Francisco Garrido.
No he querido escribir inmediatamente después de los atentados de Bruselas. No quiero caer en la misma trampa que en los crímenes de Paris, el antiterrorismo como discurso político dominante es la bomba terrorista más potente. Nada interesa más a los terroristas que hacer de su acción el eje central de la vida política. Nada mejor para los gobiernos autoritarios y austericidas que extender la onda expansiva de los atentados difundiendo el terror en la población.
El terrorismo es una tecnología política de doble uso cuya arma fundamental es que el terror al miedo se imponga sobre el rechazo y el miedo a la desigualdad y a la tiranía. En España sabemos bien de eso y de cómo ETA ha servido, y sirve después de muerta, como coartada y alimento para todos los canallas. El principal objetivo del terrorismo es disciplinar a la población. El objetivo de la violencia terrorista no es la muerte sino la sumisión, es violencia política en estado de alta pureza y como tal violencia, útil y racional, aunque no precisamente razonable.
El yihadismo no es tanto una reacción como la última versión estratégica de la doctrina del shock. No es que el terrorismo actúe porque la desigualdad impulsa la acción suicida sino es todo lo contrario: es el terrorismo el que impulsa y sostiene la desigualdad y la pobreza. Por eso no debemos cambiar nuestra agenda; nuestro principal problema no debe ser el miedo al terror sino el terror del miedo. Porque el miedo es el gran aliado de la dominación, el arma nada secreta de los poderosos.
Hay una alianza objetiva entre las élites occidentales y las élites árabes que dirigen el wahabismo y apadrinan ideológicamente al yihadismo; los increíbles errores de la policía belga, ya de por sí bastante torpes, así lo confirman. Miedo ninguno, dolor y rabia toda, pero contra ellos. Si el marco del debate político es el antiterrorismo ya han ganado.