ASISTÍ a la audiencia pública de la Corte Interamericana de Derechos Humanos celebrada en Bogotá el 23 y 24 de agosto. Se juzgaba el caso de Karen Atala e hijas contra el Estado de Chile. Y la vida me regaló la oportunidad de ver y escuchar a Karen. Discriminada por lesbiana. Despeinada. Sin maquillar. Serena. Nadie le preguntó por el encarcelamiento interior que sufrió durante su primer matrimonio. Tuvo un hijo. Nadie le preguntó por el encarcelamiento interior que sufrió durante su segundo matrimonio. Tuvo tres hijas. Todos le preguntaron por las terribles secuelas que padeció tras su liberación: cuando confesó a su marido que era lesbiana. Acordaron separarse. Tendría la custodia de sus hijas con derecho a visita del padre. Ella es juez. Él, fiscal. Por motivos de trabajo, tuvo que trasladarse y decidió vivir allí con su pareja. Entonces el padre solicitó la custodia alegando que este modelo familiar de convivencia afectaría negativamente a las menores. El tribunal desestimó sus pretensiones. La fiscalía procedió a una investigación sin preaviso con el único objetivo de estigmatizarla por su lesbianismo y promiscuidad. Preguntaron a sus funcionarios. Rastrearon su ordenador. Sus llamadas de teléfono. Aunque no hallaron pruebas de perjuicio para sus hijas, la Corte Suprema de Chile empleó la vía disciplinaria para corregir a sus jueces de apelación. Karen no era parte del proceso. Nadie le preguntó. Tampoco a las niñas. Y le quitaron la custodia. Por lesbiana. Y promiscua.
«Cansados de obedecer» fue el lema empleado por los comuneros en su levantamiento contra la monarquía austriaca en España. Estaban hartos de impuestos injustos. De la privación de sus derechos. De las imposiciones de un rey extranjero que no hablaba su lengua, ni entendía sus razones, ni compartía su corazón. Los emperadores sólo emplean este órgano para bombear sangre, no para perderla. Por eso los mató. Perdieron. Como siempre. Pero hicieron lo que creyeron que debían hacer. Estaban cansados de obedecer y desobedecieron. Igual que Karen. Quizá no habría ocurrido lo mismo de no ser jueza. Pero precisamente por eso, ella sólo reclamó justicia ante la Corte: «Para que nadie sufra lo que sufrí yo».
Somos muchos los que estamos cansados de obedecer. Muchos los que asistimos atónitos a la confabulación del bipartidismo contra la reclamación unánime de democracia real en España. Más allá de las razones de una élite que ha perdido la razón pero no el dinero, están las razones de quienes sólo aspiramos a ser oídos. A existir como ciudadanos comprometidos. En las plazas y en las urnas. Ahora exigen que las formaciones minoritarias presenten unos avales para acceder a nuestro legítimo derecho a ser elegibles. Desde este reducto de libertad individual, invito a los que estén cansados de obedecer a que avalen a otros partidos. Como Karen, sé que estamos maniatados por el sistema. Y como Karen, lo utilizaremos para pedir justicia y democracia. Ella y los comuneros perdieron. Pero su lucha sirvió para que nunca pierdan la esperanza quienes estén cansados de obedecer.