Juan López de Uralde
Comienza en la ciudad mexicana de Cancún la 16ª Cumbre internacional para alcanzar un acuerdo global contra el cambio climático (COP16). Hace ya un año por estas fechas que miles de personas ibamos a Copenhage para participar en la COP15, con la esperanza de que aquella reunión acabase con un acuerdo. No fue así. Cientos de personas acabamos con nuestros huesos en los calabozos de la ciudad por demandar precisamente aquello que los jefes de Estado debían de haber hecho y no hicieron. Ahora hay muy pocas esperanzas de que en Cancún se alcance un acuerdo.
El año después de Copenhague ha sido malo para las políticas climáticas. Después del fiasco de la COP15, donde básicamente vimos desfilar a decenas de jefes de estado con poca voluntad real de hacer algo en materia de reducción de emisiones, o de protección de los bosques primarios, hemos pasado un año oscuro en políticas del clima. A pesar de que 2010 volverá a batir el récord de temperaturas medias globales, los ataques desde el negacionismo climático han sido durísimos en el último año.
Ciertamente el tan cacareado “climategate” acabó en un bluf. Y con el reconocimiento del valor del trabajo de los denostados científicos de la Universidad de East Anglia. Pero eso no ha interesado. El daño ya estaba hecho, y eso es lo que interesaba a los que no quieren que haya un acuerdo internacional contra el cambio climático.
Luego el triunfo del Tea Party en los Estados Unidos, una de cuyas banderas es negar que el ser humano esté haciendo daño alguno a la Tierra – para mayor gloria de todas las industrias extractivas, claro – acabó de cuajo con la esperanza de que en aquel país haya algún avance en la materia. Sabido es que sin Estados Unidos, no puede haber acuerdo.
Así que Cancún empieza en medio del silencio y el escepticismo generalizado ante la falta de voluntad real de los gobiernos para hacer frente al cambio climático. Por cierto que el aumento global de emisiones en el último año es una prueba palpable de que la crisis que tanto nos agobia es puramente especulativa. La crisis real, la climática, parece no preocupar a los que mandan.