bárbaros los arquitectos, bárbara la corrupción, fealdades bárbaras, bárbaro ladrillajo, tapiones bárbaros en medio de las ciudades, bárbaros pantallazos de hormigón desnudo, estéticas bárbaras.
Bárbara la codicia, bárbaro el conformismo, bárbara la indiferencia. Y el mal gusto, bárbaro. Bárbaro el sepultamiento de ciudades, pueblos, vegas, playas y montañas bajo bárbaras losas de piedrajos bárbaros. Bárbaras urbanizaciones.
Bárbaras legalidades. Ilegalidades bárbaras. Bárbaras autoridades autorizadoras de autorizaciones bárbaras. Bárbaras licencias. Bárbaras barbaridades.
Al sureste del Sureste se extiende un hermoso territorio árido, virginal, original, único: frágil cordero de tierra acechado y rodeado por lobos inmobiliarios con las fauces abiertas, hambrientos de codicia, ansiosos por devorarlo a dentelladas de cementón.
Cálido hogar de los flamencos, de las garcetas, de los saltamontes, de los patos malvasía, de las adelfas, de los narcisos de hojas torcidas, de las siemprevivas moradas, de decenas de endemismos de fauna y flora.
El Parque Natural del Cabo de Gata, en las tierras de Indalia, es bellísima región volcánica de colinas desnudas; de cielos limpios; de ramblas de silencio y soledad donde oír y apaciguar nuestros tumultos interiores; de cantiles que se precipitan sobre un mar luminoso que guarda, dentro de sus líquidas vitrinas, extensos jardines de posidonias. Y abierta mansión donde viven los lentiscos, las pitas, los ágaves, las chumberas, las gaviotas que, al atardecer, dejan sus huellas dibujadas en la arena de las playas como si hubieran trazado allí los signos del misterioso alfabeto de las aves.
Dulce reino de la focha, del tarro canelo, de la garza, del zampullín, de la libélula, del taray, del tejón, de los delfines, del esparto y de las lagartijas: diminutos relámpagos verdes que rayan, de pronto, la soledad de los caminos.
Pequeño paraíso milagrosamente salvado de la especulación inmobiliaria. Reserva de la Biosfera. El cabo de Gata es una isla de naturaleza en medio de la casi continua muralla de densa y brutal edificación que circunda y afea y avergüenza el perímetro peninsular.
Pero allí, en el corazón mismo del Parque Natural, alguien (bárbaras autoridades, licencias bárbaras) permitió que se iniciara, en el 2004, la construcción de un desaforado edificio en una bonita cala, inmaculada hasta ese momento: el hotel Algarrobico, en la playa del mismo nombre.
En medio de una zona protegida, y levantado a menos de veinte metros del mar, cuando la Ley de Costas fija una distancia mínima de cien, la ilegal construcción se eleva recostada sobre una ex preciosa ladera donde se han inyectado sesenta y cinco mil metros cúbicos de hormigón para sostener al monstruo: las bárbaras construcciones son horripilantes dragones de piedra por cuyas venas corre la endurecida sangre de la codicia, y se alimentan de un suero espeso compuesto por hormigón y cementajo.
Menos mal que, muy pronto, se pusieron en acción los Ecologistas en Acción y Green Peace. Ecologistas: valientes caballeros andantes de nuestro tiempo, cuya heroica lucha nunca agradecerán lo suficiente las futuras generaciones. Pidieron la demolición del armatoste. Y, tras la correspondiente denuncia, el juez paralizó las obras en el 2006.
Comenzó entonces una enmarañada maraña de dimes y diretes, de síes pero noes, de noes pero síes: los típicos enredamientos legales, paralegales, semilegales e ilegales con que los responsables de tanta barbaridad (los políticos y los otros) tratan de salvar y colocarnos sus monstruitos de piedra. Y sus monstruones.
El anterior presidente regional anunció en mayo de aquel año que el hotel sería demolido. Luego se fue a Madrid y nunca más se supo… Ahora, la consejera de Medio Ambiente declara, con oratoria que sin duda habrá puesto de punta los pelos de la calva al mismísimo retrato de Castelar, que el edificio “no perjudica medioambientalmente hablando”…
Pues bien. A ese cervatillo indefenso, acosado y amenazado que es el cabo de Gata, habrá que protegerlo y salvaguardarlo con las fuerzas de la opinión, de la escritura, de la protesta, de la concienciación y de la Ley, ya que ni la consejera regional del ramo, ni el gobierno regional, ni el gobierno central parecen estar por la labor, como fuera su deber.
Porque el hotel Algarrobico no es el hotel Algarrobico. El hotel Algarrobico es una cabeza de puente, una avanzadilla, una punta de lanza, una quinta columna con que introducirse en el corazón mismo del Parque Natural para, desde dentro, traicionarlo, alterarlo y destruirlo. Y después, asfaltarlo, edificarlo, enladrillarlo, matarlo de arriba abajo. De hecho, este edificio es, tan solo, la primera pieza de la infernal maquinaria de un plan increíble que prevé la construcción de siete hoteles más, mil quinientas viviendas y varios campos de golf… ¡…!
Y entonces: adiós, Cabo de Gata; adiós, paraíso azul, remanso sereno que huele a sal, a paz, a mar, a tomillo, a peces.
Si todavía queda una delgada brizna de decencia en la clase política; si todavía le queda algo de prestigio, o de fuerza, al mundo de la ley, no puede haber otra salida que la demolición total del hotel Algarrobico, y la cancelación a perpetuidad de los brutales planes en que se inscribe y encabeza.
Y mientras sí, mientras no: bárbara la tristeza que nos produce. Y la rabia que sentimos, bárbara.
J. Ch. Publicado en Ideal. Granada, mayo – 2010