Antonio Manuel.Diario de Córdoba.SE llama «Cora» a la demarcación administrativa andalusí equivalente a la comarca. Es sin duda la unidad natural entre pueblos que comparten memoria bajo un cielo común. Piensan y sienten de manera similar. Habitan los mismos sonidos en su lengua. Y el mismo paisaje en la mirada. Nada que ver con la artificiosidad de la provincia, importada en el XIX de los departamentos franceses, delimitada por la distancia que recorre un burro en una jornada desde su capital. Las coras alcanzaron su máximo esplendor cultural y económico durante el primer renacimiento europeo que tuvo lugar aquí, en Al Andalus, con la división en taifas. En verdad, el retorno a la Bética pluricéntrica que siempre fue Andalucía, como espejo de los anfictionados griegos o de las ciudades-estado italianas del segundo renacimiento. Resulta increíble que los reinos que se dispersan por Despeñaperros arriba nos hayan vendido la moto de lo contrario, satanizando nuestra diversidad mientras mantenían la suya en sus privilegios forales.
La historia suele burlarse estúpidamente de sí misma. Por ejemplo, fueron musulmanes quienes conquistaron Covadonga para las tropas franquistas. Y CORA son las siglas de la comisión, compuesta exclusivamente por funcionarios centralistos, que ha redactado un abominable documento sobre reforma de las administraciones públicas. Por supuesto que era necesaria. Tanto como la del Estado. Pero no para pinchar la aguja del compás en Madrid con la coartada de la duplicidad. Los centralistos se comportan como borrachos que ven doble por todas partes. Sólo que ya está bien de engañarnos tomando por borrosa la imagen de las autonomías. España nunca ha sido una. Jamás. Siempre ha sido plural. Y la administración que conoce de los problemas cercanos debe ser por naturaleza la más próxima. Así pues, eliminen los ministerios vacíos de competencias y el centralismo duplicado de las diputaciones. Y mientras no se reforme el modelo de Estado, alivien la administración con fuerza centrífuga hacia las autonomías y no nos obligue a recurrir contra un recibo de la basura a Madrid. Por ejemplo, un Defensor del Pueblo no puede cubrir todo el territorio del Estado. Necesita oficinas en todas las autonomías. En consecuencia, elimine el único que sobra.
Nadie imputa los males de Grecia o Italia a la configuración territorial de sus Estados. Porque el virus no está en el suelo, sino en el aire que nos obligan a respirar los centralistos.