Héctor Lagier
La vituperada transición fue una época convulsa en la historia de España, no fue ninguna balsa de aceite como algunos nos quieren hacer creer; en esos años se sucedieron manifestaciones masivas, decenas de miles de horas de huelgas laborales y políticas y casi doscientas personas murieron a manos de la represión policial y de los grupos paramilitares de la ultraderecha. La presión social hacia la democracia chocó frontalmente con los sectores más inmovilistas del régimen. Sin embargo, pese a esto, no hubo revolución, el dictador murió siendo el Caudillo de España, aquí no hubo claveles en los fusiles, no hubo ruptura traumática sino que se procedió a lo que Alfonso Guerra definió con el término de “ruptura pactada”, con las hipotecas consiguientes. El sistema de elección de la Jefatura del Estado no se puso en cuestión ya que el propio Jefe del Estado del momento, Juan Carlos I, fue un elemento fundamental en el proceso de apertura a la democracia; el harakiri de las Cortes franquistas y la aquiescencia del ejército, se pagó con una Ley de Amnistía que actuó como escudo ante posibles consecuencias penales para los que por acción, omisión u orden cometieron crímenes en los largos años de la dictadura.
Con estas premisas nació la Constitución del 78, una Carta Magna con vocación de ser duradera, no como las otras constituciones progresistas que habían sido pequeñas islas en un océano de constituciones conservadoras. Una Constitución que en ningún momento se planteó de corte federal; de hecho, consagraba un sistema asimétrico para intentar dar solución y respuestas al papel del pujante y recurrente nacionalismo catalán y vasco. No hace falta recordar ni voy a abundar más en ello, en como fue el pueblo andaluz el que con un 4D y un 28F provocó, de facto, la mutación constitucional que estableció un marco cuasi federal.
El inmovilismo es la tendencia que ha marcado el colapsado desarrollo de nuestra Constitución, la cual debía haber evolucionado hacia una verdadera Carta federal que diera soluciones a los conflictos que se han ido sucediendo; el inmovilismo es también la palabra que puede definir a un Tribunal Constitucional devaluado en calidad, pero potenciado en su papel de cercenador de las ansias de descentralización y convertido en instrumento político de la más rancia derecha española.
La castradora y deficiente Sentencia del TC (31/2010) sobre la reforma del “Estatut” unida al efecto de la Gran Recesión y a la intransigencia de los gobiernos del PP han llevado a buena parte de la sociedad catalana a plantear la independencia como su panacea de futuro; una vez más, la cuestión catalana en el centro del discurso político del Estado.
El llamado “derecho a decidir” vs marco legal; o negro o blanco; las posturas intermedias quedan arrumbadas por las posturas maximalistas; la simplicidad en estado puro; no se buscan soluciones, no se busca el diálogo, se lleva la situación hacia extremos imposibles y hacia callejones sin salida; una pulsión social tan potente y duradera como la ejercida por una buena parte del pueblo catalán necesita respuestas viables y razonables que pasan inevitablemente por buscar el pronunciamiento global del pueblo catalán mediante referéndum legal y pactado .
Mientras esto ocurre Andalucía dormita; nos encontramos, cuarenta años después, en otro momento crítico de nuestra historia, en un momento, en el que de una manera u otra, se va replantear la estructura territorial del Estado. Recentralización para unos y federalización para otros, este puede ser el resultado final de este episodio. Andalucía, por su peso poblacional y consiguientemente electoral, ya marcó la pauta a seguir en la transición, con una propuesta traslúcida: aceptamos la diferencia pero no la desigualdad; ahora el gigante vuelve a estar dormido, aletargado por la anestesia de 35 años de gobierno del PSOE y de su folclórico sentido de lo andaluz.
Nos encontramos presos entre un Partido Socialista enrocado en un susanismo de capa caída que se refugia en su baluarte sureño, una derecha tan trasnochada como siempre que sueña con que esta, por fin, sea su oportunidad de ocupar la Junta, un centroderecha sucursalista de su líder y pagada de sí misma en su papel de muleta del deteriorado bipartidismo, una izquierda andaluza desnortada e incapaz de tomar la iniciativa, y un andalucismo… que brilla por su ausencia.
Hoy en Andalucía no existen resortes de respuesta, la herramienta ideológica del andalucismo está desactivada, dividida, diluida en otras opciones o simplemente incapaz de alcanzar la relevancia política mínima para ser influyente; entre propuestas vacías y retrógradas, transversalismo ineficaz y detentadores de la verdad, el andalucismo político organizado no muestra el suficiente empuje para ser determinante. Sin andalucismo Andalucía carece de alma y de conciencia de su ser y sin estas armas está inerme en la batalla que se está librando y que marcará nuestro futuro.
Sólo si volvemos a empoderarnos las andaluzas y andaluces volveremos a decidir nuestro futuro y no nos dejaremos arrastrar por los acontecimientos. Vale la pena recordar unas palabras de Infante escritas en su libro más revolucionario allá por el año 32 del pasado siglo: “Andalucía es hoy y era entonces el terror del Gobierno”. Vale la pena que nos lo creamos.
Excelente artículo y totalmente de acuerdo, numeroso grupos andalucistas constituídos en pequeños no levantan cabeza y aquí cada uno quiere el cabeza. Sólo podría ser la solución y ya de un bloque que aglutinara a todo el espectro y allegados de forma que renaciera nuevamente aquel partido que unos locos irresponsables liquidaron en detrimento de Andaluicía.
Saludols
Jaime