La sociedad como realidad autónoma en el sistema social.
El nacionalismo andalucista defiende conceptualmente la existencia de la sociedad (de las sociedades) como una realidad propia y diferenciada del sistema productivo formalizado o de las instituciones ligadas al poder, a partir de la revolución industrial, y destaca la importancia y funcionalidad política de este espacio tradicionalmente relegados a la esfera privada como el gestor principal donde se construye socialmente nuestro espacio y nuestro tiempo al transformar el territorio en ámbito de convivencia y ser la depositaria y transmisora de la memoria colectiva.
La sociedad (en sentido estricto) constituye pues un subsistema propio que junto al subsistema productivo y político conforman el sistema social. En términos generales coincide con el ámbito regulado por el derecho civil (sociedad civil o ciudadana) lo que explica la naturaleza en cierto modo subsidiaria (no imperativa) de este derecho ya que aunque la sociedad genera internamente relaciones de poder y jerarquía, su tendencia es centrípeta por lo que es el espacio social que, en términos relativos, permite mayor autonomía respecto del poder, en comparación con las relaciones sociales de producción o con las relaciones de las instituciones políticas – administrativas.
El relieve de la sociedad es producto de la comunicación social presente y heredada que se despliega en una multiplicidad de ámbitos, desde la familia, los grupos de amigos, las asociaciones, la ciudad, la comarca, la nación o el planeta, lo que da como resultado distintos niveles de intercomunicación y, por lo tanto, de intensidad “instintiva” en la cooperación social.
Es el ámbito de la emotividad socialmente construida y está en constante evolución al ser fruto de las relaciones comunicativas. Es también el ámbito de la libertad por excelencia y la que demanda las necesidades que deben ser satisfechas desde la naturaleza, el sistema de producción y el poder, aunque la sociedad no solo construye la demanda sino que produce bienes colectivos de uso que son alternativos al consumismo individualista.
En efecto, es la creación por excelencia de lo comunitario, de la invención social, en gran parte ligada al anonimato, que produce las monumentales obras culturales colectivas anónimas como la lengua, el folklore, las ciudades tradicionales y la cultura en general, plena de elementos materiales, inmateriales y simbólicos. Estas producciones se han mostrado como realidades autónomas indomables a pesar de la invasión permanente desde la economía y el poder. Así, por ejemplo, aunque parezca que es la Real Academia la que crea la lengua en realidad esta institución no hace sino sistematizar lo que cada día crea anónimamente la sociedad.
La sociedad, gestora cultural del espacio y el tiempo construido, produce su propia singularidad y ofrece una identidad como el principal mecanismo para articular la cohesión social. La funcionalidad de la identidad es directamente proporcional a la libertad y la igualdad de que goce la sociedad: cuanto más igualitaria y mas libre sea una sociedad mas motivaciones tendrán los individuos para sacrificar su interés inmediato por el interés colectivo, originando un círculo virtuoso al recibir bienes inmateriales susceptible de crear conductas autónomas y no dependientes.
La identidad es por lo tanto el mecanismo social por el cual las personas se sienten partícipes de una realidad misma colectiva, de una comunidad. Es uno de los caminos más potentes que llevan de lo individual a lo colectivo. Este mecanismo de pertenencia convive con las brechas que existen en el sistema social (de clase, de género, de origen, etc,) en una relación compleja de forma que el grupo social que logra identificar sus intereses con los intereses y emociones de la comunidad alcanza una posición de hegemonía y liderazgo.
Sociedad y nación.
Esta premisa, que la sociedad existe como un subsistema diferenciado, constituye una de las bases materiales y sociológicas del andalucismo. Cuando la sociedad tiene la suficiente entidad para producir, en sentido muy amplio, una cultura completa y autónoma que es capaz de ofrecer una sociabilización integral y de dotar a los subsistema económicos y políticos de personalidad singular y propia, conforma una realidad social a la que llamamos nación que, para su pervivencia y para su realización democrática, necesita de poder político propio.
La construcción del sistema social se produce sobre la base de un territorio que sintetiza la sociedad con memoria identidad), su dimensión física (naturaleza), la economía y el poder público. Cada nación es producto de la interrelación en el tiempo entre cultura y territorio y tiene como principal característica haber generado un sistema, a lo largo de los siglos, de diversidad social gracia a la singularidad de sus creaciones, formando un tapiz multicolor sobre el planeta en expresión de Isaac Berlín. La sociedad proporciona identidad a cada una de las formaciones sociales existentes porque es el hilo conductor de las diferenciaciones sociales que se han generado a lo largo de la historia.
La nación constituye un espacio intermedio de identidad entre la existencia del yo aislado y la humanidad que permite la sinergia de la agregación social, es decir, que el todo sea mayor que las partes ya que las partes por separado no explican ni la suma total ni determinadas propiedades que se producen de forma global tanto en si misma como en sus relaciones con el entorno
En este sistema social territorializado al que la sociedad dota de singularidad (formación social), la economía y la política son esferas sociales instrumentales para satisfacer el bienestar de la sociedad que es el que debe convertirse en el fin último de la política.
Los límites externos de las naciones son difusos e interconectados, como sucede con las realidades sociales que surgen desde lo colectivo, frente a los límites de los estados, definidos precisamente por la nitidez de sus fronteras, que son creaciones desde el poder establecido. Las naciones conforman un sistema interrelacionado de límites difusos, frente a los límites visibles de los estados, que se caracteriza por su diversidad.
Para decidir con libertad quién quiero ser, aquí y ahora, necesitamos que las memorias colectivas no sólo existan, sino que además estén plenamente reconstruidas. Y esa es la labor del nacionalismo: la reivindicación política de las memorias colectivas en el mundo globalizado. (Antonio Manuel)
El andalucismo: comunitarismo + republicanismo democrático.
El andalucismo es una ideología que sintetiza el comunitarismo moderado y el republicanismo democrático al defender la naturaleza contextual de las personas y el función de la nación como el marco social que ofrece a cada persona una opción cualitativamente significativa: “los seres humanos estamos culturalmente constituidos, pues nos desarrollamos y vivimos en un mundo culturalmente estructurado, organizando nuestras vidas y relaciones sociales en términos de un sistema de significados y valoraciones que le dan un valor considerable a nuestras identidades culturales (Luis Villavicencio Miranda).
El andalucismo sabe y siente que Andalucía es una nación aunque no haga del concepto una trinchera aunque sí de sus consecuencias: Andalucía es el territorio para nosotros relevante a efectos políticos y sociales sin perjuicio de los principios de subsidiaridad y cooperación que adquieren en estas circunstancias de crisis de la globalización un papel aún más importante.
El andalucismo defiende la memoria colectiva de Andalucía como la principal defensa de las personas viven y sienten Andalucía frente al poder económico globalizado y a la identidad andaluza como el más eficaz instrumento para la cohesión y cooperación social con el objeto de que los desapoderados tengan la hegemonía frente a los intereses del capitalismo globalizado.
Andalucismo: nacionalismo frente a estatalismo.
El andalucismo es un nacionalismo de la sociedad que, frente a los nacionalismos estatalistas, presenta las siguientes singularidades:
1. No somos un nacionalismo normativo.
El andalucismo está en las antípodas del nacionalismo romántico que otorga personalidad propia a la nación y la hace sujeto de derechos históricos. El andalucismo solo concibe como los sujetos de derecho a los ciudadanos a través del ejercicio positivo de los mismos. En este sentido, el 28 de febrero de 1980 es la fecha en la que los ciudadanos y ciudadanas andaluzas expresaron su voluntad de autogobierno al considerar a Andalucía como una formación social diferenciada producto de su nacionalidad histórica, en el marco de la Constitución democrática del estado español.
2. Somos universalistas.
Defendemos la universalidad de lo que nos hace iguales (derechos humanos, libertad, paz) y la diversidad de lo que nos hace diversos (tierra, cultura, memoria). (Antonio Manuel) hasta el punto de que no solo nuestro concepto de nacionalismo no es incompatible con una comunidad humana planetaria sino que sólo desde esta concepción en posible la comprensión de la misma. Por lo tanto defendemos la ciudadanía universal como un derecho de cada persona que no puede ser negado en función de su lugar de nacimiento o de cualquiera otra circunstancia.
3. No somos estatalistas.
El andalucismo siempre ha diferenciado nítidamente nación y estado. Somos nacionalistas pero no estatalistas. El Estado es la organización política dotada de poder. La nación es una comunidad emocional, de intereses y de convicciones. Queremos la máxima autonomía de Andalucía en cooperación con todos los pueblos de Iberia, Europa, el Mediterráneo y el mundo a través de mecanismos federativos.
Precisamente la globalización ha supuesto el desapoderamiento de la soberanía efectiva de los estados y su traslación a los poderes económicos globales. Solo a través de mecanismos cooperativos lograremos la máxima autonomía real de Andalucía
4. Somos multiculturalistas.
La identidad nacional es una identidad subyacente, relevante por sus consecuencias políticas, que no necesita de la exclusividad interna. Antes al contrario, es un elemento “sueve” de coordinación social de la multiplicidad de identidades que se producen en las sociedades complejas ya sean de origen preconstituidas o voluntariamente adoptadas. Es una especie de “reflejo” social “que no implica que estemos determinados por la cultura en la que nos insertamos por haberla heredado. Los ciudadanos somos agentes capaces de revisarla reflexivamente o, en casos más excepcionales, abandonarla –total o parcialmente- comprendiendo y haciendo propia otras. Son culturas internamente plurales aunque con pretensiones de coherencia interna, que representan un juego dialógico entre diferentes tradiciones y estados de pensamiento.
Somos multiculturalistas porque defendemos la diversidad cultural y el paradigma del reconocimiento, al considerar que existimos incardinado en una cultura nacional que se estructura internamente de forma dinámica y plural (Parekh) y que una cultura siempre está limitada por la diversidad cultural que, además de ser inevitable, es enriquecedora al mostrar las posibilidades de la condición humana (Luis Villavicencio Miranda).