@VctorMMuoz |Lo malo es que nos hemos ido acostumbrando. Lo peor es que probablemente no sea la última. El pistoletazo de salida fue hace mucho tiempo, Celia, cuando toda aquella movida de las vacas locas y aquella parida tuya de los huesos de jamón en el puchero. No era muy edificante, entiéndelo, ver que toda una ministra de Sanidad se comportaba como una imprudente. Lo tomamos, empero, como una cuchufleta puntual y anecdótica. Quién nos iba a decir en aquel entonces, ay, que con el tiempo te acabarías convirtiendo en la mejor fondista de ese milenario deporte que es hacer el ridículo. Hasta que al fin ya hoy puedes presumir de ser la Haile Gebrselaisse de la memez (es un atleta etíope, Celia, pero asegúrate de que pones bien todas las consonantes cuando lo busques en Internet).
Tirando solo de memoria, me vienen, así de repente, algunos de tus momentos más brillantes: los insultos a tus guardaespaldas y a tu chófer (“Vamos, Manolo”), tu insistencia en llamar “tontitos” a los discapacitados (que tú eres muy coloquial, Celia, no como el fascista de Bono), tu enganche al Candy Crush mientras presidías el Congreso, tu miedo a que los diputados de Podemos te pudieran pegar piojos, etc. ¿Hace falta que siga con los capítulos de esta nueva historia universal de la infamia?
La penúltima, como digo, tuvo lugar el pasado martes en el Congreso de los Diputados. No te gustó que Yolanda Díaz, la portavoz de En Marea, tuviera entre las cuerdas a Fátima Báñez (¡otra que tal!) durante su intervención en la Comisión de Empleo y Seguridad Social. Así que decidiste echarle un capote a la ministra onubense (¿no se lo había echado antes la virgen del Rocío? ¿Es que tú vas a ser menos, Celia?). Pero lo hiciste a tu manera, claro. Interrumpiendo, gritando, faltando. Más que nunca se evidenció, Celia, no ya tus modales de orangutana y esa actitud tabernaria de la que se siente la dueña del condado, sino algo mucho más grave, a la vez triste e indignante: un estilo anticuado y burdo de entender la política.
Así, frente a la seriedad de la diputada de Unidos Podemos, hemos padecido la carcajada imbécil de tus compañeros; frente a su elegancia en la reacción, tu matonismo de garrafa; frente a su trabajo riguroso, tu manera guiñolesca de derramarte en el asiento. ¡Y todavía habrá quien piense que todos los políticos son iguales!
No sé si lo sabes, Celia, pero, ciertamente, te has convertido en el epítome del político camastrón que, para colmo, confunde la esfera pública con la privada. Porque ni el hemiciclo es el patio de tu casa ni el bar del Congreso es esa tasca que siempre te auxilia en los peores momentos. Es evidente, Celia, que el aire de los nuevos tiempos te ha superado y te ha dejado sonada, por lo que has decidido -aunque ya no tengas mucho que aportar- atornillarte a tu escaño con esa extraña mezcla de apatía y desesperación del que está viendo que el Titanic del régimen del 78 se hunde porque ha chocado con la punta del iceberg de la nueva política.
Cuando un diputado, como has hecho tú, Celia, grita en las Cortes “¡Respeto, ninguno!”, es que ha perdido ya todos los nortes, por más que sea del Sur. Entonces, ¿qué le queda? Pues queda lo que tú haces, Celia, es decir, sainete, tragicomedia, ópera bufa (llámalo como quieras), en definitiva, todo aquello que sirve para desviar la atención de lo que de verdad importa, que en este caso era desmontar con los terribles datos objetivos esa Arcadia del empleo que se había montado la ministra del Desempleo.
Así que no te preocupes, Celia, porque para el partido sigues siendo importante. Alguien tiene que ocuparse de poner en marcha la estrategia de la distracción. ¿No se ha hablado en las redes sociales de tus exabruptos y de los memes que han generado más que de la precariedad laboral, que es la herida inmensa por donde este país se está desangrando? Pues objetivo cumplido. Pídete otra, Celia. La penúltima.
Total, te la pagamos entre todos.
Víctor Muñoz es profesor de Lengua y Literatura.