Es importante sintetizar las principales impugnaciones que realizamos al sistema actual porque marcan nuestra perspectiva de cambio:
Primera. El sistema ignora concientemente que el planeta es un sistema cerrado desde el punto de vista del intercambio de materia. La actual lógica de crecimiento continuo, impuesta por la necesidad de reproducción del capital, implica una rutina suicida (ecocidio) cuyas consecuencias económicas ya son evidentes tanto por el agotamiento de recursos no renovables como por los efectos del cambio climático. Esta impugnación estructural a la lógica “externa” del sistema tiene que ser la primera porque es de naturaleza física, y no social como la restantes, es decir tiene un contenido objetivo y rígido frente al resto que, al ser construcciones sociales, tienen una mayor carga subjetiva y por tanto una mayor flexibilidad.
Segunda. El mercado ha colonizado a la sociedad. Entendemos la sociedad como una manifestación singular de la cultura y cada cultura como una construcción histórica, cuya autonomía se manifiesta en la construcción de una identidad basada en valores y bienes colectivos de naturaleza material e inmaterial. La lógica mercantil aplicada a la sociedad, el consumismo y la uniformidad están destruyendo los vínculos sociales gestados a lo largo de la historia que determinan las conexiones de solidaridad no sólo entre la ciudadanía actual sino también con las generaciones futuras a partir de una continuidad desde las generaciones que fueron. El andalucismo constituye una visión contemporánea del nacionalismo que pone el énfasis no su formulación política aislada (que sería una consecuencia) sino en la vinculación entre sociedad, cultura, economía y política catalizada a través de nuestro territorio.
Tercera. El sistema se basa en la desigualdad estructural. Históricamente la percepción de su desigualdad social estructural ha sido el gran argumento que ha sustentado la confrontación contra él. La flexibilidad del sistema autonomizando el poder político, el fracaso de la alternativa de construcción socialista, el encapsulamiento del valor de la igualdad en las fronteras del Estado Nación y sobre todo el desarrollismo, la han desactivado en gran parte. Sin embargo la propia globalización, y su crisis, está desocultando esta realidad hasta el punto que parece obvio que sólo mediante una mayor igualdad podrá ser factible una salida civilizada ante las dificultades que se avecinan a medio plazo. Especial importancia tiene la igualdad de género para el cambio de modelo y la mejor organización de la producción sobre la base de la no especialización de las mujeres en el trabajo doméstico y el aprovechamiento del potencial cuidador de los hombres, para combatir la superpoblación, el envejecimiento poblacional o la pobreza en el mundo.
Cuarta. El actual modelo de democracia es de baja calidad. Las personas y los Pueblos han sido desplazados del ejercicio real de la política tanto por el actual sistema oligárquico de partidos como por la despolitización y desorganización del cuerpo electoral. El desarrollismo de las últimas décadas ha mercantilizado el vínculo de la representación mediante un ilusorio contrato de orillamiento de la participación política efectiva a cambio de elevar los niveles de consumo, alzado como una nueva religión. Es necesario un nuevo modelo de democracia en el que la participación de la ciudadanía sea más efectiva, sobre la base de los principios que inspiran el republicanismo democrático.
Quinta. Inviabilidad del Estado Nación. La soberanía ficticia del Estado Nación colisiona con cuatro realidades: a) El principio de ciudadanía universal; b) La soberanía real de los mercados financieros que tiene un ámbito global y que convierte a la soberanía de los Estados en una soberanía exclusivamente formal; c) El riesgo es global porque no puede ser controlado localmente y no es asegurable ya que traspasa la frontera entre los riesgos calculables y los peligros incalculables (Ulrich Beck) d) De los antiguos rasgos que caracterizan a la soberanía es precisamente la emisión de moneda (señoreaje) el mas importante en esta época de hegemonía absoluta del capital financiero. Su facticidad no coincide con los límites del Estado Nación (área dólar, zona euro, área yuán). Frente al Estado Nación reivindicamos fuertes niveles de autonomía real en los ámbitos territoriales con identidad cultural; la federalización (el pacto) democrática y cooperativa de los espacios estatales y la institucionalización democrática del ámbito global para hacer frente a los problemas globales y contrarrestar el gobierno mundial y fáctico de los mercados, especialmente de los financieros, convirtiendo en una realidad jurídica el principio de ciudadanía universal.
Sexta. Inviabilidad económica del sistema. El capitalismo es incompatible con la globalización porque su equilibrio lo alcanza mediante el crecimiento y la globalización implica que el sistema económico ya ha colonizado todos los ámbitos por lo que se dirige hacia una situación de estancamiento incompatible con su equilibrio. Los precios no reflejan los costes sociales y contaminan de imprecisión a todos los grandes indicadores como el PIB; la tasa media global de acumulación del capital productivo en EE.UU. cae desde antes del inicio de la crisis; el sector financiero es en sí mismo una gran burbuja que genera dinero ficticio sin control alguno y sin conexión con la realidad productiva; la crisis ambiental se está manifestando en primer término como crisis económica mediante el encarecimiento de las materias primas y los desastres ambientales; etc. El programa de la derecha consiste en presionar a la baja el precio directo del factor trabajo y desmantelar el Estado del Bienestar, provocando mayor desigualdad, como si la crisis económica se pudiera solucionar con políticas microeconómicas.
Sin embardo, estas impugnaciones al sistema se encuentran actualmente segmentadas tanto desde una visión funcional (ya que pertenecen a corrientes críticas de origen distinto), como desde el punto de vista de la acción y, aunque tienen aceptación en ámbitos científicos e intelectuales e incluso en determinadas actitudes individuales, apenas se trasladan al ámbito político. La acción política debe incorporar esta perspectiva y trasladarla como tendencia en la permanente autonegociación entre la realidad del presente y el impulso para liderar un rumbo coherente hacia el futuro.