Javier Pérez Royo./ Consultar a las bases puede ser un ejercicio de democracia o puede ser la apariencia de un ejercicio de democracia. Cuando la dirección de un partido político considera que una determinada decisión tiene que ser adoptada directamente por los militantes, está poniendo en marcha el procedimiento formalmente más democrático que puede imaginarse.
Ahora bien, el hecho de que formalmente lo sea, no quiere decir que también pueda ser considerado así desde un punto de vista material. Para que una consulta a las bases sea realmente un ejercicio de democracia, tan importante es el procedimiento a través del cual se lleva a cabo la consulta a los militantes del partido como el hecho mismo de que estos decidan con su voto. Una consulta a las bases, si se hace a través de un procedimiento democrático, supone el mejor ejemplo de democracia en que se puede pensar. Pero si el procedimiento que se sigue para la consulta está viciado en su origen, el resultado final es una pantomima.
Para que una consulta a las bases acabe siendo un ejercicio de democracia es condición inexcusable que la dirección del partido que decide efectuar la consulta, la haga de tal manera que los militantes que van a participar en dicha consulta dispongan de una información tan completa como sea posible sobre el marco de referencia político en el que hay que situar la consulta, a fin de que el ejercicio de su derecho de voto sea una operación reflexiva y no un mero desahogo personal.
La consulta a las bases no exime a la dirección del partido del ejercicio de sus responsabilidades como tal dirección. La dirección del partido no puede limitarse a poner delante de los militantes la cuestión que tienen que decidir y contar después los votos. Antes de plantear la cuestión, la dirección está obligada a presentar su análisis de la misma, a la luz de toda la información de que dispone y con indicación de las consecuencias que, en su opinión, tendrían las posibles respuestas que dieran los militantes. La consulta a las bases no puede suponer una traslación de la responsabilidad por parte de los dirigentes, sino que tiene que consistir en el ejercicio compartido de la responsabilidad ante los votantes del partido por parte tanto de la dirección como de los militantes.
Ante una situación extraordinaria la dirección del partido considera que la responsabilidad en la toma de decisión no puede ser delegada, sino que tiene que ser compartida. A ella le corresponde la identificación de las alternativas, la transmisión de la información pertinente respecto de cada una de ellas y la organización del debate previo a la votación. Cuando así se hace, el resultado final es la mejor forma de democracia imaginable. Cuando la dirección escurre el bulto y delega la responsabilidad en la toma de decisión, estamos ante un simulacro de democracia, que suele acabar siendo un remedio peor que la enfermedad.
En menos de un año hemos tenido ocasión de comprobarlo en Extremadura y Andalucía. La consulta a las bases que hizo la dirección de IU en Extremadura fue un caso extremo de abdicación de la propia tarea de dirección y de traslación de toda la responsabilidad a los militantes, cuyo ejercicio del derecho de sufragio estaba viciado de origen. En Andalucía ha ocurrido todo lo contrario. Ha habido un debate intenso en la propia dirección de IU. Se ha producido una negociación entre la dirección del IU y PSOE con la finalidad de cerrar un programa para la legislatura. Y es el resultado del debate interno y del pacto lo que se ha sometido a las bases para que lo aprobaran o no.
Queda lo más difícil. Pero la consulta ha sido democráticamente impecable.
Extraído de EL PAÍS