ElPaís. 26/09/2011.»Éramos esclavos», así se refiere José Barajas (Huelma, Jaén, 1916) a los batallones de trabajadores del franquismo, donde penó durante tres años al acabar la Guerra Civil con miles de represaliados y exsoldados de la República. Con 95 años, recuerda en conversación telefónica desde Barcelona, donde ahora vive, el hambre y la muerte de compañeros por inanición, por suicidios y por enfermedades después de sufrir tratos vejatorios. Con el paso del tiempo, asegura que no guarda rencor -«solo a veces», admite-, pero pide que no se olvide esta historia. «Que la juventud sepa qué pasó».
Barajas se alistó como voluntario al comienzo de la Guerra Civil para defender la República y se convirtió en uno de los miles de esclavos del franquismo que realizaron trabajos forzados.
Era hijo de socialista y desde muy joven asistía a los mítines del partido en burro. Tenía 20 años cuando estalló la guerra y se alistó en los batallones de voluntarios. Desde ese momento, pasó una década «viendo morir gente».
Tras la contienda y al comenzar la II Guerra Mundial, Barajas fue enviado como esclavo a Punta Paloma, en Tarifa (Cádiz), donde construyó los fortines para las ametralladoras y los cañones, entre ellos el considerado más grande del Ejército, traído desde Mahón (Menorca). Según contaron sus compañeros de destino, fue arrastrado por los presos por zonas donde no había ni carreteras. Recuerda suicidios de compañeros, hambre, «y que nadie se preocupaba».
En Facinas (Cádiz) construyó una carretera y un campamento militar. Las bellotas del campo y la comida que traían mujeres de la zona aliviaron el hambre de los batallones. «Comíamos hierbas, naranjas con piel y los arenques con la cabeza, la espina y todo lo que llevase; todo lo comíamos», recuerda.
También construyó una carretera en Conil de la Frontera (Cádiz), donde un alférez sintió lástima de la situación y aumentó las raciones de comida. Los pescadores les daban cubos de sardinas a cambio de que les ayudaran con las redes.
Compartió el campo con tres jefes republicanos vascos llegados del Patronato de Redención de Penas por el Trabajo, una institución creada en el Ministerio de Justicia para distribuir a los esclavos.
De Bolonia recuerda la enorme decepción al descubrir que Estados Unidos obviaba la situación de los presos y negociaba con el Gobierno español la instalación de bases militares. «Estábamos tan ilusionados que planeamos que, cuando viniesen a liberarnos, les quitaríamos los fusiles a los escoltas, los encerraríamos y saldríamos en busca de los que viniesen a salvar al Gobierno de la República y luchar junto a ellos. Pero ya ves, fue todo lo contrario», afirma.
Barajas pasó por campos de concentración de Navarra y por tres de los 54 que hubo en Andalucía; lugares que, junto a depósitos de presos y zonas de fosas comunes, el grupo Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía (RMHSA) de la Confederación General del Trabajo (CGT) ha pedido que sean declarados, protegidos y señalizados, según la legislación andaluza.
La ausencia hasta ahora de una figura de protección ha supuesto la desaparición de algunas instalaciones, como el caso de las de La Algaba (Sevilla), uno de los centros más duros donde se concentraron los esclavos que construyeron el Canal del Viar y donde muchos fallecieron, como en otros campos, por el hambre y el maltrato.
Muchas de las infraestructuras que construyeron los presos, como las pistas del aeropuerto de Málaga o el Canal del Bajo Guadalquivir, aún están operativas o constituyeron la base de fortunas particulares sin que exista ni un solo elemento que recuerde cómo y por quiénes fueron levantadas.
El testimonio de Barajas apoya las pretensiones del grupo memorialista de la CGT. Su experiencia vital ha sido recogida y difundida por la asociación Memoriaren Bideak, Collectiu Republicà del Baix Llobregat y Memoria Antifranquista del Baix Llobregat.