El cambio de mando en el Congreso de EE.UU en donde la antigua presidenta demócrata Nancy Pelosi ha sido sustituida por el republicano John Boehner, expresa simbólicamente el cambio de mundo al que estamos asistiendo. La derrota de Obama en las últimas elecciones legislativas significó la agudización de la crisis del liderazgo mundial de EE.UU, como consecuencia de la crisis de la globalización que estalló en el 2007. Los poderes económicos americanos dudaron entre atreverse a apostar por un nuevo modelo ante el fracaso del impulsado por Busch o realizar simplemente ajustes en su determinación de seguir siendo la potencia hegemónica a cualquier precio. El corto recorrido del proyecto del gobierno Obama significa que han despejado sus dudas. Por eso el nuevo presidente del Congreso ha agitado sin piedad la piqueta de los derribos empezando por su declaración de revocar la reforma sanitaria, el emblema del giro más igualitario y más centrado en la realidad interna de EE.UU, que protagonizaba Obama. Boehner ha enfatizado en su toma de posesión que el objetivo es devolverle el poder al pueblo, como si se tratara de un personaje sacado de la novela 1984 en donde el gobierno llamaba paz a la guerra o amor a la represión. La única verdad es que efectivamente de lo que se trata es del poder.
Esta crisis nos está obligando a realizar una relectura de muchas realidades sociales que habíamos guardados en nuestras mochilas de certezas como crucigramas ya resueltos. Por ejemplo el papel de los Estados en la globalización. Entendíamos la globalización como el desapoderamiento de los Estados por los mercados, pero esta visión ha sido impugnada por los desvelamientos de la crisis, porque implícitamente partía de la idea de que todos los Estados jugaban un papel de alguna manera semejante y desde luego esto no se ajusta a la realidad.
Hoy parece más cierta la hipótesis de que la globalización fue una apuesta política para impulsar el capitalismo en la crisis de finales de los sesenta. Una apuesta basada en un modelo que optaba por el crecimiento utilizando como locomotora el sector financiero, bajo la hegemonía de EE.UU, destruyendo para el consumismo todos los espacios de autonomía social. Su orto fueron los años 90: el bloque soviético no pudo competir con el desarrollismo que la globalización había imprimido al capitalismo y en el interior de éste consiguió que la rebeldía se tornara en hedonismo.
Pero la crisis de 2007 resulta inseparable del papel que desempeña en la misma EE.UU y de este Estado como guardián del dólar y de los centros financieros sobre los que se ha construido toda la realidad subyacente de la globalización. El nuevo presidente del Congreso ha vuelto a confundir sociedad y Estado: quiere devolverle el poder a los EE.UU. no al pueblo de los EE.UU. Pero creo que también está confundiendo sus deseos con la realidad: el cambio de mundo que está produciendo esta crisis no tiene vuelta atrás.
Estoy de acuerdo con la reflexión, solo un matiz me rechina. No es la rebeldía transformada en hedonismo, creo, si no la rebeldía transformada en consumismo. No puede usarse el primero como sinónimo del segundo.
Para interpretar un poco lo que digo, basta recordar que Epicuro es el filósofo del placer, del autoreconocimiento del individuo por la vía de los sentidos, es el anclaje en a la libertad.
Otra cosa es el consumismo, cuya raíz última es la autoafirmación del poder, del tener, del gastar.
Solo eso.