Ángel B. Gómez Puerto (Córdoba).
España atraviesa un ciclo de graves dificultades económicas y sociales que exigiría el esfuerzo común y la implicación de todas las fuerzas políticas del Estado. Sin embargo, el principal partido de la oposición sigue en su tónica de criticar sin proponer alternativas concretas (en su último documento tan sólo reflejan una medida frente al paro). Los representantes de su grupo parlamentario siguen instalados en su posición estática y cómoda del propio escaño del Congreso. Hablan y hablan, pero no se comprometen en nada con el Gobierno de nuestro Estado para salir de la difícil situación, defraudando a lo que la ciudadanía reclama: unidad de acción de todos frente a la crisis y puesta en común de posibles de soluciones.
Mientras los ciudadanos sufren las consecuencias de un modelo de crecimiento económico internacional especulativo y desequilibrado, y nuestro Gobierno pone encima de la mesa varios planes para intentar paliar las consecuencias y reactivar algunos sectores de la economía nacional, el Partido Popular sigue a verlas venir, teniendo tan sólo en mente intentar ganar, a toda costa, en las elecciones europeas del 7 de junio. E incluso, su portavoz parlamentaria ha declarado en varias ocasiones en los medios que le divierte mucho su trabajo de oposición: ¿cómo puede divertirse con la grave situación ante la que nos encontramos?
Vuelvo a insistir en la idea de que en la política nacional se ha instalado una peligrosa tendencia de la teoría política del Estado que propugnó Maquiavelo en el Renacimiento. En su clásico libro “El Príncipe” propugnaba el estadista italiano del XVI que “la obtención y la retención del poder eran el fin último y que todo lo que fuera necesario para ello estaba justificado”. Este principio está en contradicción absoluta con el concepto actual de democracia, en el que tan importante es el fondo como la forma, pues, no todo vale en política. He llegado a la conclusión de que los dirigentes del primer partido de la oposición están en esta estrategia política “del todo vale”, con el único objetivo de desgastar al Gobierno, perjudicando al propio ánimo colectivo de la ciudadanía española.
Personalmente me causa gran decepción toda esta situación. No obstante, en general considero a la actividad política como muy necesaria para profundizar en los valores democráticos, para ayudar a que en la gestión de los asuntos públicos se trabaje con el objetivo de conseguir la igualdad real y efectiva entre los ciudadanos, y para que se desarrollen acciones de solidaridad con las personas que sufren el desempleo y/o la pobreza, consecuencias de un sistema económico, en su versión neoliberal del siglo XXI, que sólo tiene en cuenta el beneficio y la “rentabilidad económica”, y que parte del nefasto presupuesto ideológico de considerar a las políticas sociales como un gasto, y no como una obligación de todo Estado Social, como es el Español desde 1978. En definitiva, para remover los obstáculos que impiden la igualdad real y efectiva de todos los ciudadanos.
La sensación que tengo es que muchas de las personas que se dedican a la política profesionalmente tienen como actividad diaria la generación de crispación y el debate estéril. E incluso, llegan a poner en cuestión el trabajo de los jueces cuando no le es favorable (como han intentado hacer con el Magistrado Garzón). Así no se fomenta la democracia, sino el hastío del ciudadano. Se deberían abandonar actitudes de bronca permanente, y explicar a los ciudadanos de manera divulgativa las soluciones para salir de la situación de crisis económica. Los ciudadanos estamos esperando la unidad de acción y el compromiso firme ante los problemas reales y acuciantes, no la pelea inútil.