La democracia y la ciencia tienen una raíz común tanto histórica como epistemológica y práctica. Han nacido juntas en la Grecia clásica y dado el salto a la madurez con el racionalismo y la ilustración. Comparten una forma de conocer, construcción de la verdad, el mundo naturalistas inmanente (racionalista y experimental), imperfecta y dinámica. Y utilizan ambas una práctica cooperativa (inteligencia colectiva), abierta (todos pueden saber y decidir) , pública (trasparente) dialógica (contrastación y debate) y prudencial (aproximativa).
Rememorando la conocida frase de Kant podemos decir que hay dos cosas que me asombra en la especie humana: la pasión por la igualdad y la cooperación (democracia) y la predisposición por las teorías. Una especie de animales cooperativos y teóricos, éso es lo que somos. La democracia es la ciencia práctica de la cooperación social y la ciencia es la democracia teórica del conocimiento.
Comparten también un mismo frente de peligros y de enemigos: la ausencia de libertad y de igualdad lastra al sistema político democrático y al sistema de conocimiento científico. Sin igualdad en las condiciones de constractación de las hipótesis no hay ciencia y sin igualdad en las condiciones de las toma de decisión colectiva tampoco hay democracia. Los enemigos antiguos eran el oscurantismo y el autoritarismo teocrático que imponían por la fuerza y el terror la producción de la verdad y las formas de organización de la vida social y de reparto de los recursos. Tanto el conocimiento del mundo como la gestión del poder no provenían de la razón y los sentidos sino de la revelación jerárquica, de arriba hacia abajo, de la voluntad de un ser superior sobrenatural. La iglesia y la monarquía por su santidad y por su majestad estaban fuera de la razón y de la sensibilidad común a la que apelaba la ciencia y la democracia.
Hoy , sin que estos enemigos hayan desaparecido del todo, los mayores riesgos para ambas residen en los mismos; el poder del capital para de trucar pruebas y laboratorios o para manipular a la opinión pública a través de los medios de comunicación de masas. La desigualdad en el acceso al método desvirtúa la verdad científica y política y convierten en retórica a la ciencia y a la democracia.
La demanda de ciencia pública, no mediatizada por el mercado ni por los gobiernos, no es una demanda de calidad sino de necesidad para que haya ciencia. Al igual ocurre con la demanda de unos medios de comunicación públicos no gubernamentales ni privados para que haya democracia. Tan peligroso es Monsanto o Pfizer en la ciencias de la salud o en la agronomía como el Banco de Santander en las universidades públicas españolas, en PRISA o en el grupo editorial de El Mundo. Por eso al igual que nadie duda de la perentoria necesidad de la intervención del Estado en el campo de la investigación científica básica tampoco debemos dudar de la necesidad de medios de comunicación públicos que permitan la construcción colectiva y democrática de la vedad política.
En el presente, y aún más en el futuro, los “golpes de Estado” se darán en los laboratorios y en las redacciones, y los darán los mismos de siempre: las oligarquías económicas. Pero ahora el brazo ejecutor serán tanques cognitivos, cargados de información manipulada y falsa; los que ocuparán los modernos centros neurálgicos y estratégicos: el cerebro y la conciencia de las gentes.