Los bufetes de abogados de EEUU seleccionan a sus clientes por la “calidad de las victimas”. En un sistema que se basa en la competitividad, en el número de pleitos ganados y en los resultados, los bufetes, antes de aceptar un pleito evalúan no solo los beneficios que pueden obtener, sino el efecto que la víctima ofrecerá ante el jurado popular o el tribunal.
Su modelo de víctima ideal es aquella de origen modesto, que se expresa con sencillez, que transmite autenticidad y que no presenta flancos fáciles de atacar. En otras palabras, se trata de elegir un personaje que concite la simpatía popular de forma casi automática y que desempeñe a la perfección su papel.
La sociedad, en general, tiene un comportamiento parecido. Ante los miles de tragedias que se desarrollan ante nuestros ojos solemos fijar nuestra atención en aquella en el que la víctima resulte más atractiva y cinematográfica. Esto nos explica por qué conocemos la historia y los protagonistas de algunos crímenes y desapariciones mientras que mantenemos en el olvido otros casos parecidos e incluso con mayor carga dramática.El padre de Mari Luz captó nuestra atención de forma inmediata. La muerte de su hija fue realmente terrible; las peripecias del asesino muy reseñables; los errores policiales y judiciales del caso realmente estremecedores, pero lo que más nos conmovió fue su dolor hondo y su forma de expresarlo con entereza y decisión.
Los medios de comunicación, expertos en exprimir las cualidades informativas hasta la última gota, fijaron su atención en él –como ahora en el padre de Marta del Castillo- y lo convirtieron no en una víctima, sino en un héroe. La víctima pasó a ser legislador, a abanderar una batalla por el establecimiento de la cadena perpetua, y a realizar una peregrinación por instituciones con tanto éxito que consiguió ser recibido por el Presidente del Gobierno.
Durante todo este tiempo el padre de Mari Luz ha contado con la solidaridad, el calor y con la comprensión de casi toda la ciudadanía. En muchas ocasiones, ni los medios de comunicación, ni él mismo, han sabido deslindar la simpatía y la solidaridad del respaldo a sus posiciones. Así ha contado como apoyo a la cadena perpetua, el cariño y el respeto que se le ofrecía como víctima de un crimen horrendo, un camino similar al que transita ahora el padre de Marta del Castillo.
La condición de víctima no es un título habilitante para el ejercicio de la justicia. Es más bien todo lo contrario. Las víctimas, de cualquier delito, ya sea un robo, un asesinato, un golpe, una violación, son los menos adecuados para hacer las leyes y para aplicarlas. Esta evidencia tan simple, y tan fundadora del estado de derecho, resulta hoy una verdad incómoda e impopular.
Precisamente por esta confusión, el padre de Mari Luz ha decidido dar el salto a la política. Personalmente tiene todo su derecho a hacerlo y merece todo nuestro respeto. No es así en el caso de los que se proponen utilizar su figura y su nombre para su éxito electoral y que, lejos de renovar la política, usan las armas más viejas de la utilización de la fama y de los medios de comunicación. Piensan que la popularidad como víctima se transmutará en votos para su partido, sin darse cuenta de que ese capital está hecho de dolor compartido y de solidaridad, tan quebradizo como un hilo de oro.