Por las grietas que en el tenue demos ciudadano producen tanto la crisis social y económica como la centralidad de unas tensiones territoriales que nos alejan, a todos y todas, de los principios cooperativos en aras de la centralización y/o del privilegio y la exclusividad retorna el clericalismo.
En realidad, la Iglesia Católica, una vez establecido el complaciente marco de relaciones con el Estado español que derivó del consenso transicional, no ha renunciado nunca, en democracia, ni a sus prebendas ni a la intención de influir en el proceso de elaboración de las leyes que regulan el comportamiento social. No lo ha hecho ni durante las etapas de gobierno del centro-izquierda (1982-1996, 2004-2011), ni en las de la derecha (1996-2004, 2011-…). Ha modificado, atemperado o agriado sus estrategias en relación a dos condicionantes: el siempre espinoso tema de la financiación y el del control de un consistente número de centros educativos privados insertos dentro del sistema educativo público, del que reciben igualmente fondos que son de todos, creyentes o no. Cuestión de tono. Han modificado, atemperado o agriado sus estrategias, así mismo, en relación a la tímida agenda de ampliación de los derechos civiles –desde el divorcio al aborto, pasando por los derechos de gays y lesbianas- y a la posibilidad – ¡horror!- de desarrollo de una ética laica que hiciese de la educación para la ciudadanía, con independencia de las creencias personales, un común denominador.
En democracia, la secularización de la vida pública y la laicidad del Estado siempre han sido débiles –en particular el segundo de los ítems- y en estos momentos la anemia de las mismas se pone en evidencia con crudeza. No sólo por la agresividad dialéctica del clero respecto de conquistas alcanzadas en los últimos tiempos sino, atentos al dato, por la capacidad de la Iglesia, en Andalucía y en otras partes, a la hora facilitar espacios de encuadramiento y fidelización de sectores jóvenes –tanto mediante la escuela como a través de un asociacionismo católico (hermandades, cofradías,…) que ofrece alternativas de socialización y ocio (sólo) aparentemente inofensivos respecto de los principales argumentos de debate ciudadano.
La soi-dissant izquierda no ha tenido poca responsabilidad en el mantenimiento de esa influencia desmedida, de esa injerencia intolerable. Por salirnos de la perspectiva andaluza y dar un paso hacia el noreste: la peineta de Cospedal no puede hacernos olvidar que cada 1 de mayo, primero Bono y a renglón seguido Barreda, asistían religiosamente a la Santa Misa y Procesión de la Virgen del Valle de Toledo. Estas cosas han pasado, y pasan, por toda España.
¿A qué esta nota? Ahora que tanto se habla de la recomposición, unidad, redefinición de las izquierdas sostenidas sobre el establecimiento de lógicas de confrontación decidida contra el neo-liberalismo y la inevitabilidad capitalista, a la perspectiva de resolución federal o confederal de la organización territorial de la piel de toro, esta nota quiere ser un llamado de atención. Para reclamar que no se pierda de vista que, por el camino, estamos siendo agredidos por otro de los grandes pilares históricos de una ciudadanía autónoma, libre, serena y dispuesta a batallar, tras deliberar conscientemente, por el bien común. Que es preciso tanto en lo programático como en el despliegue de actividades concretas, en los ayuntamientos y en las escuelas, en las diputaciones y en el mundo asociativo, retomar la iniciativa. No estamos ante el único de los terrenos de combate, pero sí ante uno más. Y en éste también andamos a la defensiva cuando no desarbolados.
Ya lo advirtió un ilustre republicano hace siglo y medio: “le cléricalisme ? Voilà l’ennemi!”
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