En la catedral de Colonia esta la tumba de los reyes magos. En la estación de trenes de Colonia, en la noche de fin de año, más de mil hombres de aspecto cárabe y del sur ha asaltado y violado a decena de mujeres alemanas de formas coordinada y concertada. Es difícil creer lo de la tumba ¿verdad? Bueno, pues a mí me resulta casi más difícil de creer lo segundo. Y no porque no haya habido violaciones o ataques sexuales que desgraciadamente los habrá habido; sino por el uso, la supuesta novedad y el escándalo que han montado en plena crisis de los refugiados. En determinadas concentraciones de masas con fuerte presencia de población joven y masculina y nos menos abundante consumo de alcohol y otras drogas; estas agresiones se repiten con demasiada asiduidad. Nada más hay que ver lo que ocurre en las fiestas de Sam Fermín o en ciertos conciertos musicales. La violencia oculta que subyace a las relaciones de dominación de género emerge de forma monstruosa cuando los controles inhibitorios desaparecen por el efecto del alcohol y la fuerza imitativa del rebaño.
Lo asombro de los supuestos incidentes de Colonia no son los hechos sino la interpretación de los mismos. Una interpretación que atribuye las agresiones a una acción concertada y planificada, de “dimensiones desconocidas” dice la policía, de grupos étnicos determinados y vinculados al exilio sirio. La dimensión del escándalo informativo ha sido mundial y contrasta con el silencio que muchas veces envuelve a las agresiones sexuales que se perpetran en muchas concentraciones de masas desde el metro hasta los carnavales. Mucho antes de que hubiera ninguna prueba, ningún detenido, ningún sospechoso saquera ya se le había puesto nombre y etiqueta étnica a los agresores. Es muy interesante observar cómo funcionan estas cosas de los imaginarios colectivos; todo el entusiasmo de solidaridad que en Alemania se ha desplegado con los refugiados sirio ha desatado en paralelo, y de manera silenciosa hasta ahora, un conjunto de miedos y temores irracionales de raíz racistas, que han explotado con los sucesos de Colonia. Muchos alemanes y alemanas han querido ver en esto sucesos de relatos confusos la confirmación de sus miedos más ocultos e inconfesables, el motivo por el cual a ellos no les parecía tan bien eso de recibir con los brazos abiertos a “tanto moros”. “Te lo dije “, seguramente esta frase habrá sido la más repetidas en esto días en Alemania.
Pero aunque los medios y la policía no le hubieran puesto tan pronto nacionalidad a los asaltantes, mucha gente ya se lo habría puesto. Como en el aquel chiste soviético en el cual el secretario de partido manda detener a un hombre que reparte octavillas en medio de la Plaza Roja. Los policías vuelven cabizbajo sin el detenido y le informan al secretario del partido que han tenido que soltar al hombre porque las octavillas estaban en blanco, no decían nada. El secretario respondió: “Deténgalo otra vez, todo el mundo sabe lo que tenía que poner”. En las agresiones de Colonia también todo el mundo sabía ya quienes tenían que haber sido.
A partir de estas lógicas de los imaginarios cautivos la maquinaria política comienza a funcionar y en vez de neutralizar estos miedos los moldea y redirige hacia los objetivos políticos deseados. El primer objetivo es sortear los escollos de lo políticamente correcto; nada de racismo explícito. Ahora vendrán miles de declaraciones solemnes exculpando a los árabes, a los musulmanes y a los refugiados de los incidentes pero el daño ya está hecho, el ruido que llega millones de personas ya está emitido. Al igual que nadie consulta el código de circulación en medio de una curva peligrosa; nadie escucha los discursos después del estruendo mediático. El otro no es deplorable por ser moro, , musulmán o refugiado sino por ser machista, fanático, violento, por no respetar los derechos humanos. Hay que conseguir que la ciudadanía occidental acabe aceptando que la única forma de preservar los derechos humanos es excluir de su disfrute a la inmensa mayoría de los humanos. Es como la paradoja del igualitarista que mira por encima del hombre a aquellos que son menos igualitarista que él.
Desde esta perspectiva la selección política de las agresiones de Colonia como caso ejemplar es muy útil para `poner en juego esta nueva forma de racismo liberal sin poner en cuestión, todavía no es el momento todo se andará, el núcleo duro de lo políticamente correcto. Se trata de agresiones contra la libertad de las mujeres, algo a lo que son especialmente sensible, los sectores de la opinión pública más progresista. Si consiguen que hasta los antirracista acaben odiando al extranjero, al refugiado; la victoria será total. Nada de cabezas rapadas, ni de simbología nazi; seremos racista a base de ser antirracistas.
«Primero censuraron las revistas de historietas, las novelas policiales, y por supuesto, las películas, siempre en nombre de algo distinto: las pasiones políticas, los prejuicios religiosos, los intereses profesionales. Siempre había una minoría que tenía miedo de algo, y una gran mayoría que tenía miedo de la oscuridad, miedo del futuro, miedo del presente, miedo de ellos mismos y de las sombras de ellos mismos». Ray Bradbury.
«En los países y épocas en que la comunicación se ve impedida, pronto todas las demás libertades se marchitan. La discusión muere por inanición, la ignorancia de la opinión de los demás se convierte en rampante, las opiniones impuestas triunfan. El ejemplo bien conocido de esto es la loca genética predicada en la URSS por Lysenko, que en ausencia de debate (sus oponentes fueron exiliados a Siberia) puso en peligro las cosechas de veinte años. La intolerancia se inclina hacia la censura, y la censura promueve la ignorancia de los argumentos de los demás y por lo tanto a la intolerancia misma. Un círculo vicioso rígido, que es difícil de romper». Primo Levi.