La retórica contemporánea del mercado de emociones parte y concluye en una idea radical: hay formas de vida (humana) que no merecen ser vividas. Así dicho, una idea radicalmente errónea. Sobre ella se ha construido un fantasmagórico parámetro objetivo y universal que distingue lo que merece y lo que no merece ser vivido por encima, y a veces encima , del sujeto que vive. Miles de personas se sienten frustradas por no alcanzar un cierto nivel de calidad vida según el código de barras del consumismo sentimental. Nunca se ha hablado más de calidad exigiendo al mismo tiempo más cantidad.
Aquí ocurre como en el sexo donde los ítem de calidad, cantidad y excelencia en el orgasmo generalizado establecen la diferencia entre las relaciones sexuales satisfactorias y las que no. El sexo de calidad ha convertido a la aventura y el juego del encuentro, real o simbólico, con el otro/a en una prolongación del trabajo que reiquere formación y preparación, entrenamiento y sacrificos. No dar la talla, na prolongación más del trabajo. El miedo a no dar la talla, en el sexo o en la calidad de vida; puede ser tan pavoroso como el miedo a la condenación eterna por los pecados de la carne, el mundo o el demonio.
La calidad de vida es lo contrario a la sublimación. ¿Y que es eso de la sublimación? un dispositivo maravilloso y peligroso de la especie humana capaz de hacernos disfrutar de la comida sin consumir calorías y del sexo sin intercambiar fluidos corporales. La sublimación nos hace tener ganas, muchas ganas, de vivir ante situaciones de carestía extrema. Hasta la era del capitalismo del consumo de masas la sublimación había sido usada en modo represivo. Esto cambió, lo vio bien Marcuse, con la sociedad de mercado y apareció algo muy peligroso y desconocido en la historia de la especie; la desublimación represiva.El dominio no por sustracción sino por saturación.
La idea de la calidad de vida es radicalmente errónea no sólo porque engendra frustración y mala vida sino porque es anti adaptativa. ¿Hay algo menos resilente que la “calidad de vida”? La enorme plasticidad emocional de nuestra especie queda reducida a un monocultivo emocional vulnerable y especializado. No es casualidad que uno de los grades problemas de los que nos hablan los sicólogos infantiles es la incapacidad, intolerancia, de los adolescentes ante la frustración. Incapaces de soportar no alcanzar los estándares normalizados de la “calidad de vida“ que le han dictado los medios y la industria cultura brota la apatía y la violencia, la depresión y el consumo masivo de drogas. Los niveles óptimos de la calidad de vida son inalcanzables por que son móviles y asintóticos como la línea del horizonte. Y ante la imposibilidad política (capitalismo) y física (ecología) de obtener todos los parámetros de la calidad de vida es la droga, sublimación en vena, la que verdadera propuesta compensatoria de la desublimación represiva nos propone.
Creo que no hay ninguna vida que no merezca ser vivida y por eso soy favorable al derecho al aborto, a la eutanasia o al suicidio; porque negarlos es admitir que existe una obligación de vivir y eso, no ser soberano de si mismo, y no la ”calidad de vida”, y eso si que es insoportable. Vivir es decidir, aunque la decisión sea no decidir y dejar que la contingencia te arrastre “a la deriva, amor, a la deriva” como decía el poeta y mi me gusta pero sin ortopedias del alma ni evaluadores externos que me prohíban soñar y disfrutar sin consumir. Una nueva sublimación desrepresiva nos llama. Se trata, al igual que en la economía, de crear zonas sin capitalismo en nuestro corazón, perdonen la grosería.