Raghuram Rajan: Antes de la reciente crisis financiera, los políticos norteamericanos de todas las tendencias emplearon Fannie Mae y Freddie Mac, las gigantescas agencias hipotecarias semipúblicas, para distribuir préstamos entre los sectores más desfavorecidos de sus circunscripciones. La preocupación de fondo tras esta nueva pasión por la vivienda era el incremento de las desigualdades de renta.
Desde los setenta, el salario de trabajadores cualificados ha crecido de media el 90% en EE.UU., mucho más rápido que el salario de los trabajadores poco cualificados, como los empleados de fábricas y los auxiliares, que ha crecido el 50%. Hay varios factores responsables del desfase de este diferencial 50/90%.
Quizá el más importante es que el progreso tecnológico de Estados Unidos requiere fuerza de trabajo cada vez más cualificada. Hace 40 años, el bachillerato era suficiente para un oficinista; pero hoy hace falta una diplomatura universitaria como mínimo. Sin embargo, el sistema educativo no ha sido capaz de proporcionar la suficiente fuerza de trabajo cualificada. Las razones son varias, de la nutrición y el aprendizaje infantil y la socialización a las deficientes escuelas primarias y secundarias, que dejan demasiados americanos sin preparar para la universidad.
Las consecuencias prácticas de todo esto para las clases medias son el estancamiento de los salarios y la precariedad laboral. Los políticos se dieron cuenta de ello, pero es difícil mejorar la calidad de la educación, lo cual requiere cambios políticos profundos en zonas donde hay demasiados interesados en mantener el status quo.
Además, los cambios tardarían años en hacer efecto, y por tanto no calmarían la ansiedad actual del electorado. De modo que los políticos hubieron de buscar maneras más inmediatas de apaciguar a sus votantes. Hace tiempo que sabemos que lo que importa no son los ingresos, sino el consumo. Cualquier político cínico o listillo se daría cuenta de que, si se aumentan los niveles de consumo de los hogares de clase media, si pueden comprar un coche cada unos cuantos años e ir de vacaciones a lugares exóticos de vez en cuando, no prestarán demasiada atención a la congelación salarial.
De modo que la respuesta política al aumento de las desigualdades –ya sea consciente o inconsciente– fue aumentar el crédito a las familias, sobre todo a las de rentas más bajas. Los beneficios –aumento del consumo y del empleo– fueron inmediatos, y la factura podía dejarse para más adelante. Aunque parezca cínico, los gobiernos incapaces de resolver la ansiedad profunda de las clases medias han usado siempre el crédito fácil como paliativo.
No obstante los políticos prefirieron alcanzar este objetivo de modo más sutil y persuasivo que aumentar burdamente el consumo: la expansión de la vivienda en propiedad – elemento clave del sueño americano– a familias de clase media y baja sirvió como argumento central para aumentar el crédito y el gasto de los hogares.
Y ¿por qué Estados Unidos no siguió una vía más directa de redistribución, aumentando impuestos y endeudándose para gastar en la ansiosa clase media nacional? Grecia se metió en grandes problemas por hacer precisamente esto, emplear miles y miles de personas en la Administración del Estado con salarios desmesurados, mientras el déficit público alcanzaba niveles astronómicos.
En Estados Unidos, en los últimos años, han existido poderosos opositores políticos a la redistribución directa. Pero los préstamos hipotecarios han disfrutado del apoyo de todos, porque todos pensaban que se beneficiarían.
La izquierda apoyaba el flujo de crédito a su electorado natural, mientras la derecha daba la bienvenida a los nuevos propietarios, esperando convencerlos para que engrosaran sus filas en el futuro. Tanto la Administración Clinton, con su legislatura de la vivienda accesible, como la Administración Bush y su “sociedad de propietarios”, coincidían en favorecer el crédito fácil para las familias de rentas más bajas.
Pero al final, el intento de favorecer la propiedad de la vivienda mediante el crédito ha dejado al país lleno de casas que nadie puede permitirse y hogares saturados de deudas. Irónicamente, el índice de propiedad de las viviendas lleva descendiendo desde 2004.
El problema no ha sido la buena intención de los políticos. Pero cuando se pone en circulación mucho dinero fácil, que entra en contacto con el ansia de beneficio de un sector financiero sofisticado, competitivo y amoral, las cosas terminan por ir mucho más allá de las intenciones del gobierno.
Por supuesto, esta no es la primera vez que se emplea el crédito para equilibrar la situación de un grupo social que se va quedando atrás, ni tampoco será la última. No hace falta salir de EE.UU. para encontrar otros ejemplos. La desregulación y la rápida expansión de la banca a principios del siglo XX supusieron, en cierto modo, una respuesta populista a las presiones de los pequeños y medianos agricultores que se veían rezagados respecto a los trabajadores industriales urbanos y exigían crédito fácil. Y esta expansión descontrolada del crédito rural fue uno de los factores que desencadenó la crisis bancaria durante la Gran Depresión.
La conclusión es que tenemos que mirar más allá de la voracidad de los banqueros y la pusilanimidad de los reguladores (y hay bastantes de estos) paras encontrar las raíces profundas de la crisis. Y los problemas no se van a resolver con leyes que den más poder a estos últimos. América necesita resolver sus desigualdades de manera radical, dando a todos los americanos la capacidad de competir en un mercado global. Esto es más difícil que regalar los créditos, pero más efectivo a largo plazo.
Raghuram Rajan es catedrático de la Universidad de Chicago y autor de Fault Lines: How Hidden Fractures still Threaten the World Economy. Artículo aparecido en Project Syndicate