Esta labor me llevó bastante tiempo. Por ello, me dio tiempo de comentarlo con mi familia. Les contaba las grabaciones de testimonios y las curiosidades que más me habían llamado la atención. Creía saber todo lo que había sucedido en torno a mi familia en aquellos años, pero cuál fue mi sorpresa cuando mi propia madre me dijo que ella también quería hablar. Pensaba que me iba a contar otra vez la historia de mi abuelo, al que detuvieron y a punto estuvieron de matar por permitir, cuando era telegrafista de la policía, que entrase en su cuarto de baño una detenida. Pero no, esta vez me habló de otras historias suyas de niña, de la relación de su padre, un policía republicano, y su madre, una viuda de militar que fue repudiada por las hermanas de mi abuelo. También de las colas del pan en los conventos de Santa Clara y Santa Paula, del hambre de la posguerra. Y mi sorpresa creció el día en el que mi suegra también me quiso contar cosas sobre su pueblo de Lora del Río y su abuelo, alcalde del pueblo al que mataron aquellos días y del que pudo saber poco más porque su madre quiso llevarse esa información a la tumba.
Luego tuve la suerte de poder leer el mejor libro que se ha hecho sobre aquellos días en Sevilla y conversar con su autor, Juan Ortiz Villalba, la persona que más sabe sobre la Guerra Civil en Sevilla y su provincia. Apellidos ilustres de la ciudad que se levantaron contra el gobierno de la República y que continúan siendo, ellos o sus herederos, personajes respetados en la ciudad. La Sevilla de las diez o doce familias que siempre la han gobernado. Familias hechas para mandar, da igual los ideales que se precisen para ello.
Una historia terrible, abominable, que no puede quedar en el olvido. No se trata sólo de buscar culpables de lo que pasó, ni de restañar el honor, hacer justicia y recordar la grandeza de auténticos héroes que dieron su vida en aquellos días.
Se trata de hablar, de contar, de que todos sepamos el monstruo que llevamos dentro si se azuza de la forma pertinente. Se trata de hablar y de escuchar, se trata de curar y de que la muerte de tanta gente pueda tener algo de sentido una vez que la irreparable pérdida que nada lo justifica haya sucedido. Se trata de hablar y no de chillar, pero nunca de enterrar en el olvido estos fantasmas, porque ya se sabe que los fantasmas, cuando existen, no hay quien los entierre.
Ojalá en este país tengamos algún día la grandeza moral para hablar de lo que nunca queremos que vuelva a suceder, sin tener que ocultar cadáveres bajo la mesa.
Espero que la publiques pronto y que la podamos leer y enriquecernos con ella.